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Sábado, 16 de octubre de 2010

CIUDAD › ALUMNOS DE ESCUELA PERIFéRICA LLEGAN A FINAL DE TORNEO DE AJEDREZ

Son tres los ajedrecistas

Cursan en una escuela de un barrio donde falta de todo y viajaron a Buenos Aires a competir con chicos de todo el país. Llegaron a la final. "Jugar al ajedrez es un desafío intelectual y ellos supieron hacerlo", dijo la supervisora.

 Por Sonia Tessa

Una mezcla de timidez y orgullo se filtra en los ojos de Martín Ferreyra, Facundo Alvarez y Andrés Agustín Pedroso cuando afrontan la primera entrevista de sus vidas. Estuvieron entre los ganadores del Torneo Argentino Uruguayo de Ajedrez que se lanzó el 1º de octubre en el Monumento a la Bandera, y esta semana fueron a Buenos Aires a competir con chicos de todo el país, en el Palacio Pizzurno y llegaron a la final. "Hay que ganar", dice Andrés sobre sus expectativas. Martín y Andrés tienen 13 años y van a 7º grado. Facundo, de 11, está en 6º. Van a la escuela 299 "Ceferino Namuncurá" que queda justo en el límite entre las casas más elegantes de Fisherton y el barrio Stella Maris, una zona de pasillos, casas de material, otras de chapa, que se recuesta sobre el arroyo Ludueña. Allí viven albañiles, trabajadores del Mercado de Concentración, changarines, personas que se levantan a la madrugada para ir a trabajar, como Ramona, la mamá de Andrés, que a las 4 de la mañana va a la panadería. Las tres mamás eligen poner de relieve el orgullo por sus hijos antes que las necesidades.

Al principio, no les gustaba mucho eso del ajedrez. A Martín no le va muy bien en la escuela, y Carina, la mamá, lo amenazaba con "quitarle el ajedrez" si no mejoraba. Pero eso pasó, y la semana pasada estaba "nerviosa" por el inminente viaje. Algo parecido vivió la mamá de Facundo, el más pícaro de los tres ajedrecistas. El benjamín de sus cuatro hijos volvía a la tarde a la escuela, en contraturno, para el taller optativo de la materia, y ella se asustaba. Le costó dejarlo ir de viaje, pero después de la insistencia del profesor Damián Larrosa, se convenció de la oportunidad que significaba este torneo para su hijo.

La escuela -de un barrio donde falta de todo-, compitió con otras 140 escuelas de Uruguay, Córdoba, Formosa, Buenos Aires y Rosario. De la ciudad, las céntricas, tienen 20 años de trayectoria en el ajedrez. Salieron novenos. La performance no sorprendió a Larrosa, que sabía del excelente nivel de sus alumnos. "Yo tenía idea de que ellos estaban en un muy buen nivel, pero las escuelas del centro son difíciles para ganarles, hace muchos años que están trabajando", dice ahora. Ese resultado, haber sido primeros entre las escuelas del distrito noroeste, les abrió las puertas al Torneo Nacional de Escuelas Primarias que se juega en Buenos Aires.

Tampoco se sorprendió Juan Jaureguiberry, el coordinador del Plan de Ajedrez Escolar del Ministerio de Educación de la provincia, que recupera terreno después de los embates sufridos en los 90. "Ahora se va armando la tradición en esta escuela, y en otras de estas características. En las familias donde hay hermanos que aprendieron ajedrez, ellos les enseñan a los más chicos. Uno de los valores fundamentales que promovemos desde el taller es la enseñanza entre ellos. En los clubes privados se le enseña a un jugador a competir por sí mismo, acá les transmitimos el valor de armar un equipo de excelantes jugadores, para que los que más saben les vayan enseñando a los más chicos. Ganarle al compañero no tiene que ser lo importante", define Jaureguiberry. En la 299, las horas de taller son pagadas por la Municipalidad. Hay 47 escuelas en el Plan Municipal, y al menos 30 pertenecen a zonas vulnerables.

Damián también da clases en 5º grado. "Estamos muy agradecidas a Damián, porque nunca vimos un profesor que se preocupara así por los chicos", dice Ramona, con una sonrisa que le brota en toda la cara. Tiene motivos: sus dos hijos mayores -que le enseñaron a Andrés- fueron finalistas en el Torneo Evita hace pocos meses. "Estoy orgullosa de ellos", dice sobre el valor del ajedrez. Los tres hermanos juegan, aprovechan cualquier momento para armar una partida. No sólo aprenden cálculo y estrategia, sino también a ser pacientes, anticipar la jugada, saber esperar.

La más orgullosa es Celia Alonso de Cicarelli, la directora de la 299, empeñada en difundir el logro de sus chicos. Se entusiasmó hace cinco años, cuando Jaureguiberry le acercó el proyecto. "Son chicos que aprovechan al máximo cualquier oportunidad", define Celia sobre los alumnos de su escuela, que funciona en un edificio grande, de ladrillos vistos, nuevo. Antes, la Ceferino -como le dicen- era una escuela rancho.

La actividad febril de la escuela se percibe apenas se pasa el portón de entrada. Un enorme pizarrón suma felicitaciones y recordatorios escritos en tiza blanca. Hay un papel blanco con la impresión de un mail de la supervisora, Edit Acebal. "Por favor, transmití a los geniales ajedrecistas de la Ceferino mis felicitaciones. Estoy muy contenta por la oportunidad que supieron aprovechar y por la demostración de su inteligencia y capacidad de concentración. Jugar al ajedrez es un desafío intelectual y ellos supieron hacerlo. Bravo, bravo", dice la nota.

Facundo sabe lo que es la concentración. En el torneo que les abrió las puertas de Buenos Aires, perdió un par de veces. "Pensé que tenía que ganar así no me retaban tanto los chicos. Por eso, me puse a pensar antes de mover, lo que el otro iba a mover", relata. Para ellos, el ajedrez comenzó como un juego. "Hoy es todo para mí", dice Martín. Nada más y nada menos que una oportunidad de mostrar lo que valen.

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Timidez y orgullo se filtra en los ojos de Martín, Facundo y Andrés.
 
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