turismo

Domingo, 7 de septiembre de 2003

MISIONES FIESTA NACIONAL DEL INMIGRANTE

Brillos de Oberá

Por Graciela Cutuli

El famoso crisol de razas que forjaron las sucesivas olas de inmigración en la Argentina tiene algunos lugares emblemáticos, donde todas las colectividades parecen haberse dado cita: Oberá, en el centro de la provincia de Misiones, es uno de ellos. Catorce colectividades se asentaron en esta región, compartiendo culturas, comidas, tradiciones e idiomas al abrigo del hospitalario suelo misionero, y cada año lo celebran en septiembre en la Fiesta Nacional del Inmigrante. Brasileños, japoneses, alemanes, suizos, rusos, italianos, paraguayos, árabes, españoles, franceses, peruanos, polacos, ucranianos y nórdicos reivindican así cada año la memoria de sus pueblos unidos bajo el mismo cielo argentino. No en vano Oberá también es conocida como la “Ciudad de la Paz”, un ejemplo de convivencia para los casi 200.000 turistas que la visitan cada año.

Colonos en tierra roja Oberá, tan marcada por la presencia de los colonos europeos, tiene sin embargo un nombre bien guaraní, que significa “brillante”. Es la segunda ciudad de Misiones por su tamaño e importancia, y su posición central la convierte no sólo en un destino turístico ideal, sino también en un lugar de paso casi obligado cuando se recorren por tierra los principales atractivos misioneros. Dicen que “todo aquel que se ha manchado con tierra colorada ya no la abandona”, y de ese proverbio bien pueden dar fe los numerosos colonos que, atraídos por la fertilidad del suelo y la bondad del clima, eligieron quedarse en este lugar para siempre.
Oberá fue fundada sobre las Sierras del Imán, una formación de origen basáltico que debe su color rojizo a la oxidación que provocan la erosión y las precipitaciones. Es conocida –como tantas otras localidades de la provincia– por sus plantaciones de té y yerba mate, pero también por los talleres textiles, de autopartes, cerámicas y premoldeados que muchos de los colonos ayudaron a fundar y asentar. Su historia se remonta a los principios del siglo XX, cuando en 1913 un grupo de inmigrantes puso la piedra fundamental del Parque Sueco Svea, semilla de una nueva colonia nórdica. No tardaron en sumarse suizos, luego brasileños y más tarde, ya para mediados de la década del 20, criollos procedentes de la pampa húmeda. Hoy se la conoce como la Ciudad de las Iglesias –tiene más de 35– pero en sus comienzos apenas si existía la Iglesia Luterana Sueca. Al contrario de la mayoría de las ciudades de fundación española, Oberá no tuvo templo católico hasta 1934, cuando tras la llegada del primer cura se funda la primera capilla en las calles Córdoba y Santa Fe. Pero aunque Oberá no tenía iglesia sí tenía santo patrono: ya en 1930 dos italianas de Padua habían hecho la promesa de consagrar la ciudad a San Antonio si las ayudaba a pasar bien la larga travesía hasta América. El santo cumplió, y ellas también hicieron su parte...

