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Domingo, 11 de octubre de 2015

CHUBUT > PINGüINOS, BALLENAS Y FAUNA MARINA

El paraíso austral

Los pingüinos de Magallanes ya están instalados en Punta Tombo, mientras las gigantescas ballenas francas siguen nadando en aguas de Puerto Pirámides, entre lobos y elefantes marinos: son sólo algunas de las muchas y fascinante especies que se pueden descubrir en la costa chubutense.

 Por Juan Ignacio Provéndola

Fotos de Leandro Teysseire

La Argentina tiene nueve lugares declarados por la Unesco como Patrimonio Mundial. Muchos de ellos fueron creados por acción de la naturaleza, aunque curiosamente sólo uno está en contacto con el amplio mar que baña más de 5.000 kilómetros de orillas del país. Se trata de la Península Valdés, y la explicación es muy sencilla: en ese pequeño apéndice costero de 3.600 kilómetros cuadrados en el norte de Chubut, casi en el límite con la provincia de Río Negro, se ubica uno de los sitios de preservación de mamíferos marinos más importantes del planeta. Hacia allí, cada año, migran desde otras aguas cientos de ejemplares de ballenas francas que se suman a los lobos y elefantes marinos, toninas y orcas. Un poco más al sur, también acaban de llegar los pingüinos de Magallanes, protagonistas de una emisión que registró su arribo en directo por televisión e Internet. Estas especies encuentran en la península y las costas chubutenses en general uno de los rincones del mundo más aptos para dos funciones esenciales: la alimentación y la reproducción. De este modo la región se convierte en el sitio donde se encuentra la mayor biodiversidad del Mar Argentino.

Pingüinos de Magallanes, en primer plano: sin tocarlos, permiten acercarse a centímetros.

LA MARCHA DE LOS PINGÜINOS Pocos momentos son tan importantes en toda la Patagonia como la llegada masiva de los pingüinos de Magallanes, que comienza a partir de septiembre. Por eso, desde hace un tiempo, la provincia de Chubut dispuso la transmisión en vivo y en directo de lo que se denomina la Vigilia de Pingüinos: este año, se registraron más de un millón de conexiones de todo el mundo en la página de Facebook y en la web creada para observar de manera remota este impresionante fenómeno que la naturaleza provoca y repite.

La atención se concentra en Punta Tombo –una reserva a 110 kilómetros de Rawson y Trelew, y a 170 de Puerto Madryn, las tres ciudades más cercanas (todas ellas al norte)– a la que se accede por un camino en su mayoría asfaltado, aunque con un tramo final de ripio. El trayecto implica un descenso desde la meseta patagónica hacia la costa, observándose al paso todo tipo de animales autóctonos. Se trata de un Área Protegida donde se ubica la mayor concentración continental del mundo de pingüinos de Magallanes, así llamados en homenaje al primer navegante europeo que reconoció el lugar, allá por 1520.

Punta Tombo abarca 210 hectáreas cedidas en 1976 por su dueño original. Allí se emplazó originalmente una unidad de vigilancia pingüinera, a la que hace poco se le añadió un centro de interpretación. Desde este lugar parten los senderos de avistaje, creados para que los visitantes puedan observar a los pingüinos a escasos centímetros de su hábitat natural. Entre lomadas y sinuosidades se extiende una franja pedregosa de unos 3,5 kilómetros de largo que se adentra en el Atlántico. En 2013, además, se agregaron nuevas pasarelas hacia las zonas del piletón y de las rocas coloradas, permitiendo alejarse de la zona de nidos y ver a los pingüinos llegando desde el mar.

Los suelos de roca cristalina de Punta Tombo toleraron desde la era prejurásica milenios de embates marinos, aunque finalmente sucumbieron ante la conquista de los pingüinos, quienes minan las superficies de canto rodado con las excavaciones necesarias para construir los nidos. Los atraen las playas amplias y de suave declive, características que estas aves aprovechan para acceder a suelo firme y construir sus refugios. Primero llegan los machos, que socavan la tierra costas adentro o bien rastrean el nido construido el año anterior, y luego se les suman las hembras. Allí comienzan los cortejos y también las disputas por el territorio y la procreación. Entre septiembre y enero se reúnen más de 250.000 parejas de pingüinos, quienes llegan pacientemente desde las costas del Brasil.

