turismo

Domingo, 21 de junio de 2015

INDIA. VISITA A LA REGIóN DE RAJASTáN

Los palacios de los marajás

Jaipur es la principal ciudad de la misteriosa región de Rajastán, un territorio de parques naturales, desiertos y templos hinduistas, donde el patrimonio arquitectónico lleva el sello heredado de los marajás rajputs. Estruendo urbano y misticismo en el norte de la India.

 Por Juan Ignacio Provéndola

Fotos de Juan Ignacio Provéndola

La India tiene una superficie superior a los tres millones de kilómetros cuadrados y es habitada por 1200 millones de personas. Las cifras, descomunales, arrojan una conclusión elemental: no existe viaje posible que permita conocer el país en toda su profundidad geográfica y cultural. El desafío, entonces, es organizar una visita que optimice tiempos, costos y distancias. Una salida provechosa es enfocarse en el denominado “Triángulo dorado de la India”, compuesto por Delhi, Agra y Jaipur.

Si bien es discutible su importancia frente a otras metrópolis (como Bombay, la más poblada, o Calcuta, epicentro bengalí), Delhi es la capital de la India y, en consecuencia, la puerta de entrada principal al país. En Agra, en tanto, se ubica el Taj Mahal, monumento fundamental y principal postal turística. El círculo se cierra con Jaipur, la ciudad más destacada de la magnética y misteriosa región de Rajastán. Allí se encuentran el desierto de Thar (uno de los más duros de todo el planeta), parques naturales como el Ranthambore (donde los turistas se cruzan con tigres en estado salvaje), templos hinduistas de diversas características y, principalmente, los palacios y fortalezas erigidos en los últimos 1500 años por sus legendarios habitantes: los marajás rajputs.

Mientras los puertos del sur comerciaban con el Imperio Romano y el sudeste asiático, el norte era dominado por los rajputs, cuyos reinos se mantuvieron en pie por más de mil años, precisamente hasta que la India se independizó de Gran Bretaña. Los registros más antiguos sobre este clan datan del siglo VI. Los rajputs se consideraban integrantes de los chatrías, una de las cuatro castas históricas del hinduismo, dedicada a la guerra y la política, aunque su supervivencia no sólo respondió a su predisposición para el combate (resistiendo por siglos el acecho de los temibles vecinos mongoles) sino también a la habilidad con la que obtuvieron protección y privilegios con los conquistadores ingleses. Tras la independencia de 1947 dejaron las armas pero no las negociaciones, cediendo varios de sus dominios al nuevo estado soberano a cambio del reconocimiento de sus títulos nobiliarios. De este modo, Rajastán logró legitimidad institucional y se convirtió rápidamente en uno de los atractivos turísticos más importantes del país.

EXOTISMO INDIO Una vez en Delhi, hay distintas maneras de recorrer los casi 300 kilómetros de distancia hacia Jaipur. Una alternativa es el tren (la India, por herencia británica, tiene una de las redes ferroviarias más grandes del mundo). Muchos prefieren hacer este tramo de noche para dormir en el viaje y ahorrarse un día de alojamiento. Otra opción interesante es la del micro, más lento y costoso, pero que ofrece la posibilidad de observar la vida cotidiana de los indios más allá de las grandes ciudades, teniendo en cuenta que la gran mayoría de la población habita en zonas rurales. Allí es posible ver a los indios comer, cocinar, bañarse en piletones públicos de cemento y hasta efectuar sus necesidades fisiológicas a la intemperie, rodeados siempre de vacas, animales sagrados del hinduismo.

Jaipur, como todas las ciudades del país, recibe al turista con un incesante estruendo de autor, motos, bocinas y multitudinario vociferío. A pesar del linaje que atañe a su historia, la capital del estado de Rajastán está atestada de embotellamientos, mendigos y extensos basurales recurridos por los animales que allí buscan su alimento. India es un país de aromas fuertes, y esto se lo debe no sólo a su cultura en especias, sino también al crónico estado de polución ambiental. El hombre es un animal de costumbre y su olfato no es la excepción, por lo que al cabo de un par de días este sentido se adaptará a las circunstancias. Otras situaciones, en cambio, se pueden resolver mucho antes de pisar el lugar de destino, como ocurre con el alojamiento.

