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Viernes, 18 de octubre de 2013

Derechos encontrados

Nathan Verhelst, un transexual de 44 años, recibió hace dos semanas en Bélgica el reconocimiento legal a su pedido de eutanasia. No sufría de ninguna enfermedad en estado terminal. Sus médicos entendieron que su dolor psíquico había devenido insoportable. El resto, carne para la manipulación mediática.

 Por Liliana Viola

Un nuevo record recorre los diarios del mundo: acaba de morir el primer transexual al que se le concede su derecho a la eutanasia. O también aparece así: “El hombre se convirtió en la primera persona que decide su muerte tras practicarse un cambio de sexo”, que suena un poco a que el fenómeno podría hacer escuela, constituir una serie y también que una cosa lleva a la otra. O correr por izquierda a las dos medidas de izquierda, medida por medida, la eutanasia y la identidad de género mordiéndose la cola entre ellas. “Sufrimiento transexual” y “No quería ser un monstruo” son los titulares que encabezan la caravana de esta noticia-duelo, que parece más funcional al propósito de poner en tela de juicio las propuestas de legalizar la muerte digna presente en muchos parlamentos europeos, que a discutir la dignidad de las personas trans en el relato social, en la vida cotidiana y ante la ley. “La historia de Nathan Verhelst, cuyo nombre de nacimiento es Nancy, se remonta a la adolescencia, cuando sintió que era un hombre en un cuerpo de mujer, sufriendo ‘enormes daños psicológicos’ a raíz de esta situación”. En casi todos los artículos aparece el identikit básico que terminaría no justificando pero sí empujando a una salida del mapa: sufría por trastornos de identidad, por estar atrapado en un cuerpo equivocado, sufría por partida doble, cuando fue una niña masculina y su madre lo rechazaba, cuando ya grande seguía rechazándolo, sufría porque no quedó conforme con la mastectomía ni con la reasignación genital. Murió luego de pasar por las múltiples pericias que manda la ley en un hospital de Bélgica, rodeado de amigos y periodistas.

En parte debido a los acuerdos de confidencialidad entre doctores y pacientes, y en parte porque no podemos saber cuánto hay de traducción o de traición en los relatos mediáticos, no se puede asegurar que los responsables de permitir la eutanasia hayan homologado realmente transexualidad con depresión u otro trastorno de orden psquiátrico. Los medios sí lo hicieron y la noticia, con sus imprecisiones van sembrando estupor frente a las mosntruosidades legales. No hay ninguna referencia a qué tratamientos recibió desde que inició su transición hace 5 años, hasta qué punto fue dolorosa o cruenta la cirugía, qué expectativas de cambio tenía, qué información y contención recibió antes y después, y otros datos estrictamente sanitarios. De eso no se habla. No hacer circular información médica sobre tratamientos, cirugías, medicamentos, terapias hormonales disponibles y no disponibles para personas trans es parte de la patologización. Sí, en cambio, hay avalancha de un relato testimonial que se promete post mortem y por entregas. Nathan concedió una entrevista pocas horas antes de morir a Het Laatste Nieuws, de donde provienen las que se presentan como últimas palabras: “Estaba realmente preparado para celebrar mi nuevo nacimiento pero cuando me miré en el espejo me sentí mal conmigo mismo. Mis nuevos pechos no cumplen con mis expectativas y mi nuevo pene no es tal, es defectuoso. Yo no quiero ser un ... monstruo”. También escribió un libro que hoy busca editor y un canal de televisión flamenca, TV Oost, anuncia que va a difundir un programa dedicado a su vida. La prensa belga ya ofreció primeros planos de la madre congelada en el rol de la maldita de la película y un adolescente Nathan que descubre –sin que medie la influencia de la familia– que se siente mejor en el cuerpo de un hombre (sic) “Yo me afeitaba, usaba jeans grandes y me gustaban las chicas.” En un cuento ilustrado con numerosas poses de corte Facebook, Nathan y su mamá aparecen como casos especiales, tan bizarros como olvidables, apenas rozados por los minutos de fama que otorgan las catástrofes. La sociedad y sus instituciones que fabrican y desechan monstruos están allí, también, aunque fuera de foco.

Muerte digna, pero antes vida digna

Suena a solución final, disolución, colisión de derechos en el marco de una legislación progre que brega por la libertad individual, la autonomía de los cuerpos y también todo lo contrario. ¿Quién puede criticar que se le otorgue un derecho tan importante a un ciudadano al que por otra parte se le han negado históricamente tantos? Claro que justo ese derecho consiste en suprimirlo.... Claro que la tasa de suicidios por las razones que estaría esgrimiendo Nathan es alta y secreta, y esta visibilización pone en jaque el rol del Estado como proveedor de soluciones (¿a tiempo?). Quién puede tirar la piedra sin caer del lado conservador y reaccionario, cuando del otro lado se presenta una legislación tan respetuosa de la autonomía de los cuerpos como la de Bélgica, que cuenta con una ley de muerte digna (sólo Luxemburgo y Holanda la tienen) y que es el único país que contempla el sufrimiento psíquico como motivo legal para acceder a la eutanasia. De hecho, los diarios que denuncian la medida son los más conservadores de Francia, Alemania e Inglaterra, y lo hacen en el medio de un debate en Bélgica por extender el derecho a morir a menores en estado terminal y a adultos que sufren Alzheimer y demencia. También en medio de debates por leyes de matrimonio para todxs, reformas a las leyes de identidad de género y ante el reclamo en cada uno de estos países de una ley de eutanasia. Algunos medios llegan a consignar datos falsos o confusos (The Daily Mail dice que la eutanasia representa el 2 por ciento de las muertes en Bélgica, mientras la comisión federal de control de ese país dice que es el 1; según el gobierno holandés los médicos rechazan cada año dos tercios de las peticiones de eutanasia que reciben. El 70 por ciento son casos terminales de cáncer y sólo el 10 por ciento alude a situaciones pscicológicas).

La noticia, fragmentaria y sin por el momento ninguna respuesta concreta de las autoridades belgas, impone varias lecturas. Que los médicos homologan trastorno psíquico con transexualidad, que los medios lo hagan, que los médicos estén más dispuestos a catalogar lo que se considera mosntruoso y actuar en consecuencia, o que los medios recortan el caso y esconden piezas. Otro dato: Bélgica también es pionera en el reconocimiento legal de la identidad de género; su ley data del año 2007. A la luz de la ley promulgada en la Argentina (en cuya redacción intervinieron activistas trans), de historias de carne y hueso que dan cuenta de la violencia de los consultorios médicos, psiquiátricos y legales sobre los cuerpos, la ley belga da un poco de miedo: admite el cambio en el documento de identidad siempre y cuando el individuo demuestre “constante, irreversible y profunda convicción de pertenecer al sexo opuesto al mencionado en el certificado de nacimiento” y además “deben someterse a la adaptación de cuerpo al sexo que pretenden tener luego de una justificación medica”.

La apelación al sufrimiento trans como si se tratara de algo que no aparece infligido por otros puede contribuir a una banalización del dolor, a una especie de limbo de responsabilidades y también a una nueva forma proba y progresista del abandono de persona. En nombre de un ideal de humanismo, la bandera de unos derechos le hace sombra a la de los otros y en la intersección de trapos los dos extremos de poder terminan juntándose del lado de la exclusión.

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