Los animales están acostumbrados a la presencia humana, aunque en el área protegida hay estrictas reglas de respeto al comportamiento de las aves. Las dos más importantes son la prioridad de paso hacia los pingüinos y la prohibición de tocarlos. Durante toda la temporada, desde la mañana hasta el atardecer, se ven cientos de ejemplares recorriendo grandes distancias con su cansino y atildado paso. Es el espectáculo principal de Punta Tombo. Resulta que, cuando llega, la hembra coloca dos huevos y los empolla durante cuarenta días. En ese período, la pareja se turna: uno se queda custodiando el nido y el otro va al mar en busca de alimento.

Los pingüinos de Magallanes llegan a tener hasta 50 centímetros de altura. Su tradicional plumaje blanco y negro es “blindado” con una glándula ubicada en la base de la cola, desde donde extraen con el pico un aceite impermeabilizante que esparcen por todo el cuerpo. El sistema hormonal de estas aves es indispensable para su supervivencia, ya que no sólo les permite templarse ante las bajas temperaturas, sino también desalinizar el agua marina para poder beberla. La estancia de los magallánicos en Punta Tombo acaba en abril, cuando los pichones ya saben nadar y alimentarse por sí mismos y entonces la familia entera emprende el regreso hacia las aguas cálidas de Brasil.

Lobo al agua, en el apostadero situado sobre las costas de la Península Valdés.

PARAÍSO PENINSULAR La Península Valdés, aunque pequeña en comparación con la extensión de la zona, resignifica a toda la Patagonia, ya que la vuelve más “ancha”: a las tradicionales actividades desprendidas de la zona cordillerana se les suma el fomento turístico de sus costas, no sólo como sitios de descanso playero (alternativos a los grandes balnearios bonaerenses, beneficiados por la mayor cercanía con grandes ciudades) sino como lugares de avistaje e interacción con la fauna marina. Para acceder a esta porción de tierra privilegiada hay que atravesar primero el itsmo Ameghino, que vincula la península con el continente. En su tramo más angosto tiene apenas seis kilómetros de ancho, permitiendo observar los dos golfos que abrazan el cuello de Valdés: el Nuevo, al sur, y el San José, al norte.

El recorrido por la península es de 240 kilómetros de ripio. El ingreso tiene dos escalas: el puesto de control del Área Natural Protegida Península Valdés y el Centro de Interpretación Carlos Ameghino, que presenta las características y los atractivos de la región. En sus salas internas no sólo están ilustrados los distintos apostaderos de ballenas, lobos, orcas y delfines, sino también la presencia de la fauna terrestre y aérea: una biodiversidad que incluye guanacos, ñandúes, maras, gatos monteses, choiques, cormoranes, gaviotas y chimangos. Se trata de los verdaderos habitantes de la zona continental de la península, dominada por la tradicional estepa patagónica que llega hasta donde el mar la detiene: la geografía amesetada se interrumpe en los bruscos acantilados donde choca el oleaje del Atlántico.

La ballena asoma cabeza y callosidades por las ventanas del semisurgible Submarino Amarillo.

CUNA DE LA BALLENA Casi en el extremo sudeste del itsmo Ameghino, donde la península empieza a ensancharse por encima del golfo Nuevo, aparece Puerto Pirámides, el único asentamiento humano de Valdés. Es un pequeño poblado de apenas 500 habitantes, dedicado a la cría de ovejas en las estancias adyacentes (una de las actividades económicas más fuertes de Chubut) y, fundamentalmente, al turismo. Es que allí se encuentra el único lugar de la región donde se pueden avistar ballenas en excursiones embarcadas. La ballena franca austral fue declarada Monumento Natural en 1984, y desde entonces se desplegó una serie de dispositivos para preservar y respetar los hábitos y conductas del mamífero más grande del mundo.

Las ballenas empiezan a llegan al lugar a principios de mayo y permanecen hasta diciembre, aunque los meses de mayor afluencia para verlas –buen clima mediante- son septiembre y octubre. En esas aguas encuentran lugar seguro para aparearse y dar a luz. Ambas circunstancias permiten ver a más de un animal a la vez: en el primer caso, el ritual de apareamiento involucra a varias ballenas, mientras en el segundo, la madre se mantiene siempre cerca de su cachorro para enseñarle a sobrevivir en el mar. El período de amamantamiento puede durar hasta un año.

La ballena franca llega a medir 16 metros de largo y alcanza un peso máximo de 40 toneladas. Su imponencia puede verse a un palmo de distancia gracias a distintos servicios de embarcaciones. El más nuevo es el Yellow Submarine, un barco desarrollado en Argentina para estos fines: se trata de un híbrido náutico que, además de la vista desde la cubierta, ofrece la posibilidad de observar las ballenas debajo de nivel del mar, a través de su cabina inferior. Allí se pueden distinguir con claridad las callosidades que componen el registro de identidad de los cetáceos, ya que no existen dos iguales. De este modo los científicos y naturalistas pueden individualizarlas para su posterior estudio.

