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Domingo, 9 de julio de 2006

FRANCIA > ANIVERSARIO DE LA CéLEBRE REVOLUCIóN

Marsellesa en París

Francia está a punto de celebrar un nuevo aniversario del 14 de julio, la “revolución de revoluciones”. En París, un circuito por los principales lugares que permiten seguir el rastro de aquellos días históricos.

 Por Graciela Cutuli

París será siempre París... pero cuando llega el 14 de julio lo es más que nunca. Con el verano a pleno, los parques y plazas son una sinfonía de flores, y toda la ciudad parece humanizarse con la alegría del buen tiempo, los días más largos y las calles donde los apurados parisienses de siempre desaparecieron para dar paso a turistas que tienen todo el tiempo del mundo para buscar el mejor ángulo de una foto o tomar café en las terrasses de los cafés. En ocasión de la fiesta nacional, aniversario de aquella revolución que quedó en la historia como la madre de todas las revoluciones, París está más hermosa que nunca. Y es una buena ocasión para recorrer los lugares relacionados con esa fecha que cambió la historia y consagró tres ideales mucho más allá de sus fronteras: libertad, igualdad, fraternidad.

De la Bastille al Temple

Un recorrido revolucionario no puede sino empezar en el más emblemático de los lugares: la Place de la Bastille, aunque de esa antigua prisión no queden ni los cimientos. Sólo una línea formada por una hilera de piedras en el piso, sobre el boulevard Henri V, recuerda dónde estaban las antiguas torres del edificio, tan odiado que se lo arrasó para que no quedara como recuerdo más que su nombre. Hoy se levanta en el centro de la plaza la Columna de Julio, de más de 50 metros de altura, que recuerda a los muertos en las revueltas callejeras de 1830. Revueltas y revoluciones, toda una tradición francesa...

Si se elige seguir cierta cronología en la París revolucionaria, visitando los principales escenarios según el orden en que fueron cobrando protagonismo, no será tan cómodo para armar el itinerario, ya que obliga a saltar de un punto a otro de París. Sin embargo, la historia así cobra mayor dramatismo: por eso se puede ir en segundo lugar a las afueras de la ciudad, donde el Palacio de Versailles recuerda los días todavía felices de Luis XVI y María Antonieta. Este edificio monumental se le debe a Luis XIV, el Rey Sol, que lo quiso como una verdadera ciudad capaz de albergar hasta 20.000 personas: una corte, un mundo entero. Un pueblo chico, y sin duda también un infierno grande.

La Conciergierie. Desde aquí llevaron a María Antonieta a la guillotina.

Versailles está ligado a la historia de los mejores arquitectos y paisajistas de su tiempo: Le Vau, Mansart (el de las famosas mansardas) y Le Notre, capaz de diseñar un jardín como un mundo en miniatura. El palacio, los jardines, los patios y los estanques invitan a descubrir el esplendor de un tiempo pasado y la riqueza de una realeza que terminó por convertirse en un insulto al pueblo hambriento que la rodeaba. En 1770, a tiempo para el matrimonio entre Luis XVI y María Antonieta, se terminó el edificio de la Opera que está dentro del palacio. Un siglo antes se habían completado, por voluntad de los reyes precedentes, el Gran Trianon y el Petit Trianon, dos palacios adyacentes donde gustaba refugiarse “la austríaca”, como llamaba despectivamente a la última reina el pueblo de París.

La visita a Versailles lleva el día entero, y el palacio lo merece: no hay que dejar de ver el Dormitorio de la Reina, donde las reinas de Francia daban a luz -.en público– a los herederos del trono, la Sala de los Espejos –donde se ratificó el Tratado de Versailles, que puso término a la Primera Guerra Mundial– y el Dormitorio del Rey, donde María Antonieta se refugió cuando el pueblo invadió su propia habitación.

En octubre de 1789, María Antonieta y Luis XVI fueron trasladados a las Tuileries (Tullerías), cuyos espléndidos jardines hoy son unos de los paseos más hermosos del centro de París, a pocos pasos del Louvre, que fue durante siglos –antes de convertirse en museo– la residencia de los reyes franceses. El palacio de las Tullerías estaba unido al Louvre, pero fue destruido durante la Comuna de París, en 1870, y de él sólo sobreviven los jardines. En cuanto al Louvre, ya en 1793, en plena revolución, una parte del edificio se abrió como museo.Los destituidos monarcas terminaron prisioneros en la Tour du Temple, un sombrío edificio medieval con muros de cuatro metros de espesor de donde Luis XVI salió para ser ejecutado en la Place de Greve (la actual Place de la Concorde, de nombre más conciliador después de los días de la Revolución y el Terror). Su hijo, el pequeño Luis XVII, murió entre los muros del Temple, y dio origen a una leyenda de varios “falsos delfines”, sólo desmentida pocos años atrás por los modernos estudios de ADN. La Tour du Temple, que era un símbolo de los revolucionarios y un lugar de escarnio para los monárquicos, fue demolida por orden de Napoleón a principios del siglo XIX: demasiada historia entre esos muros, como demasiada había también en la Bastilla, aunque cada edificio estuviera en bandos opuestos.

La guillotina y la Concorde

María Antonieta fue trasladada del Temple a la Conciergerie, un edificio que guarda entre los muros de su elegante y austera silueta gótica –verla desde el Pont au Change que cruza el Sena es uno de los más hermosos paisajes de la ciudad– una historia trágica. Antigua residencia de la nobleza, fue transformada en prisión y alojó como primer nombre célebre a Ravaillac, el asesino de Enrique IV, uno de los reyes más queridos en la historia de Francia. En este lugar también estuvo prisionera Charlotte Corday, tras asesinar en la bañera al revolucionario Marat. La última reina saldría de la Conciergerie sólo para ir a la Place de la Concorde, donde fue una más de las 1119 personas guillotinadas en aquellos años. La plaza actual está lejos de los tiempos sombríos: sus ocho hectáreas situadas en el centro de París están dominadas por el obelisco Luxor, de más de 3000 años de antigüedad, y es uno de los espacios más abiertos y visitados de la ciudad, en el corazón de los barrios más elegantes. Cerca de la Concorde están el Museo de la Orangerie y la Gallerie Nationale du Jeu de Paume, un museo de arte contemporáneo cuyo nombre también está muy relacionado con la Revolución. Durante las deliberaciones para la formación de la República, los asambleístas firmaron el Juramento del Jeu de Paume, prometiendo dar a Francia una nueva Constitución. El “jeu de paume” era un popular juego de pelota, al que solían jugar los aristócratas en el edificio donde se realizó el juramento (que no es la galería actual, construida por Napoleón III).

Mientras tanto, en la Concorde concluyen todos los años los desfiles que parten del Arco del Triunfo para conmemorar cada 14 de julio un nuevo aniversario de la Revolución: sin duda, la fiesta más imponente que se recuerda es la de 1989, para el Bicentenario que Francia celebró con una grandeza digna de la mejor de sus tradiciones. Al mismo tiempo, en París y en todo el país se multiplican los bailes populares, acompañados de acordeón, que reviven el espíritu de los viejos tiempos. Por el feriado del 14, muchas veces el baile es el 13 por la noche, pero no importa tanto la fecha como sumarse al festejo generalizado, que encuentra sus mejores formas en lugares como Montmartre y, por supuesto, la Bastille.

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Place de la Concorde. Uno de los escenarios centrales de la Revolución Francesa.
Imagen: Graciela Cutuli
 
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