SAN JUAN ISCHIGUALASTO Y LOS VALLES CORDILLERANOS
De la tierra a la luna
Paisajes lunares, auténticos “yacimientos de dinosaurios”, áridasextensiones precordilleranas. Pero también cielos de rara diafanidad y fértiles viñedos dibujan el paisaje sanjuanino, en una suerte de caminata lunar al pie de los Andes.
Por Graciela Cutuli
Cada provincia o región tiene su emblema, su punta de lanza turística, y para San Juan lo es el famoso Valle de la Luna, el extraño parque escultórico natural donde las rocas desafían a la naturaleza y a su vez se doblegan a los ritmos que les imponen el viento y el agua. Sin embargo, los itinerarios provinciales llevan a muchas otras rutas de interés, no sólo en la capital –un clásico escolar de todos los tiempos, gracias a la casa natal de Sarmiento– sino también en los valles cordilleranos, agrestes e inexplorados, donde se encuentran escenarios perfectos para el turismo aventura, o en las zonas de viñedos desde donde San Juan exporta sus vinos a las mesas gourmet de todo el mundo. De la tierra a la luna, todo el viaje podría concentrarse en esta sola provincia: basta poner primera para empezar el recorrido.
VALLES Y SANTUARIOS.
Saliendo de San Juan con destino a Ischigualasto (el Valle de la Luna), la Ruta 20 lleva hacia el este de la provincia a través de pequeños pueblos y tierras cultivadas. El primer lugar donde parar es Caucete, donde todavía se recuerda el trágico terremoto de 1977 que destruyó el casco histórico de la ciudad. Hoy día se aprecian su ritmo tranquilo, sus abundantes bicicletas y las diagonales que conforman la planta urbana, inspirada en el diseño de La Plata (fundada una década antes). Más lejos, el camino pasa por el Cerro Pie de Palo, una montaña aislada cuyas formas redondeadas delatan que es el último brote de las sierras pampeanas, más antiguo aún que la Precordillera.
Cuando la ruta se bifurca, hay que seguir por la RN141 que lleva hacia Vallecito y el Santuario de la Difunta Correa, uno de los principales centros de peregrinación de la provincia. La cercanía la va indicando la proliferación de puestos al borde de la ruta, donde mujeres del lugar venden tortas de chicharrones y pan casero, además de las tradicionales botellas que es común ver en cualquiera de las rutas argentinas. Son el tributo de la gente común a Deolinda Correa, que según la leyenda murió de sed durante una travesía por el desierto, con su hijo en brazos. El niño, sin embargo, tomó la leche del cuerpo inanimado de su madre y fue salvado poco más tarde. Los ingredientes para crear devoción ya estaban: bastó que años más tarde unos arrieros perdidos invocaran su ayuda en una noche de tormenta para que comenzara a difundirse el rumor de los milagros de Deolinda. La fe popular se traduce hoy en miles y miles de botellas, ofrendadas junto a otras tantas velas, en el santuario de la Difunta Correa, sincréticamente acompañado por un templo dedicado a la Virgen María. En el lugar hay todo lo que se pueda imaginar y un poco más también, desde ofrendas de personajes famosos hasta una capilla que guarda exclusivamente los trajes de novias entregados por las creyentes. El momento de mayor afluencia es en noviembre, cuando se realiza la Fiesta Nacional del Camionero, que encuentran en la Difunta Correa una particular protectora.
Rumbo a Ischigualasto, hay que dejar la RN141 para empalmar con la RP510, entre las serranías que se levantan al este y los puestos agrícolo-ganaderos del oeste, favorecidos por un clima más húmedo que permiten el cultivo de cítricos y la crianza de animales. Los dulces caseros de mandarina, naranja, pomelo o cidras son el mejor recuerdo de la dulzura de este rincón sanjuanino donde el sol regala a las frutas todo su color. La ruta desemboca en San Agustín del Valle Fértil, cuyo solo nombre habla de cultivos y de un verdadero oasis en medio del desierto, donde brotan cítricos y viñedos. Este es el principal punto de partida para la más famosa expedición de la provincia: el Parque Provincial Ischigualasto, o la versión terrestre de la luna.
