turismo

Domingo, 29 de enero de 2012

RIO NEGRO. EN EL BALNEARIO LAS GRUTAS

Olas patagónicas

En el límite de la estepa patagónica con el mar, altos farallones custodian las arenas blancas de Las Grutas: la ciudad balnearia rionegrina tiene, curiosamente, las aguas más cálidas de la costa argentina. Crónica de una visita con excursiones a la Salina del Gualicho, la más grande del país, y a la misteriosa meseta Fuerte Argentino.

 Por Julián Varsavsky

Llegué a Las Grutas una noche en mi primer viaje a la Patagonia, camino a Puerto Madryn. La idea era partir al día siguiente, porque en mi imaginario la Patagonia no era para ir a la playa sino esa mítica región semidesierta, con vastas planicies, donde la mirada se pierde en panoramas infinitos. Sin embargo, mi curiosidad se despertó cuando salí a recorrer la ciudad a la mañana siguiente y me encontré con una playa de 3 kilómetros de largo, con arenas blancas, que se extendía a los pies de unos farallones sedimentarios, donde las aguas de la pleamar cavan curiosas grutas.

Desde la rambla que bordea un barrio de casitas blancas con aires mediterráneos vi también un mar azulísimo y un sinfín de coloridas sombrillas que guarecían a los veraneantes, como si estuviesen en el Caribe. En los paradores de playa los parlantes arrojaban movida música brasileña; un grupo de jóvenes en bikini practicaba aerobic y varias familias jugaban al voley playero. Tuve la sensación de estar casi en Brasil, y me sorprendió también ver a la gente bañarse en el mar con sumo placer, ya que creía que las aguas de la Patagonia serían todas heladas.

Grutas marinas en los farallones de la costa.

Fue así que descendí a la playa por una escalinata y lo primero que hice fue tocar el agua, que resultó ser extrañamente cálida, más que la de Mar del Plata. La explicación me la dio el bañero que andaba por ahí: “En verano la temperatura del agua en Las Grutas oscila entre los 20 y 24 grados centígrados, es decir que son más cálidas que en todo el resto de la costa argentina. Y esto tiene que ver con los pronunciados flujos y reflujos de la marea, que cada 12 horas sube y baja su nivel entre cinco y siete metros. Cuando la marea baja, deja al descubierto una playa de entre 800 y 1200 metros de ancho, cuya superficie de arena y piedra queda expuesta al sol y absorbe su calor. Cuando las aguas regresan, seis horas después, el calor del suelo pasa a las aguas”.

El otro fenómeno que permite bañarse en aguas agradables es el de los piletones tallados por el hombre en la roca, muy cerca de la costa, que quedan al descubierto con la bajamar. Lo curioso es que hay como dos playas: no una al lado de la otra, sino una delante de la otra. En esos piletones el agua queda atrapada y al bajar el mar se calienta. Allí se ven centenares de peces y cangrejitos que quedan encerrados por unas horas. Una de esas piletas fue tallada muy pequeña, para que los niños puedan jugar sin exponerse a las olas.

Ante un panorama de playas tan agradable decidí posponer mi partida un día más para reposar en esa villa veraniega de 3000 habitantes que atrae a unas 180.000 personas por temporada. A la tarde salí a caminar por la calle peatonal y la plaza de Las Grutas donde, al caer el sol, comienzan a aparecer toda clase de artistas callejeros, malabaristas, titiriteros, artesanos, guitarristas, estatuas vivientes y retratistas. Mientras tanto, a cada lado de la peatonal se multiplican los pubs y restaurantes. Y eso no fue todo: durante mi caminata por la peatonal se me acercó una persona con un folleto y me preguntó si quería conocer la salina más grande del país, de modo que no dudé en aceptar y avisé en el hotel que me quedaba un día más.

La excursión a Fuerte Argentino incluye un colorido snorkeling en el mar.

EL GRAN SALAR Un camión overland Dodge tipo militar adaptado para el turismo nos pasó a buscar por el hotel a media tarde: así salimos rápidamente de ese oasis en medio del desierto que es Las Grutas para internarnos en la aridez de la estepa patagónica. Pero el objetivo de la excursión era atravesar un paisaje mucho más árido que la estepa. La Salina del Gualicho, a 60 kilómetros de Las Grutas, es la más grande de la Argentina y mide dos veces más que la ciudad de Buenos Aires. También es la segunda del continente, después del Salar de Uyuni.

Al rato de haber partido abandonamos el ripio de la Ruta 12 para avanzar sobre una huella de sal y vimos el salar a pleno, como un blanco mar. La llegada a la Salina del Gualicho es deslumbrante, con su planicie blanca hasta el infinito sin un solo arbusto ni vestigio aparente de vida. Difícilmente otro paisaje pueda transmitir mejor la idea de la nada más absoluta.

Las primeras estrellas aparecieron titilando en un cielo todavía luminoso y los guías colocaron junto al camión unas mesas con platos y copas. Y a la luz de las estrellas saboreamos un suculento pollo al disco con vino patagónico, una cena increíble que duró hasta la medianoche e incluyó el avistaje de estrellas con un telescopio.

Sin embargo, la estadía en Las Grutas se resistía a terminar. De regreso en el hotel el guía me ofreció otra excursión, llamada Fuerte Argentino, hasta una extraña meseta en medio de la nada. Otra vez dije que sí y avisé al hotel que me quedaba otro día más...

La Salina del Gualicho es la más grande de la Argentina.

A la meseta Fuerte Argentino partimos en el mismo camión y en el camino paramos en un pueblo de pescadores de pulpos que nos mostraron algunos secretos de su oficio. Luego descendimos en un cañadón con miles de ostras fosilizadas, y más tarde ingresamos al mar para hacer snorkeling. Todo terminó con unos lanzamientos en trineo por unos médanos y un suculento asado frente al mar.

Pero en Las Grutas también me ofrecieron bucear entre caballitos de mar, delfines y lobos marinos en el Golfo San Matías. A todo fui cediendo con naturalidad y me terminé quedando diez días en un lugar que no había subrayado en mi hoja de ruta, salvo como posibilidad para dormir si estaba cansado de manejar, pero que resultó ser una de las más atractivas sorpresas de la Patagonia costera, la mejor escala antes de Puerto Madryn y un destino –está a la vista– en sí misma.

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Un lobito de mar saluda a los visitantes junto a la meseta Fuerte Argentino.
Imagen: Fernando Skliarevsky
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