El paseo en el Yellow Submarine dura una hora y media y permite tener una proximidad impensada con los cetáceos. Si bien el atractivo de este servicio es la vista subacuática, la experiencia más impresionante termina siendo sobre el nivel del mar, como ocurre en todos los paseos embarcados. Es el mejor lugar para disfrutar de los saltos de las ballenas (que pueden dar hasta seis brincos sucesivos) y de la figura de su cola invertida cuando se sumergen. A veces, incluso, extienden una de sus aletas laterales casi al borde de la embarcación, desplegando su mansa imponencia ante la mirada absorta de los turistas. Muchos, sin embargo, conservan como mejor recuerdo el simple sonido de su respiración, un espectáculo que se intensifica en la profunda oscuridad de la noche para quienes se echan a caminar por la orilla de la playa de Puerto Pirámides.

Aunque es difícil determinar la cantidad precisa de ejemplares, el Instituto de Conservación de Ballenas realizó a principios de septiembre el estudio más largo del mundo basado en la fotoidentificación de cetáceos en su ambiente natural. La investigación arrojó un resultado de 550 de ballenas en los golfos San José y Nuevo (sobre todo entre Pirámides y Madryn, sobre el Nuevo). La cifra permite estimar una mayor cantidad de esos mamíferos en la zona, aunque también se observó que tienden a ubicarse cada vez más alejadas de las costas. Los motivos son diversos y aún se encuentran bajo análisis, aunque uno de los más evidentes es la acción de las gaviotas, que se posan sobre el lomo de las ballenas emergidas y les picotean insistentemente la piel hasta llegar a la capa subcutánea de grasa. Un problema de larga data, debido a la proliferación de gaviotas por causas no naturales, y que es objeto de serio debate en la comunidad científica.

Gaviotas, presencia no muy bienvenida entre los elefantes marinos y sus crías.

DANZA CON LOBOS Como si la numerosa presencia de ballenas y pingüinos no bastara, la costa norte de Chubut recibe además la visita de otras especies marinas. En Rawson, la capital provincial, zarpan desde marzo a diciembre distintas embarcaciones que les permiten a los turistas avistar toninas overas. Otros boten salen también desde Playa Unión, en la misma ciudad: un lugar que en verano, a causa de sus altas olas, es además un sitio recurrido por surfistas de distintas procedencias.

Otras especies dominantes son las de lobos y elefantes marinos, desparramados en distintos puntos donde se observan sus fértiles harenes, varios partos, las violentas disputas de los machos dominantes (llamados “sultanes”) contra los periféricos por erigirse en sementales y sus largas jornadas de inalterable descanso.

En Punta Pirámides, sobre el golfo Nuevo, se encuentra una colonia de lobos marinos de un pelo. El espectáculo se magnifica porque al multitudinario despliegue de lobos, sobre la base de los acantilados, se les suman varias ballenas que merodean la costa asomando el cuerpo a la vista de quienes se acercan hasta el mirador principal, ubicado de cara al mar. Algo similar sucede en Punta Norte, en el extremo septentrional de la península, donde lobos y elefantes marinos conviven con el acecho de las orcas. A su vez otras poblaciones de elefantes se afincan en Punta Delgada y Punta Cantor, en el vértice sudeste de Valdés, con temporada reproductiva entre agosto y noviembre.

Por su parte Puerto Madryn es el principal centro de servicios turísticos de la costa patagónica (y por añadidura de la Comarca Península Valdés, una de las cuatro en las que está dividido el territorio de la provincia del Chubut). Además fue declarada Capital Nacional del Buceo, actividad que se realiza sobre todo en las orillas del golfo Nuevo. Esto facilita una interacción más intensa y próxima con la fauna marina del lugar, sobre todo con los lobos marinos. En ese sentido, el atractivo es aproximarse con una embarcación hacia Punta Loma, al sur de Madryn, y hacer snorkel a pocos metros de una de las loberías más importantes de la región. Allí, mientras los adultos duermen o pelean por alguna hembra sobre los acantilados, los cachorros se lanzan al mar, atraídos por la curiosidad que le provoca la presencia humana. Así repiten uno de los rituales más antiguos de la zona, como cuando estos añejos moradores observaron con extrañeza la llegada de la Mimosa, el Velero que en 1865 trajo hasta estas playas los 153 colonos galeses. Fueron los primeros hombres que se animaron a poblar esta extensa y misteriosa zona de la Patagonia.

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La playa de Puerto Pirámides, cuyos 500 habitantes viven de las ovejas y el turismo.
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