UNA CAMINATA LUNAR. Los paisajes de Ischigualasto están entre los más raros y hermosos de la Argentina, donde no faltan los valles erosionados por fuerzas de la naturaleza más fuertes que la piedra. Sobre más de 60 milhectáreas, este parque provincial que hace poco fue designado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco es un verdadero yacimiento paleontológico que invita a un viaje por el más remoto pasado de nuestro planeta. Como en una caja de Pandora que sigue deparando sorpresas, los antropólogos y arqueólogos continúan trabajando para sacar a la luz los secretos guardados en lo más árido de sus entrañas: aquí fueron encontrados fósiles de animales como el Eoraptor lunensis, tecodontes, cinodontes, rincosaurios y el Herrarasaurus ischigualastensis, que aportaron valiosos datos para describir las características de esta porción del globo hace millones de años.
Dentro del Valle de la Luna se pueden hacer dos recorridos, uno que atraviesa 30 kilómetros a lo largo de dos horas, y otro de 45 kilómetros que requiere tres horas y media. En cualquier caso, sólo se puede ingresar acompañado por guías y bajar en las cinco estaciones permitidas (El Gusano, Valle Pintado, Cancha de Bochas, El Submarino, El Hongo y opcionalmente, sólo para una rápida bajada, las Barrancas Coloradas). Los senderos internos están delimitados con piedras para que los visitantes no se alejen de las zonas demarcadas a las que se permite el acceso: el resto es una valiosa reserva de cuya protección depende que el Valle de la Luna siga revelando tesoros y que esos tesoros lleguen a las generaciones futuras.
En conjunto, el Valle de la Luna tiene tres formaciones principales, que según las horas del día cambian de tonalidad y adquieren mayor relieve por el contraste de sol y sombras. Por la mañana temprano aún el paisaje es brumoso, para despejarse a media mañana y tomar más tarde, hacia el atardecer, un lánguido tono rojizo que le da romanticismo y nostalgia a las mudas paredes de piedra.
La primera formación es Los Rastros, de unos 220 millones de años de antigüedad, que sobresale por las rocas oscuras cubiertas de capas carbonosas. Fue antiguamente una zona pantanosa, subtropical, donde insectos gigantes volaban entre enormes plantas crecidas gracias a la excepcional humedad: hoy día no queda nada de eso, y Los Rastros es el hábitat de vizcachas, guanacos y pumas que se mueven huidizamente entre cactus de más de dos metros de altura. El Gusano y el Submarino, sin duda una de las siluetas más conocidas del Parque, pertenecen a este sector.
La segunda formación, Ischigualasto, es la más rica en árboles petrificados y fósiles (aquí se hallaron los principales restos de dinosaurios). El relieve ondulado está matizado por retamas y algarrobos >>>
que ponen un toque de vida entre las piedras violáceas, grises y rojizas que toman formas caprichosas gracias a la erosión milenaria del agua y el viento. Aquí están el también célebre Hongo y la Cancha de Bochas, donde la naturaleza parece haberse divertido en esculpir formas perfectas de rara redondez. Si aquí no es difícil comprender por qué se conoce a Ischigualasto como el Valle de la Luna, en la tercera formación, Los Colorados, el visitante bien podría sentirse en Marte: este sector, el más “joven” (formado hace unos 100 millones de años), se distingue por las barrancas rojas que caen a pico sobre el suelo desde 100 y 200 metros de altura. Es la continuidad natural del Parque Nacional Talampaya que, aunque pertenece a la provincia de La Rioja, y de hecho se visita desde la provincia vecina, forma en realidad una sola cuenca geológica con el Valle de la Luna sanjuanino. Los Colorados revela en sus tormentosos pliegues que se formó en una época muy distinta de Ischigualasto o Los Rastros, cuando el clima ya era totalmente árido y la roca tuvo que doblegarse ante el impacto del viento, las sequías y las cortas pero demoledoras lluvias que arrastraban todo a su paso. En realidad hay también una cuarta formación en el Valle, llamada Ischichusca, en el nordeste del conjunto geológico: sin embargo, el acceso a este lugar –que se cree es el más antiguo del Valle de la Luna– es muy dificultoso y no se visita turísticamente, aunque sin duda reserva enormes riquezas para la investigación científica. Todavía hay mucho por saber, por ejemplo, sobrela presencia humana en este lugar, que fue comprobada a través del hallazgo de petroglifos y puntas de flechas, entre otros testimonios de una población de cazadores y recolectores.
