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Viernes, 13 de noviembre de 2015

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Allá, por el año 1999, me había quedado solo, decepcionado (de política estoy hablando). Venía de decepcionarme de la Franja Morada en la Facultad, de bajar al espacio Moises Lebensohn del radicalismo... y eso que me encantaba decirme radical.

Fue entonces que un amigo me llevó a la plaza San Martín, era un 24 de marzo, y allí estaban los chicos de Hijos y mucha gente más, muchas familias. Mucho presente de lucha, mejor aún, había esperanza de futuro, de un posible buen futuro. Algo pasó, me emocione, quise quedarme al final, quise saber más, quise conectarme por completo y entre algún abrazo atine a inmiscuirme en la vida (política) de unos pibes, muy pibes, que sin rencores no buscaban venganza por la muerte de familia, compañeros, militantes, sino buscaban justicia, y no solo eso, querían resignificar la historia y no congelar la memoria.

¿Y por qué cuento esto? Es algo mío, muy personal pero necesite contarlo, emocionarme nuevamente.

De Hijos me fui al tiempo (bastantes años después), pero ahora distinto, sin desilusiones, todo lo contrario, con mucha pasión, con mayor entendimiento de las cosas y lo he valorado siempre.

Ya había llegado Kirchner (Néstor) al gobierno y sin detenerme en una primera impresión, solo me ocupa decir que nunca pude decirme peronista, no sé por queé algo me aleja, no termino de entender bien qué. Pero Néstor, no sé, me acerca. Y Cristina también lo hace, vaya si lo hace. En este tiempo han transcurrido decenas de mesas con familia, amigos, que se vuelven hostiles, hasta me ponen en lugar de irracional. De qué cosa rara me pasa en la cabeza que defiendo un gobierno (sus políticas).

Ahora, y con desazon lo planteo, no escucho aciertos. Nada se hace bien la vida de muchos laburantes no cambió en 12 años. Y para bien, un poquito al menos. ¿Tan loco puedo estar, tan errado, que el mensaje presidencial me deja sin herramientas de análisis, me manipula?

Y ellos, los que me ponen en ese lugar ¿con qué se quedan? Algunos con la pureza de no jugársela por nada (nadie) y otros (muchos otros), por el buen clima, el lindo perfume, la cara bonita, el discurso de lindas palabras, con el cambio le dicen.

Termino este escrito y veo a mi segundo hijo (Léon se llama) y necesito no equivocarme. Saber el límite. Abrazarme fuerte a quienes quieran abrazarse conmigo. Ahora siento la emoción de saber que se puede, se tiene que poder. Lo realmente malo no puede volver. Mis hijos, los tuyos, los de todos no lo merecen.

Daniel Aristizabal

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