De paseo por la ciudad Rojo y verde, los colores de la tierra y de la selva tropical donde está enclavada, son los colores distintivos de Oberá, que con los años se consolidó como el principal centro comercial de la zona central de Misiones. Basta entrar en la ciudad (llegando desde L.N. Alem) para encontrarse con el Parque de las Naciones, que todos los años alberga la multitudinaria Fiesta Nacional del Inmigrante. Poco después asoma el Jardín de los Pájaros, un zoológico dedicado a las aves donde pueden verse muchas especies autóctonas y otras exóticas. Si bien lo ideal es conocerlas en su hábitat natural, la selva misionera, el zoológico permite acercarse con más facilidad a especies como el tucán y el aguilucho colorado, no siempre fáciles de avistar. No muy lejos, sobresale entre las construcciones aledañas la llamativa Iglesia Inmaculada Concepción, dedicada al culto católico ucraniano, que mantiene los ritos bizantinos antiguos. Las influencias bizantinas se notan también en la cúpula recubierta de placas de cobre, los coloridos vitrales y frescos, y en el detalle de que el interior de la iglesia sólo admite pinturas. Tomando luego por la avenida Libertad se desemboca en la céntrica Plaza San Martín: éste es el corazón de Oberá, donde se levantan la Municipalidad, la Casa de la Cultura, el Museo de Ciencias Naturales Florentino Ameghino y el Santuario Nuestra Señora de Schoenstatt, réplica de un pintoresco santuario alemán cuya congregación está establecida hace décadas en el país (hay otros en Buenos Aires, La Plata y Florencio Varela). Prácticamente enfrente, la iglesia de San Antonio exhibe sus propias –aunque muy diferentes– reminiscencias alemanas, inspiradas en el gótico y el expresionismo. Entre uno y otra, la avenida Sarmiento es el eje central de Oberá, y uno de los lugares más lindos para pasear: articulada en varias plazoletas sucesivas, cada una fue dedicada a una de las colectividades instaladas en la ciudad, que son las encargadas de cuidarlas.
Saliendo del centro, y dejando atrás el Ofidiario (donde se pueden conocer en forma segura varias de las serpientes que viven en la selva misionera) y el Autódromo, tradicional centro de competencias automovilísticas, se llega al Salto Berrondo. Misiones abunda en saltos de agua, pero como las Cataratas se llevan toda la fama fuera de las fronteras provinciales los demás son poco conocidos (excepto los Saltos del Moconá, que en los últimos años se convirtieron en uno de los destinos preferidos del turismo aventura nacional). Oberá tiene entonces su propio salto, el Berrondo, en torno del cual se construyó todo un centro turístico habitualmente elegido por locales y turistas para pasar un día al aire libre. El centro tiene amplia infraestructura –sector para carpas, pileta, espacios para tomar sol, quinchos, miradores y bancos– pero lo más lindo es tomar el sendero que lleva hasta la parte superior del salto, de 12 metros de altura, u observarlo desde el mirador que está justo enfrente. A unos 15 kilómetros también vale la pena conocer el Salto Krysiuk, situado en terrenos de la familia homónima, y muy lindo gracias a sus cascadas de seis metros de altura. En las afueras de Oberá también hay que conocer la Reserva Mbotabí, la segunda reserva natural de la selva provincial, que tiene fines turísticos pero también de investigación científica sobre el hábitat misionero.

OberA de fiesta La Fiesta Nacional del Inmigrante engloba eventos paralelos de artesanía y comercio, y es la gran cita de Oberá, cuidadosamente preparada por cada colectividad a lo largo del año. La celebración tiene varios aspectos: por un lado los stands comerciales, con rubros que van desde los autos hasta las herramientas para el campo, los alimentos, viajes y turismo, industria metalúrgica, telefonía y construcción, y por otro los stands artesanales, dedicados a las tradiciones y saberes de cada país. Lo más lindo y llamativo son los pabellones de las colectividades, construidos como viviendas típicas de cada una de sus regiones de origen. Por supuesto, la gastronomía tiene un lugar central: cada inmigrante que llegó a Oberá llevó sus tradiciones a la mesa, y entonces no es de extrañar que la Fiesta sea un placer para el paladar. Los alemanes ofrecen tortas negras y salchichas con chucrut, los rusos licor de grosellas o “moskovski borsh”, los italianos conejo a la cazadora y lasañas, los nórdicos estofado de cordero y “gris stek”, los suizos fondue, los árabes cordero, puré de garbanzos y kipe, los españoles paella, empanada gallega y callos a la madrileña, los franceses ranas, los peruanos ceviche, los japoneses yakitori, arroz al curry y brotes de bambú, los paraguayos mbeyú y los polacos golomki (arrollado de arroz y hojas de repollo). Ocasión ideal para probar comidas, conocer otras culturas e idiomas, y admirarse de lo lindas que son las chicas gracias a la mezcla de razas (como es tradición en estas fiestas, también se elige una Reina de los Inmigrantes). Cada una de ellas prepara sus mejores dotes, vestimentas y coreografías para la noche de la elección, uno de los eventos centrales junto con los desfiles, presentaciones de danzas típicas y recitales musicales. Quien haya visitado Oberá durante la Fiesta del Inmigrante tendrá la impresión de haber viajado mucho más lejos, de haberdado la vuelta al mundo pero siempre recibido por la cálida hospitalidad misionera: es una buena manera de prepararse para la llegada de la primavera.

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Senderos de tierra colorada serpentean en la espesura de la selva misionera.
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