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Viernes, 4 de febrero de 2011

Noches de Mediomundo

“Oh, mitad de mí.
Oh, pedazo arrancado,
extirpado de mí”

Chico Buarque

Era tal nuestra comunicación que nos aturdíamos incluso de silencio en medio del aluvión de fiesteros, desayunando a media noche en el Parakultural, cuando el público, por la misma escalera que los hacía parte de la escena por un segundo, comenzaba a llegar. Mientras, Batato se maquillaba como un colibrí y había un gran vaso de granadina en los camarines de espejos muy usados. La rutina garabateada en un cartel con alfileres y Omar Viola advirtiendo a cada rato los momentos de salida. En medio del trajín, a veces quedábamos solos. Justo el tiempo para verlo desvestirse y, desnudo, hurgar en el gran bolso mientras sacaba los pertrechos que lo volverían una gorda. Quería mostrarme algo especialmente, buscaba sin parar por todos los bolsillos. Cuando encontró un pequeño libro de tapas rojas, yo ya le había preguntado: “¿Buscás Clavel y Tenebrario, el libro de Marosa Di Giorgio?”. El, que sospechaba nuestro don, al comprobarlo, pareció asustado. “¿Cómo puede ser que sepas antes que yo las cosas?”

Batato, Humberto y Alejandro eran guerrilleras del panfleto. Se columpiaban locas de alegría por las trasnoches de Corrientes. “Pasan los putos”, decían algunos, pero esta vez con simpatía, sin la indiferencia asesina y delatora a la que hubieran estado expuestos apenas diez años antes. Como los hippies de los ’60 y los punks de los ‘80, se atrevían a entrar en el bar La Paz vestidas o, mejor dicho, desgarradas de mujer, protegidas por la impunidad que da el coraje. Una marcha de divas divertidas para atraer al público hacia Mediomundo Varieté. Cuando no actuaba, Batato eligió llamarse Sandra. Después de cada función corría a su casa a atender los llamados. Había que ganar plata de algún modo. Ponía avisos en el rubro de acompañantes. Sandra era una vikinga del deseo, bárbara como un mongol, muerta de risa por el insólito destino que la había traído a Buenos Aires, esta ciudad con los hombres más deliciosos del mundo. Ser prostituta, para ella, era, según decía: “Unir lo útil con lo agradable”.

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