turismo

Domingo, 20 de julio de 2014

RíO NEGRO. PARAPENTE, CANOPY Y ESQUí

Bariloche se puso blanca

Nevó por fin en Bariloche y las laderas están cargadas de mucha nieve para deslizarse con suavidad sobre esquís y trineos en los cerros Catedral y Otto, sobrevolar las cimas blancas en parapente y atravesar los bosques a la altura de las copas haciendo canopy.

 Por Julián Varsavsky

Fotos de Julián Varsavsky

Este año la nieve se hizo desear en la Patagonia. Pero el miércoles pasado Bariloche amaneció blanca, con Defensa Civil recomendando –en lo posible– no sacar el auto de las casas si no fuese muy necesario. El hecho es que, justo antes de las vacaciones de invierno, nevó en serio por primera vez en la temporada y hay suficiente espesor blanco para jugar en la nieve a lo grande, los chicos como locos y los adultos como niños.

Nuestra primera aproximación lúdica al minimalista paisaje nevado es con un plano general desde el cielo, en un parapente. Ernesto Gutiérrez, piloto desde hace 21 años, nos pasa a buscar por el hotel con su camioneta para subir la ladera del cerro Otto.

Una vez en la zona de lanzamiento comienzan los rigurosos preparativos de colocarnos casco y arnés, asegurar la rosca de los mosquetones y acomodar bien la vela en el suelo abierta en abanico.

Se aproxima el despegue en un biplaza, un vehículo en el que el pasajero va casi a babucha del piloto. El único momento en el que tengo que aportar algo es al despegar desde una plataforma natural sobre una pendiente. Ernesto pregunta si estoy listo y con un guiño nos entendemos.

Con la llegada de una brisa fuerte comenzamos a corretear como un cóndor cuando despega del suelo: la vela se infla, presiona hacia arriba y un tirón nos eleva con rapidez. Sin transición alguna quedamos “colgando” de una nube, no tanto con sensación de volar sino de flotar, como si por un sortilegio hubiese desaparecido la fuerza de gravedad.

El piloto estudia los vericuetos del aire y comanda nuestra nave con apenas dos manijas atadas a unos hilos que suben hasta la vela. Estas le permiten doblar y regular la velocidad. Para subir sólo dependemos del viento y de que Ernesto “pesque” una corriente térmica de aire cálido, para usarla como los surfistas a las olas.

A pesar de ser un día invernal, el cielo está soleado y por eso hay algunas térmicas que nos permiten alcanzar los 2000 metros de altura sobre el nivel del suelo.

Luego de un rato la tensión inicial comienza a ceder: el vuelo es distendido y a poca velocidad. Un cóndor se acerca desde el horizonte estepario rumbo a la cordillera, donde tienen sus nidos entre las rocas. A la altura del cerro Otto los cóndores suele tomar altura aprovechando las mismas térmicas que nosotros. A lo lejos distingo los lagos Nahuel Huapi, Moreno, Mascardi y Gutiérrez, y los cerros Catedral, López y Tronador. Incluso el volcán Osorno se ve algo borroneado en tierras chilenas. A la derecha la planicie hace su transición de la estepa al bosque andinopatagónico.

El parapente va descendiendo en círculos, casi con la suavidad de una pluma. Y nuestros sentidos alcanzan un plácido nirvana de alto vuelo, resultado de una profunda exploración de las fuerzas invisibles que pueblan el espacio vacío.

Canopy a la altura de la copa de los árboles, para sobrevolar el paisaje patagónico.

POR EL ESTRATO SUPERIOR Hay otra forma de sobrevolar el paisaje blanco, sin tanta altura pero con cierta cuota de vértigo: el canopy entre la copa de los árboles. Esta actividad se practica en el cerro López y consiste en colgarse de un arnés para ir de copa en copa entre los árboles, a la altura en que los monos inexistentes en la Patagonia recorrerían estos bosques.

Una camioneta 4x4 trepa la ladera del cerro López llevándonos hasta el parque de aventuras. Una vez allí nos colocamos un arnés como el del parapente, pero ahora no estaremos colgados del cielo sino de un cable de acero.

Antes de dar el salto inicial con la técnica de tirolesa –que se usaba en el Tirol europeo para unir dos barrancos– me detengo un instante frente a la novedosa perspectiva del estrato superior del bosque de coihues. Además veo a lo lejos el lago Moreno, el Hotel Llao Llao y Puerto Pañuelo en el lago Nahuel Huapi.