El sitio más emblemático del casco urbano de Jaipur es el Palacio de los Vientos (Hawa Mahal), una construcción piramidal de cinco pisos erigida en 1799 para alojar al harén de mujeres del marajá Hawai Pratap Singh. Lo único que se conserva desde ese entonces es la fachada, similar en aspecto a la corona de Krisna, a la que el monarca rajput rendía veneración. Las casi mil ventanas allí dispuestas les permitían a las mujeres observar lo que sucedía en la calle sin ser vistas desde afuera, además de ofrecer un sistema de ventilación en el duro verano que inspiró al nombre del palacio. En este detalle se concentran los dos atractivos actuales del lugar: o bien colocarse detrás de una de estas aberturas y observar la vida de la ciudad como lo hacían aquellas mujeres esclavizadas, o bien apreciar desde afuera esta imponente estructura, entonada en las primeras y en las últimas horas del día por los efectos del sol. En esos momentos es cuando mejor se observan los tonos que le dan a Jaipur el mote de “Ciudad Rosa”.

PALACIO DE LA CIUDAD Previo al Hawa Malal, fue levantado el Palacio de la Ciudad (Chadra Mahal). Al atravesar su puerta principal se observa el Mubarak Mahal, antiguo Palacio de Recepciones, reconvertido hoy en una suerte de museo de los trajes que históricamente utilizaban los marajás rajputs y sus cortesanos. Más adelante se encuentra el Diwan-i-Khas, un pabellón de columnas que en su interior conserva dos enormes urnas de plata que aún hoy constituyen los objetos más grandes del mundo realizados en ese material. Estas urnas fueron utilizadas para transportar agua del sagrado río Ganjes cuando el marajá Madho Singh (un obsesivo que no aceptaba ser tocado por ningún extranjero) viajó a Inglaterra en 1901. El lujo y el despilfarro son las características dominantes de todos los ambientes del palacio. Muestra de ello son el Patio de los Amantes, acaso el más ornamentado del lugar, y el Salón de Ceremonias, donde se ubican el trono real, también de plata.

El Palacio de la Ciudad había sido construido por Jai Singh, un apasionado por la astronomía que también dejó como legado el observatorio Jantar Mantar. El marajá había ordenado instalar, a principios del siglo XVIII, dieciséis grandes instrumentos en piedra, muchos de ellos aún en pie, con el fin de interpretar entre los astros diversos mensajes que permitieran prever las condiciones para las cosechas, las temperaturas de la próxima estación o posibles inconvenientes climáticos. Jai Singh fundó formalmente Jaipur en 1727, mudando allí el centro administrativo que hasta ese entonces se ubicaba en el Fuerte Amber, otro sitio de visita obligatoria.

Amber está a 11 kilómetros de Jaipur, una distancia breve que bien puede hacerse en “tuk-tuk”, los pequeños carros con cilindrada de moto tan habituales en el sur de Asia. La ciudad amurallada fue levantada en 1529 y funcionó de bastión real durante dos siglos. El camino a la entrada principal es conducido por un serpenteante camino que se transita en jeeps colectivos o a lomo de elefante. Uno de los encantos del lugar es abandonarse en los laberínticos pasillos que conducen a las innumerables salas reales, entra las que se aprecian elementos decorativos, cúpulas adornadas con frescos centenarios, diversos templos de oración y cuartos varios. Lo más bello, sin embargo, se encuentra en el patio descubierto, que funciona como mirador. Desde allí, la vista regala una postal panóptica que permite ver más allá de lo ojos, resumiendo la milenaria historia del Rajastán en las alturas de uno de sus lugares más esenciales.

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El fuerte Amber, a 11 kilómetros de Jaipur, una construcción levantada en homenaje a la diosa Amba.
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