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Jueves, 21 de abril de 2016

PSICOLOGíA › EL DESEO Y LA COBARDíA

El riesgo de apostar

 Por Silvia Conía*

Desde muy temprano en su obra, Freud nos sorprende con una interpretación de la causación del sufrimiento: la relación cobarde que los sujetos tienen ante el reconocimiento de algún deseo, ya sea por molesto, por incómodo, porque viene a sacudir aquello en lo que se han sostenido, porque contradice preceptos morales aferrados o por el contrario, porque les puede plantear la satisfacción esperada, llámese éxito o triunfo. La joven Lucy que no se atrevía a reconocer su amor por el rico señor a quien servía, comienza a enloquecer, sintiendo la burla persecutoria de sus pares y hasta alucina un olor particular. Elizabeth, horrorizada ante el deseo por su cuñado, que va ligado al deseo de muerte de su hermana, hecho que le facilitaría el camino, sufre intensos dolores en las piernas y no puede caminar.

Un pintor del siglo XVII comienza a vivir en un mundo alucinado y delirante luego de que la muerte de su padre lo deja sin su protección y tiene que salir a ganarse su sustento, así "escamotea la seria pero vulgar lucha por la vida".

Estos nos son problemas exclusivos de la vida victoriana, hoy en día los ricos siguen no pidiendo permiso, parafraseando el título de una novela del momento y cada uno nos las tenemos que arreglar para sustentarnos. Tanto la neurosis como la psicosis se sostienen en las relaciones sociales, no son ajenas a esos lazos, a sus ideales y por lo tanto a lo que puede contrariar lo establecido para cada moral sexual.

Freud arriesga: la neurosis se venga de lo que él llama esa pusilanimidad moral y bien vendría una dosis de coraje para no enfermar. Evidentemente no es fácil soltarse de aquello en lo que nos acomodamos. Las identificaciones son como esas ortopedias que ayudan a caminar pero a la larga hacen sentir su peso, si se la deja mucho tiempo, ya no se sabe cómo era caminar solo y el piso tambalea. Que emerja algún deseo, distingue y separa, afrontar sus consecuencias requiere de un poco de valentía ya que todo esto se plantea en un lazo social y cualquier separación siempre produce alguna protesta entre los que lo conforman. Hoy en día recibimos sujetos deprimidos, tristes, hastiados, agotados o en pánico ante el asomo de alguna encrucijada. Apelar al abatimiento, la narcosis o al éxtasis industrial se presentan como falsa salida. Es una modalidad del alma bella de la época: "no tengo nada que ver con lo que me pasa" o de un cinismo a ultranza: "no me interesa nada ni nadie" surgidos de un basal "no querer saber".

Freud, aún nos sorprende, hace de algo tan sencillo como un "no", de ese modo retórico que es la negación, una compleja elaboración. Quiero destacar de ella, que negar la existencia de algo, tanto de un deseo como también de la pérdida de un objeto, se trate éste, de un ser querido, de un bien o de un amor, es un juicio ético, una decisión ética: admitirlo o rechazarlo. Ante esta elección se encuentran: el sufrimiento y la miseria neurótica, la locura o el acotamiento de ese desconocimiento como efecto de un análisis.

(*)Psicoanalista. Directora de Freudiana, Institución de Psicoanálisis.

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