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Viernes, 10 de enero de 2014

¡Se les salió la correa!

Toda una semana de odios encontrados en pantalla: Rafael Correa da cátedra de progresismo conservador y alerta sobre la barbarie del fundamentalismo de género. La tele local compite a ver si logra superar en transfobia al presidente ecuatoriano. Todos nominados.

 Por Adrián Melo

Hace aproximadamente 2 mil años, Juvenal fue el primer poeta latino que intentó hacer una tipología de la homosexualidad. En sus Sátiras caracterizó primero a aquellos hombres a los cuales les repugnan las mujeres. En segundo lugar clasificó a aquellos que durante algún tiempo se ven imposibilitados de vivir con mujeres, como los marineros, los guerreros espartanos en campaña o los prisioneros de guerra. Sin embargo, el tipo de homosexualidad que más inquietaba a Juvenal es la de aquellos hombres que preferían ser mujeres. Juvenal se dedicó muy especialmente a parodiar a los que cultivaban una presentación de sí en buena parte femenina: ya sea en el vestido, en la manera de hablar o de comportarse. El colmo de la impudicia es formar parte de ciertas sociedades secretas de hombres que se visten y acicalan como mujeres, se aplican untos perfumados sobre los cuellos peludos, se alargan las cejas y se las tiñen con una línea de hollín a lo largo de las pestañas. Algunos movimientos feministas denunciaron la misoginia y el sexismo presente en estos textos. Sin embargo, a su vez, Juvenal era un profundo antimilitarista, denunció aspectos deleznables de la moral y de la sociedad romanas, y es autor, entre otras, de la contundente y célebre expresión “pan y circo” en referencia a ciertas costumbres de los tiempos imperiales. La ambivalencia de sus escritos le permitió, a pesar de la crudeza de sus imágenes, sobrevivir en algunos monasterios cristianos medievales.

Probablemente hoy día Juvenal podría encasillarse dentro del llamado progresismo conservador, una línea ideológica que parece recorrer el mundo desde el sillón de San Pedro –recordemos la aparentemente compasiva y seguramente ambigua frase del papa Francisco, que a la vez parece defender, tolerar y condenar a la homosexualidad: “Los gays y las lesbianas son estigmatizados sociales”; o la más reciente, que pide “nueva actitud de la Iglesia hacia los hijos de homosexuales”, como señalando que, ya que el mal existe, salvemos por lo menos a los inocentes– hasta retrasar procesos de cambio en torno de las políticas de derecho de las diversidades sexuales en las nuevas democracias latinoamericanas.

Seguramente el abanderado de esta creciente corriente es el presidente de Ecuador, Rafael Correa, quien ya habría hecho gala de su homofobia en 2012, utilizando el término marica como insulto a un periodista o haciendo en reiteradas ocasiones declaraciones en contra del llamado matrimonio civil igualitario. Pero esta vez llevó al extremo sus propuestas, sin aparente asesoramiento y apelando a un sentido común retrógrado destinado a sanar las heridas narcisistas de la vapuleada dominación masculina. En un discurso pronunciado en un mítin político del sábado 28 de diciembre pasado, Correa comenzó demandando –como todo progresista que se precie de tal– un “gran cambio cultural para acabar con esa injusticia de género”, pero aclarando a continuación que “una cosa es el movimiento feminista por igualdad de derechos, que lo apoyamos de todo corazón, pero de repente hay unos excesos, unos fundamentalismos en los que se proponen cosas absurdas: ya no igualdad de derechos sino igualdad en todos los aspectos, que los hombres parezcan mujeres y las mujeres, hombres”. Para rematarla señaló que “con la peligrosa ideología de género les están enseñando a nuestros jóvenes... que no hay hombre ni mujer natural, que la naturaleza no determina el sexo sino los condicionamientos sociales, y poder elegir mi género”. Según Correa, eso no resiste el menor análisis. Es pura y dura ideología para justificar un modo de vida que “respetamos, pero que no compartimos”, y que constituyen barbaridades que destruyen la base de la sociedad, que sigue siendo la familia convencional”. Luego ponderó lo que todos ponderamos y nos gusta a todos: los hombres masculinos y las mujeres femeninas. “Ahora me llamarán conservador, que no soy de izquierdas”, continuó el mandatario, citando peligrosamente a Pinochet y como si desconociera la historia de los profundos y largamente analizados desencuentros entre la llamada izquierda y las sexualidades diferentes de la heteronormativa.

El peligroso conservadurismo disfrazado de progresismo recorre tanto los macro como los microescenarios de la sociedad y el Estado. Así, la semana siguiente a la que Flor de la V denunciara los insultos a su persona por parte de Beto Casella y Viviana Canosa, Nicolás Repetto posaba para la revista Gente vestido de mujer. Como si travestirse fuera simplemente un juego o una divertida transgresión de género: uno de los machos argentinos por antonomasia disfrazado de mujer. Por supuesto que, a la vez que elegía desafortunadamente esas fechas para la sesión fotográfica, Repetto no se privaba de hacer declaraciones del tipo: “Fue normal para mí besar en la boca a Chávez. A veces uno se deja besar por un perro y no pasa nada”, o expresar su deseo de que sus hijos no sean homosexuales.

Esta semana, en este marco soñado por Correa, el históricamente homofóbico Fabián Gianola apareció en TV agrediendo a Flor de la V con la frase: “Yo quise trabajar tranquilo, pero me pusieron trabas”, mientras la mayor parte de los columnistas de la tarde subestimaban el hecho reduciéndolo a una humorada de Gianola, y aprovechaban para no tomar posición al respecto. A su vez, otros medios mostraron cierta insistencia en caracterizar a Zulma Lobato como una persona violenta, loca y anómala social a partir de una pelea con una vecina. En las declaraciones sonsacadas ayer a la vecina, ésta jamás se refirió a Zulma como una mujer, ni siquiera como una persona, sino como un espécimen sin nombre. No parece casual que en esta cruzada neoconservadora los principales blancos de ataque sean –como otrora lo hiciera Juvenal– las travestis, las maricas afeminadas y las mujeres marimachos. No olvidemos que, como señala Beatriz Preciado en Terror anal: “No sé por qué continuamos tragándonos la versión de la historia de que la revolución homosexual la hicieron los gays. Rectifiquemos: la revolución homosexual la empezaron las lesbianas, las maricas afeminadas y las travestis, las únicas que necesitaban de la revolución para sobrevivir”. Seguramente se percibe que también en ellas se cifra el potencial subversivo y el futuro de cambios más radicales.

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