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Jueves, 2 de abril de 2015

LIBROS

Turbios recuerdos de provincia

El joven francés Edouard Louis triunfa en el mundo con una autobiografía donde la violencia de género y la homofobia, distribuida en escenas elementales, son las verdaderas protagonistas.

 Por Daniel Gigena

Con más de 200.000 ejemplares vendidos en menos de un año y traducido ya a varios idiomas, Para acabar con Eddy Bellegueule (Salamandra), la autobiografía novelada de Edouard Louis (Hallencourt, 1992) se convirtió en un acontecimiento que traspasó las fronteras del ambiente literario francés. Por varios motivos: fue publicada poco después de la para algunos sorpresiva ola homofóbica que levantó el debate de la ley de matrimonio igualitario en Francia; contó con el apoyo del filósofo y ensayista Didier Eribon (autor de Reflexiones sobre la cuestión gay y de un libro de memorias que se vincula con el de Louis, Retour à Reims, donde Eribon relata su infancia como hijo homosexual de una familia obrera), que acompañó a su autor en varias presentaciones públicas, y además porque Louis, un joven de apenas veintidós años, cuenta en ese libro el calvario que padeció por el simple hecho de ser un chico al que le gustaban los chicos en un pueblo del norte de Francia con “poco espacio para la diferencia” y dominado, como en una parábola kafkiana, por una fábrica.

El registro de Louis, similar al de un etnógrafo o de un cronista que sufre en carne propia aquello que retrata (la violencia, el racismo, la injuria), mantiene con la literatura una distancia prudente, ya que en su autobiografía —cuyo pacto con la realidad es desde el comienzo alterado por la elección de un nombre ficticio, con resonancias semánticas de fábula popular— la escritura literaria representa casi el punto de llegada de una huida inevitable. “Empecé a leer, aprendí muchas cosas y entendí que un nombre no es sólo un puñado de letras. Un nombre es una historia y, para mí, Eddy Bellegueule significaba maricona, pobre. El cambio de nombre era como reinventarme”, comentó en una entrevista cuando su novela fue traducida al español (sobre este punto, una advertencia: como la escritura de Louis combina el clasicismo austero de un documentalista con la jerga de los habitantes del pueblo, la traducción quizás no puede evitar los “tíos duros”, “la pasma” y los “ándele a éste pártele la jeta”). Dividido en dos partes, Para acabar con Eddy Bellegueule retorna a episodios del pasado, “recuerdos que podrían haber sido insignificantes o triviales”, como se lee, y que con el paso del tiempo y el recurso de la narración adquieren sentido.

Sin embargo, ¿son tan triviales el rechazo familiar de los modales femeninos de Eddy, la violencia alcoholizada del padre y del hermano, la justificación por parte de las mujeres del comportamiento masculino, el acoso en la escuela y el filoso efecto de los insultos? En esa toma de distancia del autor respecto de su propio dolor reside una de las claves del éxito de la novela, ya que parece actuar como un tranquilizante para víctimas y victimarios, a su vez víctimas de un difuso sistema social encarnado en la falta de dinero, en una educación deficiente, en el árbol genealógico del maltrato (como se sabe, el que busca justificaciones siempre las encuentra). “Las palabras amanerado y afeminado eran como hojas de navaja que, cuando las oía, me seguían lacerando durante horas y días; las rumiaba y me las repetía a mí mismo. Me repetía que esas personas tenían razón. Tenía la esperanza de cambiar”, cuenta Eddy poco antes de que el deseo (¿o el cuerpo? En la novela pugnan silenciosamente ambas fuerzas cuando él intenta probar suerte con las chicas.) transforme ese afecto triste llamado esperanza en un plan de acción cuyo primer paso será fugarse de la familia, de la escuela, del pueblo y de la lengua del estigma.

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