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Viernes, 18 de diciembre de 2009

La picadora de carne

Que Ricardo Fort y Zulma Lobato, el otro personaje mediático que descolló en este año que termina, se hayan descubierto prontamente enemigos (sus cruces verbales han sido comidilla de los programas de chimentos), se debe a que ambos se saben finalistas de un juego de la silla que se dirime alrededor del trono de la celebridad más meteórica. (¿O es en el lodo de lo raro, de lo excéntrico, de lo queer, donde en realidad de trenzan?)

Zulma, la travesti que pasó de prostituirse en el conurbano bonaerense y denunciar los atropellos de la policía en Crónica TV a compararse, en cuestión de meses, con Moria, Susana, Mirtha, ¡y hasta con Evita!, es el reverso de Fort en lo que hace a los mecanismos de construcción de celebridad, por el hecho de que ella sí se hizo desde abajo. Pero por lo demás, si se atiende al grado de pose con que Zulma se convirtió casi instantáneamente en una diva (“creerse una diva es la mejor manera de serlo”, parece ser su lema, su modus operandi), lo que prima en ambos casos es un acting (ingenuo, en el caso de Zulma; autoconsciente, en el caso de Fort) que desnuda cuánto de artificio y simulacro puede haber en la fama. Y en esto no hay ninguna diferencia con el resto de la tribu de mediáticos: tanto Fort como Lobato captan la atención de los medios captando, simplemente, la atención de los medios. Es ese deseo de ser famoso encerrado en sí mismo, esa tautología, lo que gira la manivela que acciona la picadora de carne que es la tele.

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