turismo

Domingo, 25 de marzo de 2012

SAN LUIS. LAS SALINAS DEL BEBEDERO

La sal de la vida

A 42 kilómetros de la capital de San Luis, un desierto blanco cambia súbitamente el paisaje: hasta el aire tiene un dejo salobre, bajo un cielo que brilla sin una nube. Son las extensas Salinas del Bebedero, de donde se extrae una conocida sal de mesa. Una visita para hacer en el día y terminar con el descanso de un baño termal.

 Por Graciela Cutuli

San Luis pinta en el mapa paisajes de contrastes. Después de la tierra que se quiebra en mil rojos en Sierra de las Quijadas, uno de los Parques Nacionales más agrestes e inhóspitos de nuestro territorio, un blanco tan intenso que obliga a cerrar los ojos, irrumpe frente a los visitantes que recorren la RN7 saliendo de la capital provincial en dirección a Mendoza. Es el blanco de la sal, esa sal que antaño fue moneda de cambio y hoy sigue reinando discretamente en las mesas de todo el mundo. Para los distraídos, un cartel con el logo bien reconocible de dos anclas cruzadas lo anuncia a los transeúntes con una flecha hacia la izquierda: “Desde San Luis a su mesa, 12 kilómetros”. Los más previsores tendrán en cambio un mapa, o un GPS que indique la cercanía con las Salinas del Bebedero, una gran depresión cercana al pueblo de Balde, que muchos visitan para disfrutar del agua termal.

El proceso de formación de la capa superficial de sal.

AGUA Y SAL Para los geólogos, las Salinas del Bebedero son una depresión tectónica rodeada de una zona de fallas geológicas: es decir, lo que fue muy antiguamente –en la Era Cenozoica– una laguna de aguas saladas, se convirtió en una gran depresión cuando los cambios climáticos ocasionaron una disminución de las lluvias. Así se fue formando un gigantesco yacimiento de sal, que abarca unas 6500 hectáreas y se explota para la elaboración y distribución de sal de mesa desde principios del siglo XX.

Los historiadores y los memoriosos, sin embargo, invitan a remontarse más atrás. Es que el “bebedero” que da nombre a las salinas no es un capricho sino la huella de una antigua realidad: en el pasado la depresión varias veces tuvo agua, tanta como para formar un gran lago salado, documentado por viajeros, naturalistas, científicos y hasta fugitivos de los indios durante el siglo XIX y hasta principios del siglo pasado, cuando se registró una fuerte desecación. El agua prosperó sobre todo durante el período que se conoce como Pequeña Edad de Hielo, cuando el lago sobre la actual salina alcanzó unos diez metros de profundidad. Pero son tiempos pasados: hoy todo es un gran desierto de sal, y el agua sólo un recuerdo. La causa fue probablemente el aumento progresivo de la temperatura mundial, que provocó una disminución de los glaciares en la Cordillera y por lo tanto mermó también el agua de deshielo.

Una capa blanca de 6500 hectáreas, donde hasta el aire se siente salobre.

UN PAISAJE DE PARVAS Hoy día, el último tramo del camino que lleva a la salina, sólo matizado por algunos tamarindos, es exclusivo para los salineros. Por allí también transitan cada día un puñado de visitantes, que solos o en grupo se acercan al Bebedero entre grandes montañas de sal, blanquísimas algunas y más grisáceas otras, cerca de las plantas de procesamiento. Las indicaciones son escuetas, pero precisas: Granel Parva 2, un letrero para entendidos. Y otros que invitan a los trabajadores y visitantes a dejar la menor huella posible de su paso, en pos de la preservación del ambiente y el recurso. Como recuerdo de otros tiempos, queda por allí también una pequeña locomotora de trocha angosta, donde se cargaba la sal y se llevaba al vecino pueblito de Balde.

