turismo

Domingo, 3 de junio de 2012

MISIONES. MARAVILLAS EN TIERRA ROJA

Orquídeas, ríos y caballos

Las Cataratas del Iguazú ya fueron declaradas formalmente una de las Siete Maravillas Naturales del Mundo, lo cual sin duda atraerá una mayor afluencia de extranjeros. Pero esa distinción también tendrá su impacto sobre otros tesoros naturales misioneros más agrestes. Entre ellos está el pueblo de Montecarlo, en el centro de la provincia, base para visitar grandes orquidearios, un laberinto vegetal, la primera casa donde vivió el Che y un acuario de peces autóctonos.

 Por Julián Varsavsky

La semana pasada las Cataratas del Iguazú fueron declaradas formalmente una de las Siete Maravillas Naturales del Mundo, en una fiesta donde participaron autoridades nacionales, provinciales y el presidente de la Fundación New Seven Wonders. Hubo música clásica, fuegos artificiales y planes de hacer siete museos, uno en cada Maravilla Natural, reproduciendo en miniatura todos los paisajes consagrados, para que los viajeros de un lugar conozcan los demás y se tienten con viajar.

Para los argentinos la novedad es que gracias a esta declaración vendrán muchos más extranjeros, pero también es un recordatorio del valor que tiene nuestra la naturaleza, que en Misiones va mucho más allá de las cataratas y abarca todo un sistema de ríos y fragmentos de selva, bastante depredada, pero que todavía se puede disfrutar a pleno en diferentes sectores de la provincia. Uno de esos lugares para continuar el viaje después de conocer Puerto Iguazú es Montecarlo, en el centro oeste misionero, donde es posible alojarse en cabañas en la selva junto al río, cabalgar por las entrañas de la jungla, visitar asombrosos orquidearios, recorrer la casa donde el Che Guevara dio sus primeros pasos y conocer un acuario muy original de fauna autóctona.

Los bagres del Aquarium Montecarlo, uno de los gigantes del Paraná.

EN MONTECARLO Una mirada más tradicional ve a Misiones como una provincia con una identidad muy homogénea. Pero cuando se sale a recorrer sus entrañas se descubre una diversidad dividida en submundos culturales muy marcados a lo largo de las tres rutas troncales que cruzan Misiones longitudinalmente: la RP 2 en el borde derecho del mapa limítrofe con Brasil, la central RN 14 y la RN 12 que costea el Paraná limitando con Paraguay. A la vera de cada una de estas rutas sus habitantes hablan con tono e incluso idiomas diferentes: castellano con distintos acentos, guaraní y portugués, tienen gastronomías diferentes, siembran otros vegetales, pintan las casas a su manera y tienen orígenes raciales variopintos.

A Montecarlo se llega por la RN 12, que bordea el Paraná y limita con Paraguay. Sus habitantes son en general descendientes de suizos, alemanes, daneses y paraguayos. El acento tiende por lo tanto al paraguayo y muchos directamente hablan guaraní. Aquí no se plantan porotos como en el límite con Brasil, sino maíz y mandioca, típicos del Paraguay, con los que se preparan el reviro, el chipá guazú y la sopa paraguaya (que no es sopa sino budín). Junto a la ruta se ven algunas iglesias luteranas, la tierra no se ara con bueyes sino con tractorcitos y en las chacras los campesinos tienen todo “a lo chamamé”: es decir, desordenado en galpones donde se amontonan herramientas de trabajo, tractores oxidados y el producto de la última cosecha.

La razón principal para ir a Montecarlo es ir a descansar en unas cabañas junto a un arroyo rodeados por la selva. Y esa opción en apariencia simple pero en verdad sofisticada la ofrece el complejo de cabañas La Misionerita, que se levanta sobre una lomada con una hermosa vista al arroyo Itá Curuzú, que nace a 100 kilómetros del lugar y es uno de los pocos de la zona que no está contaminado.

Montecarlo está a 1200 kilómetros de Buenos Aires, en un lugar intermedio para visitar diferentes destinos de la provincia: Puerto Iguazú a 120 kilómetros, las ruinas de San Ignacio a 80, el Salto Encantado a 80 también y los Saltos de Moconá a 190 kilómetros. La Misionerita es la base ideal para recorrer todos esos lugares, incluyendo las Cataratas del Iguazú si uno está con auto propio. En general los visitantes se quedan tres o cuatro, días aquí y luego siguen viaje hacia Puerto Iguazú. El complejo tiene cinco cabañas de madera de diferentes tamaños, bien espaciadas una de la otra, camufladas entre la vegetación. Para evitar los bichos de la selva están levantadas sobre pilotes. Los servicios incluyen un jacuzzi en la selva y hay un largo circuito de caminata guiada por un baqueano, donde se observan árboles como el loro negro, el anchico colorado, el laurel amarillo y el guavirá.