EL VALLE DE CALINGASTA Además del famosísimo Valle de la Luna, San Juan tiene otras rutas imperdibles, muy apreciadas por los amantes del paisaje de montaña o los deportes de aventura. Uno de los más hermosos itinerarios es el camino que va de San Juan a Caligasta y Barreal, por la quebrada del río San Juan, a través del cordón de Precordillera más alto de la provincia. Se deja la capital hacia el oeste por la RP12, rumbo a la Villa de Zonda, teniendo en cuenta antes de salir que las rutas de este recorrido son de cornisa y tienen horarios de subida y bajada (además de algunos horarios de doble mano), que requieren todo el cuidado posible del conductor.
A partir del Dique Punta Negra se empieza a subir por una angosta ruta entre paredones de roca donde suelen entrenarse los amantes de la escalada: el camino no es apto para quienes se impresionen con las curvas o precipicios, por cuyo fondo corre rápido el río. Algunos caminos secundarios sólo son aptos para vehículos todo terreno, pero sin apartarse de la ruta principal hay paradores, y bellísimos puntos panorámicos, hasta que se vuelve a descender por las sierras del Tigre y del Tontal hacia el Valle de Calingasta.
Desde Barreal, el principal centro turístico de esta zona, salen las excursiones por el Valle, situado entre la Precordillera y la Cordillera: la ruta lleva desde Barreal hacia el norte entre campos de hierbas aromáticas y alfalfa, pasando luego por los Cerros Pintados (como en el famoso Cerro de los Siete Colores, aquí también el recuerdo típico son los frasquitos con capas de tierra de distinto color, del blanco al rojo y el verdoso), el Cerro Alcázar, con su forma de castillo (desde la cima, a unos 1600 metros de altura, se divisa con claridad todo el paisaje circundante) y las ruinas de Hilario, donde quedan las huellas de una antigua fundición.
Donde el río Calingasta desemboca en el río Los Patos, se levanta la ciudad de Calingasta, que si años atrás vivía de la producción de manzanas –a fines de los años ‘20 se habían importado de Australia las primeras manzanas Red Delicious, las clásicas “deliciosas”–, hoy se reconvirtió a la minería y el turismo, superada por la competencia productora de regiones como el Alto Valle de Río Negro.
LOS CIELOS DE EL LEONCITO De Barreal al sur, por la RP412, sale el camino hacia la pampa El Leoncito, uno de los lugares de San Juan que no hay que dejar de conocer. El punto más bajo de esta amplia depresión sedimentaria es el Barreal Blanco, una planicie arcillosa –la más vasta de América del Sur– de 14 kilómetros de largo por 5 de ancho, y dos metros de profundidad. Está ubicada en un lugar continuamente barrido por los vientos, que soplan desde el sur o desde la cordillera: esta característica dio origen al carrovelismo, hoy un deporte muy popular en el lugar, que se practica con una suerte de carritos de tres ruedas impulsados por una vela. Así, sólo arrastrados por el viento, estos vehículos superan ¡los 100 kilómetros por hora!
Más adelante, la ruta desemboca en la Reserva El Leoncito, donde la diafanidad del cielo –con un promedio de 275 días anuales aptos para la observación– permite el funcionamiento de dos observatorios astronómicos: el Complejo El Leoncito, que funciona desde 1983 bajo supervisión del Conicet, y la Estación Astronómica Carlos Ulrico Cesco, operada por el Observatorio Félix Aguilar, parte de un proyecto conjunto de la Universidad Nacional de San Juan y la Universidad de Yale. Ambos lugares son el paraíso de los amantes de la observación astronómica: El Leoncito funciona todo el día, con observaciones diurnas gracias a un telescopio solar, y la estación Carlos Cesco guarda información sobre unas 50 milestrellas del Polo Sur Galáctico de unas 9 mil galaxias de la misma región. Sin telescopio, sin embargo, cualquier visitante común quedará admirado por la profunda belleza del cielo sanjuanino, diáfano y sembrado de estrellas, como si la geografía celeste no quisiera quedarse atrás ante la enorme belleza de los paisajes en tierra.