Doy el primer salto y cruzo de un árbol a otro a toda velocidad. Detrás de mí una mujer descarga su adrenalina con un grito desaforado que retumba en el bosque. En total unimos diez plataformas en desnivel decreciente, con un recorrido de 1500 metros. En el último tramo hacemos un vertiginoso “sobrevuelo” de 250 metros de largo entre dos coihues centenarios.

UN BAR DE HIELO “Un whisky on the rocks, por favor, pero sin hielo.” “Cómo no, aquí lo tiene.” El diálogo no es de locos, sino que se oye en el Ice Bariloche, ya que los vasos son de puro hielo. Por dentro el bar es como una caja de cristal con cambiantes luces de colores, donde las superficies son lisas, gélidas y semitransparentes. Sus barmen hacen turnos cortos, de apenas 15 minutos, porque de lo contrario se congelan. Luego vuelven a entrar.

Inaugurado hace dos años, este frío bar funciona todos los días hasta las dos de la mañana, es decir que los viajeros lo usan para la previa antes de ir a bailar. Aunque allí mismo se arma baile con un DJ que, para no congelarse, tiene su sala de equipos afuera.

Antes de ingresar al bar nos entregan una capa térmica con capucha para soportar el frío y no mojar la ropa si nos sentamos o acodamos en la barra. La temperatura oscila entre los cinco y ocho grados bajo cero. Como todo el mundo, nos tomamos un trago en vaso de hielo, vemos las esculturas de un mamut en la pared y una silla con cabeza de león, y salimos al bar exterior –bien calefaccionado– para después volver a entrar.

En total son 40.000 kilos de hielo incluyendo una caverna a la que se puede entrar y sillones con almohadón de plástico, todo esculpido con motosierras por el escultor José Luis Mezquida, quien normalmente trabaja en madera.

Un pueblo de cuento: la base del cerro Catedral totalmente blanqueada por la nieve.

CONVERSACION EN LA CATEDRAL Florencia Ferro, instructora del centro de esquí Cerro Catedral, acomoda sus bucles rojizos antes de salir a las pistas y dice que el placer de esquiar es como el de tener un hijo: no se puede explicar. Pero al pensarlo mejor Florencia encuentra las palabras y lo dice incluso con poesía: “Un día de esquí perfecto es cuando amanece a pleno sol después de una gran nevada, con una nieve en polvo suavecita cubriéndolo todo. Si llegás a primera hora la nieve está todavía virgen, sin un solo rayón. Y te tirás como un rayo sin el menor esfuerzo, atraída por la fuerza misteriosa de la pendiente. Entonces sentís que volás a ras de tierra; en cada zigzag acariciás la ladera y sos la reina de la montaña, dueña de un poder omnipotente mientras vas en éxtasis rayando el manto blanco, como si flotaras en el aire”. Al impulso de semejante definición, algunos se van a tomar la clase con ella y otros nos vamos directo a esquiar.

Cerro Catedral es el centro de esquí más grande de la Sudamérica, con pistas que se entrelazan a todo lo ancho de un gran cerro. Uno mira el mapa de pistas y medios de elevación y no tiene la menor idea de por dónde empezar.

Le pregunto a una informante qué recorrido podría hacer un esquiador nivel intermedio, pensado sobre todo en el disfrute del paisaje. Con un plan de rutas y conexiones marcado en el mapa, arranco la jornada subiendo directo a la cima del cerro.

Tomo la telesilla Séxtuple y la combino con la Lynch. Una vez en lo alto estamos en el filo del Catedral: a un lado y al otro de las laderas veo al mismo tiempo lagos, volcanes nevados y montañas de todos los tamaños. La imponencia de los panoramas impide sumergirse de golpe en la concentración del esquí. Así que primero tomo un café en el parador Lynch con vista al lago Nahuel Huapi para serenar un poco la mirada.

Siguiendo pistas intermedias –color azul– comienzo a descender abriendo bien la cuña que deben formar los esquíes para no levantar mucha velocidad. Un caminito de nieve conecta la pista Lynch con otra llamada Punta Nevada y regreso a la base del medio de elevación Lynch. Cerca de allí, de acuerdo con el mapa, busco el medio de elevación Punta Nevada y subo a otro sector del filo de la montaña. Entonces bajo hacia la derecha y conectando pistas y angostos caminos de nieve llego al medio de elevación Nubes, que me lleva por tercera vez a otro sector de la cima. Así exploro media ala completa del centro de esquí.

Al fondo, por debajo del nivel donde estoy parado, veo las nubes bullir como si hubiera un cielo debajo del cielo. Y entre esos dos cielos me zambullo otra vez, ya en estado de gracia, a sobrevolar en silencio la soledad absoluta de un bosque blanco.

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Un gigantesco pero dócil San Bernardo posa para todas las fotos en el cerro Otto.
 
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