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Viernes, 10 de enero de 2014

BDSM ILUSTRADO

Menos que nada

 Por Pablo Pérez

Para el primer viernes después de haber llegado a París, había logrado hacer dos citas el bar Full Metal con dos de mis contactos Recon. Apenas intercambiamos saludos, ninguno de los dos me dio más bola que eso. Aburrido, tomé seis o siete cervezas y entré varias veces una cabina para fumar, donde apenas entraban unas siete personas de pie. Estaba cansado, bajo los efectos del jet lag, pero testarudo como soy, obstinado en tener una noche leather en París, pasé la noche yendo de la barra al "salón fumador" y de ahí de nuevo a la barra, hasta que en el bar quedaron unas cinco o seis personas.

Volví al viernes siguiente, esta vez más temprano y con los cueros y las botas bien lustrados. Estaba menos cansado que el viernes anterior y más sociable, me gané varias simpatías en el "salón fumador" convidando cigarrillos que había comprado en Buenos Aires. Así fue como conocí a un lindo pelado, morrudo y bastante simpático. Fuimos a un box privado y me convidó cocaína. Estábamos curtiendo bien, hasta que me preguntó "¿Qué hacés con esos guantes?" "Me da placer coger con los guantes de cuero puestos." "A nadie puede darle placer usar guantes", me contestó. Si estaba en el Full Metal era para tener un encuentro leather. Me subí los pantalones, salí del box y fui a la barra. El pelado me siguió, insistía con su lema "Nadie puede sentir placer con guantes". Al lado mío había un Leather Master, con guantes, por supuesto, acompañado por un muchacho alto, de pelo negro peinado con gel hacia atrás y bigotitos, parecía salido de una película de gansters. Con intención de socializar le hablé al Master: "Disculpe Señor, acá el amigo me dice que nadie puede sentir placer con los guantes de cuero puestos" "Es una de las cosas más placenteras que existen –me contestó mirando de reojo al pelado–. ¿De dónde sos?" "De Argentina." "Son muy simpáticos, los argentinos", dijo con una sonrisita socarrona. El pelado insistía en que fuéramos a su casa, pero yo preferí seguir ahí. El Master y su aprendiz fueron a un sector alejado de la barra y allá fui, directo a lamer sus botas. Entre los dos me pisotearon, hasta que el Master me agarró del pelo y me ubicó la cabeza a la altura del bulto de su aprendiz "Usalo. Dominalo", le decía. El aprendiz me forzaba a tragar su gran pija hasta el fondo. El Master me había sacado una bota, lo que interpreté como un código: con una bota menos, yo era menos. Quedé sometido a los golpes, siendo el esclavo chupapijas del aprendiz que disfrutaba de, tal vez, una de sus primeras experiencias de dominación. Yo ahí era un extranjero de paso, ni siquiera fui merecedor de una caricia en la cabeza después de haber recibido en la cara un torrente de waska, no valía nada, el grado más bajo de la esclavitud, me sentí una cosa. Un grupo de curiosos me rodeaba. Me levanté, me puse la bota y me acomodé los cueros. Fui al baño a lavarme la cara y fui a la barra a pedir una cerveza más, antes de salir a buscar mi revancha.

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