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Viernes, 20 de diciembre de 2013

La palabra emancipada

Se editaron los ensayos de Sarduy (Fondo de Cultura Económica)

 Por Alejandra Varela

Sarduy encuentra en la repetición, en la cadencia de la mezcla, agotada de toda comunicación posible, el sustento de la perversión. La repetición entendida como un gesto que amplía los posibles destinos de la sexualidad, que la deja siempre sin objeto. Entonces surge Sade como el héroe perverso, aquel que ensaya con la persistencia de una búsqueda. Porque de eso se trata, de convertir la palabra en un ritual. Hay algo del orden de lo científico en estos atletas del deseo, al pensar en las condiciones de su acto amoroso. El cubano se alimenta de George Bataille, para quien todo pensamiento sobre el erotismo encierra una pequeña muerte, una proximidad al sacrificio. El sadismo es ese duelo, reducir al otro a la mera pasividad.

Es al francés a quien el autor le arranca la idea de que la mayor transgresión, el acto imperdonable, es el lenguaje obligado a hablar sobre el lenguaje. Entonces el Barroco abre las compuertas de lo accesorio, la eliminación de la historia, la emancipación de la palabra del mundo al que debería nombrar. No hay sentido, existe el puro encantamiento sensual de las sonoridades que chocan.

En las figuras de la retórica Sarduy encuentra equivalencias con los dramas humanos. La metáfora ha sido considerada como una enfermedad por Santo Tomás, algo exterior a la naturaleza del lenguaje. Y entonces el escritor cubano adhiere al Barroco porque en él da con esa revolución de la carne, esa emancipación contranatural de las palabras y sus sentidos y sus lugares discretos en la frase. El Barroco es la falla que agranda las variantes de un signo.

En estos Ensayos (Obras III) Sarduy recorta expresiones de un arte que elige como tema su propio soporte y lo iguala a la figura de un cuerpo. La ruptura con toda artimaña de trascendencia, el abrazo carnal con la literalidad lo une a Roland Barthes. Sin referencias externas, despojado de todo significado práctico, encuentra en esta operación una desobediencia moral, una anomalía.

Como en el erotismo la palabra barroca se enreda “en su desperdicio en función del placer”, crea su propia ley y se reafirma en la acción que la inventa.

“El” travesti vuelve a ser “la pantalla natural” de una obra que busca a la mujer abstracta, su totalidad. Su teoría se hace cuerpo en esa metamorfosis. Sarduy ve en el exceso una forma. La voluptuosidad, la desmesura del Barroco que se ajusta a esos cuerpos dramáticos donde instala su teoría, no es sólo el éxtasis carnavalesco sino la profanación quieta.

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