Sobre 50 hectáreas, La Misionerita incluye un agradable balneario junto al arroyo, donde se puede nadar. A veces se avistan coatíes, monos caí, tucanes (el chico y el grande), lobitos de río, carpinchos, nutrias y tortugas. Su restaurante de comidas autóctonas atrae a muchos viajeros rumbo a Puerto Iguazú: allí se sirven entradas como chipá soó (relleno con carne picada), sopa paraguaya, chipá guazú (tarta de choclo con queso), ajíes al vinagre y mondongo al escabeche. Como plato principal se puede comer parrilla a la leña tipo espeto corrido con acompañamiento de mandioca frita. También hay ñoquis de mandioca, chuletas de cerdo con ensalada de papa, entrañas a la parrilla con arroz blanco y pacú desespinado a la parrilla con salsa roquefort o provenzal. Para los postres se pueden saborear porciones de papaya o naranjas en almíbar y peras al vino tinto.

Las cabañas de La Misionerita están camufladas en la selva.

ORQUIDEAS DEL TROPICO Margarita Gotz de Franke, “Rita”, es una típica misionera de piel muy blanca hija de alemanes, que vive en una casa rodeada de jardines y viveros donde tiene unas 15.000 orquídeas, a las que cuida y mima con pasión desde hace décadas. Su otro amor son los perros salchicha, de los que tiene cinco en la actualidad, aunque tuvo alrededor de un centenar en toda su vida. La pasión de Rita es también uno de sus medios de vida, ya que en el orquideario que lleva su nombre vende las delicadas flores. Su otro trabajo es la venta de neumáticos, aunque le gustaría alguna vez poder dedicarse sólo a las orquídeas.

En Montecarlo hay 25 floricultores registrados, pero en la ciudad todo el mundo tiene orquídeas en su casa: por eso aquí se hace la Fiesta Nacional de la Orquídea y de la Flor, que este año será entre el 3 y el 8 de octubre, según anticipa Rita. La floricultora asistió al Campeonato Mundial de Orquídeas en Río de Janeiro (1995), donde ganó una planta con cinco flores que “parecía una porcelana”: una catleya walkeriana de color rosa muy suave típica del norte de Brasil. En su vivero ella tiene una planta de esa especie que requiere un tratamiento especial, ya que en el nordeste de Brasil llueve una mitad del año y la otra no. Entonces en Misiones no la riega por un mes y medio, luego la baja del árbol, le da agua y así florece.

Rita es quizás una de las personas que más conoce de orquídeas en el país. Por eso da cursos en el INTA y produce flores a gran escala con unos pocos ayudantes, entre ellos su marido, que le hizo los viveros. En el Orquideario Rita Frank hay unas 15.000 plantas, incluyendo 30 variedades de bromelias, pero lo que más abunda son las orquídeas, distribuidas en tallos de naranjos y limoneros o en fragmentos de corteza de pino a la sombra de varios viveros. A las orquídeas –dice Rita– no les gusta estar demasiado juntas, ya que necesitan mucha luz, agua y ventilación. A veces se enoja con alguna porque no florece y entonces la amenaza: “Te voy a cambiar de lugar”. Cuenta también que a las orquídeas “les gusta que las mimen y las cuiden”, especialmente cuando se agarran piojos. En esos casos las tiene que limpiar con un cepillo de dientes, agua y alcohol, para después aplicar un bactericida. A veces llegan al orquideario fanáticos que quieren comprarle piezas premiadas en concursos, que Rita no quiere vender. Hay quien ha ofrecido 600 dólares por una orquídea para convencerla..., y también cuenta que en Japón se venden orquídeas por 10.000 dólares.

Rita comenzó con su pasión en la década del 60, cuando iba a recoger orquídeas de los árboles tumbados para hacer la RN 12. “En aquel momento no había Internet, así que no sabíamos nada de las orquídeas hasta que una tía me mandó un libro desde Alemania y comenzamos a estudiar. Mis preferidas son los zapatitos de Venus o Paphiopedilum, una de las especies que más vendo, porque son fáciles de cultivar para los no expertos... Si no la gente se frustra porque se les mueren”, asegura Rita, a quien le llevó tiempo acostumbrarse a no buscar la flor más linda sino la que puede vivir en las condiciones ofrecidas por el clima misionero. Algunas orquídeas en Misiones no tienen su insecto polinizador, de modo que ella misma se encarga de polinizar con un palillo. En sus jardines nuestra anfitriona tiene entre 500 y 600 especies de orquídeas, de las cuales conoce cada nombre y características. Por ejemplo, uno de los ejemplares emite olor solamente por la noche, porque la poliniza una mariposa nocturna.

Los caminos de tierra roja surcan los alrededores de Montecarlo.