Para el recién llegado es fácil el espejismo entre tanta blancura y bajo un calor abrasador: la vista parece engañar dibujando médanos al borde de la nada, mientras el único ruido en medio del silencio más absoluto lo ponen los crujidos de la sal después de cada paso cuidadoso. Según el día y la zona se percibirá mayor o menor humedad a medida que se avanza por la superficie de la salina: es que debajo de la depresión que se pisa hay una gran capa madre que sólo disuelve el agua de las lluvias, formando una salmuera seis o siete veces más salada que la del mar... Sólo en verano entra agua sobre la salina, agua dulce producto de las precipitaciones; luego de disolverse con el cloruro de sodio de la capa madre, comienza la época en que el agua se va evaporando por la radiación solar y queda una gruesa capa de granos de sal de un metro de espesor. Un fenómeno natural y renovable, como el que se registra en otras salinas del norte y el sur del país, también meta frecuente de visitas: en particular las Salinas Grandes de Jujuy, y la Salina del Gualicho en la costa rionegrina, cerca de Las Grutas.

Cuando la capa de sal ya es lo suficientemente espesa, bastante como para que los equipos extractores –camiones y cosechadoras, entre otros– puedan transitarla sin romperla, para evitar que se mezcle con tierras y otras impurezas, comienza un proceso de raspado de la parte superior: es la “cosecha” de la sal, que luego se acopia sobre grandes parvas en “playas” o explanadas de estacionamiento. Cada año, el espesor de la sal –-de entre uno y cuatro centímetros– varía según la cantidad de agua que haya recibido la laguna y la acción de la evaporación, por los vientos y el sol. Pasado un tiempo de estacionamiento, que puede durar alrededor de un año y hasta dos, el proceso sigue con el refinado de la sal destinada al uso alimentario: se trata de un lavado con salmuera saturada que busca eliminar cualquier tipo de contaminante, pequeñas sales adheridas y otros elementos. Un período de centrifugado asegura que sólo quede la sal pura, sometida a un tratamiento térmico: queda entonces el último paso, consistente en separar el producto en función del tamaño de los cristales, para empaquetarla tal como todos los consumidores las conocen: sal fina, sal gruesa, sal entrefina y sal impalpable. Un largo camino desde estas parvas imponentes, donde se estima que se acumulan unos 80 millones de kilos de sal, que además de terminar en las mesas familiares tienen otros usos: desde las piedras de sal para el ganado hasta la industria petroquímica, la farmacia y las capas que se extienden sobre el asfalto cuando nieva.

Parvas de sal y parte del proceso de extracción con maquinaria.

AGUAS TERMALES A unos 15 kilómetros de las Salinas del Bebedero, la visita de este circuito cercano a la capital de San Luis sigue por un pueblito que tiene aires de otros tiempos. Balde (“aljibe”, según el uso local de llamar al pozo con el nombre del recipiente para sacar el agua) nació como posta de paso refrescante en el extenso y desértico camino entre San Luis y Mendoza, cuando los primeros pioneros se lanzaban a los caminos de la provincia a fuerza de caballo y carreta. Antiguamente se decidió entonces abrir un canal para abastecer de agua a los animales: a los 16 metros de profundidad apareció el agua potable, pero excavando mucho más profundo apareció también el agua termal, a 42 grados. Hoy es ésta el agua que se distribuye en toda la localidad, nacida alrededor de una vieja estación ferroviaria que fue la herencia natural de la primitiva posta. Aquí funcionan hoy dos centros termales, el Complejo Los Tamarindos y las termas municipales, que ofrecen camping y varios servicios adicionales: ninguno de los dos goza de gran infraestructura, aunque Los Tamarindos tiene una agradable piscina cubierta, y ambos bien pueden ser un alto refrescante y tranquilo después de la visita a las salinas, que no es de gran exigencia, pero sí cansa por las altísimas temperaturas

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Un desierto de sal y, a lo lejos, algunas construcciones mínimas para el trabajo cotidiano de los salineros.
Imagen: Graciela Cutuli
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