PECES AUTOCTONOS El Aquarium Montecarlo es muy original en su tipo, ya que tiene sus peceras al aire libre en un selvático jardín. Aquí el hábitat de los peces de río está reproducido en cubículos, con tres paredes de roca y un frente de vidrio, generando una imagen similar a la que se podría ver al bucear bajo las aguas del Paraná. La guía de la visita explica que en el río Paraná hay 250 especies de peces, aproximadamente el 50 por ciento de la diversidad total de los ríos argentinos, aunque sus poblaciones están muy diezmadas por la contaminación y las represas. Por estas ventanas al río se ven cortes transversales con la flora subacuática, que reproducen los ecosistemas donde conviven la tilapia con el relojito de río, el bagre picudo, el patí, el armado y la boga.

En otra pecera está la anguila, un pez primitivo que tiene columna vertebral en lugar de costillas. La morena, en cambio, es más evolucionada y tiene aletas que le permiten nadar para atrás y para los costados, igual que el vuelo del colibrí. Una rareza son los armados, que con su línea oscura lateral perciben sonidos. Y otro muy original es la juanita, que cuenta un falso ojo en la cola, apéndice que coloca al frente cuando la están por atacar. Si un predador le tira un tarascón, la juanita no pierde la cabeza sino la cola, que se le regenera en dos meses.

En las peceras de los bagres hay algunas de las 60 variedades de este pez que no tiene escamas sino piel y usa bigotes. Los bagres tampoco tienen párpados, y por eso el guía advierte a los visitantes que un flashazo lo dejaría ciego. Finalmente, en una especie de subsuelo están los “colosos del río”: el pacú, el dorado, el surubí y el manguruyú. Y en una pecera hay alevinos de dorado de un centímetro, que en pocos años llegarán a medir 80 centímetros.

A caballo por los remanentes de la selva misionera.

A CABALLO POR LA SELVA Sobre la RP 212, casi sobre ruta 12, a 800 metros del pueblo de Caragüatay, Mariela Seifert organiza cabalgatas por la selva que se pueden hacer desde Montecarlo. La excursión parte desde el establecimiento agrícola de la familia Seifert, de origen alemán. Por lo general, se sale a cabalgar por una hora entre árboles gigantes, avistando toda clase de orquídeas y helechos gigantes. Durante el paseo Mariela cuenta que es veterinaria especializada en caballos; además cría y vende caballos de pato, su deporte favorito. La idea surgió de la confluencia de dos factores: “Mantener una selva virgen no es negocio a menos que luego la tales y criar caballos tampoco. Entonces mantuve mi selva y llevo turistas a cabalgar por ella”, explica nuestra anfitriona.

Los senderos caracolean por la selva y atraviesan una plantación de yerba y otra de pinos, bordeando un arroyo ideal para darse un chapuzón. Otra alternativa son las cabalgatas de día completo por diferentes circuitos, uno de ellos para visitar un añoso timbó gigante, especie muy castigada que hoy en día es una rareza de la selva misionera.

La cabalgata al Refugio de Vida Silvestre “Timbó Gigante” se hace dentro de una reserva natural de 200 hectáreas. Este ejemplar de timbó mide de 43 metros de altura y tiene un tallo de 2,10 metros de diámetro, coronado por una copa con forma de sombrilla de 6,50 metros de circunferencia. El timbó es de por sí uno de los gigantes de la selva paranaense, y este ejemplar es uno de los más altos de la provincia. En Misiones más de la mitad de la superficie de selva original ha sido reemplazada por cultivos y forestaciones de pino: una de las consecuencias es que el timbó está amenazado. Su fruto es una pequeña baya negra con forma de oreja llamada por los guaraníes “cambá nambi” (oreja negra), que sirve para alimentar a varias clases de mamíferos. La copa del timbó sobresale claramente por encima del dosel superior, que vendría a ser el techo de la selva. Este punto estratégico es utilizado por muchas aves rapaces para visualizar a sus presas, como es el caso del águila arpía, otra especie en peligro de extinción.

EL LABERINTO Y EL CHE Desde Montecarlo se visita, en la vecina localidad de Caragüataí, el Solar del Che, un museo que remite a los primeros años del guerrillero. El Che, nacido en Rosario, fue traído hasta aquí cuando era muy niño por sus padres, que habían elegido vivir en plena selva. Entre la vegetación quedan algunos ladrillos de aquella primera casa donde vivió el Che, y cerca está el museo donde se exhiben fotos de su infancia. Hoy el área selvática de 22 hectáreas con árboles y tierra roja donde está el Solar del Che es el Parque Provincial Ernesto “Che” Guevara.

El otro emblema de Montecarlo es su laberinto vegetal en el Parque Vortisch, donde se realiza la Fiesta Nacional de la Orquídea y la Flor. Este laberinto de ligustrina mide 3100 metros cuadrados, tiene 1700 metros de corredores y 510 esquinas. Su salida es por el centro, donde se sube a una pasarela. El record para salir del laberinto lo tiene una persona que lo recorrió en 16 minutos, pero hay otros que tardan hasta dos horas en salir, si es que el orgullo no les permite pedir ayuda al cuidador, quien observa todo desde un balcón.

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Las portentosas Cataratas. Una puerta misionera que invita a descubrir las entrañas de la selva.
Imagen: Julian Varsavsky
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