UNIVERSIDAD › ENTREVISTA CON EL RECTOR ELECTO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES, GUILLERMO JAIM ETCHEVERRY

“La universidad está presa de los intereses privados”

A cuatro días de ser elegido por amplio y heterogéneo bloque opositor, el sucesor de Oscar Shuberoff en la UBA anticipa aquí sus principales proyectos. Anuncia que está en contra del arancelamiento y que hay que “transparentar el uso de los recursos”, además de descentralizar las actividades del Rectorado. También se compromete a “despartidizar” la institución, a encabezar una gestión participativa y a producir “un cambio cultural”.

 Por Javier Lorca

–¿Qué es lo primero que va a hacer el día que estrene el sillón del Rectorado?
–Es difícil responder. Quiero hacer una gestión lo más participativa posible. Es muy importante volver a hablar, facilitar el diálogo. He propuesto, y lo voy a llevar adelante, institucionalizar a los claustros como tales. No puede ser que los estudiantes, profesores y graduados se reúnan una vez cada cuatro años para levantar la mano. Es importante que se reúnan para discutir los grandes problemas de la universidad. Quiero institucionalizar esas reuniones dos o tres veces por año. Eso no ha sido alentado. En la universidad se han mantenido muy independientes las distintas facultades. Hay una gran división que, por supuesto, ha sido intencionalmente buscada porque es una manera de conservar el poder: a través de la negociación individual, la negociación secreta con cada uno. Y eso hay que romperlo. La transparencia de lo que pasa, mostrar que hay un esfuerzo común, donde a cada uno le importa lo que le pasa al otro, porque eso es una universidad, va a ser un cambio importante. En general, cuando se dialoga, nadie se mete en lo del otro porque no quiere que se metan con lo suyo. Yo voy a promover que todos se metan en lo de todos. No sé cómo me va a ir, pero lo voy a intentar. Ese es el cambio cultural que hace falta: romper el aislamiento, hacer hablar a unos con otros en todos los niveles. Así que el primer día me voy a sentar a pensar cómo hacerlo.
–¿Cuáles son los cambios prioritarios que necesita la UBA?
–No creo que sea cuestión de hacer una revolución de un día al otro. Va a ser un cambio gradual. Esta es una institución muy complicada que funciona en base al consenso. Tengo mis ideas pero no las impondré. Trataré de orientar. En lo que de mí dependa, que va a ser la estructura burocrática, uno de los cambios fundamentales va a ser tratar de reducir el peso de la organización central. Como estructura de mantenimiento del poder, ha crecido la organización central más allá de lo necesario. Así que, cuidadosamente, analizando necesidades, hay que reducir esa especie de monstruo que se ha creado. No creo que sea la universidad contra las facultades. Debería ser una estructura central al servicio de ellas.
–En lo académico, ¿cuál es su objetivo principal?
–Sería muy importante hacer que la experiencia educativa de la gente joven sea lo más valiosa posible. Ese es el centro. Me parecen muy bien las discusiones sobre la vinculación de la universidad con el medio, la investigación, pero no hay que olvidar la tarea fundamental que cumplimos, que es tomar gente en un período importante de su formación y dotarla de herramientas conceptuales que deberían ser lo más complejas y sofisticadas posibles, tarea que no hacemos bien hoy. Entonces, cuando me hablan de la función social, bueno, la principal función es la de la educación. Si no hacemos bien eso, no podemos pretender lo otro. Hay que volver a pensar la función educativa y formativa general. Toda esta tendencia contemporánea, estas globalizaciones y supertecnologías, nos hacen olvidar la tarea esencial. Son muy útiles para la especialización, pero no para el período formativo, que es esencialmente contacto entre personas. La gente joven tiene derecho a conocer que hay algo más que la superficialidad y banalidad que le muestra el mundo actual, la sociedad de consumo. La universidad es el lugar especial para mostrarles que el hombre es capaz de algo más trascendente.
–¿Qué tipo de formación debería dar la universidad?
–Por la crisis de empleo que hay, es importante que la formación de la gente joven sea lo más flexible y amplia posible. Porque uno hoy no sabe de qué va a poder vivir. No es casual que muchos dirigentes de empresas no sean graduados de administración, sino de filosofía o historia, porque son los que tienen las herramientas para comprender la complejidad del cambio veloz. Por eso es importante una formación completa y compleja. La superespecialización precoz a la que estamos acostumbrados es muy perniciosa, deja a la gente con muy pocas herramientas. Sé que cambiar esto va a ser difícil, porque el discurso va en otro sentido: hacia la educación útil, para el trabajo. Sé que no voy a tener éxito en un cien por ciento. Pero mi temor es que, si nadie dice otra cosa, terminemos formando una especie de autómatas, buenos consumidores.
–¿Planea cambiar el Ciclo Básico Común y la relación de la UBA con la escuela?
–Mi opinión sobre el CBC ha ido variando. Primero fui muy crítico, pero después, al conocer el sistema educativo y los problemas que tenemos, me parece que cumple una función de socialización educativa muy importante. Si está bien hecho, y lógicamente no siempre puede estarlo, porque una estructura de esa dimensión no se puede pretender que sea brillante, como no son brillantes las facultades, para un joven que termina la escuela media con las graves dificultades que todos sabemos, la posibilidad de hacer una experiencia educativa en un nivel más alto es muy positiva. Esa experiencia debería mantenerse. Sé que no es fácil, porque desde las facultades se tiende a verlo como una especie de competencia o pérdida de tiempo. Las razones por las cuales mucha gente lo critica son las razones por las cuales para mí es valioso.
–¿Qué piensa de la reforma curricular que está en marcha en la UBA desde los años 90, con la idea de dividir las carreras en un ciclo inicial con título intermedio, y un ciclo profesional?
–Me parece interesante, pero no va ser fácil, hay mucha resistencia. A mí gustaría la idea de una especie de college, especialmente por la enorme falta de preparación que traen los estudiantes a la universidad. Habría que tratar de encontrar una interfase allí que permitiera que la gente pudiera entender. A mí me pasó, en mitad de un examen, que de pronto los alumnos no entendían algo y se paró el examen. ¿Qué es lo que no entendían? ¿Una fórmula? No, no. Los jóvenes no entendían qué significaba la palabra “precede”. Es algo que hay que resolver. Un universitario tiene que tener las herramientas intelectuales para entender, porque si no, es una farsa: si uno enseña al nivel que debería, es una injusticia porque se quedan todos en la calle; y si enseña al nivel para que entiendan, es otra injusticia porque el título que va a dar es una cosa totalmente devaluada. El resultado de este sistema educativo lo vemos en la escena pública. Esta gente que es incapaz de decir dos palabras juntas es el resultado de esta crisis. Por eso, el centro fundamental es volver a pensar la tarea educativa y formativa que tiene la universidad, su misión principal.
–¿Cómo lograr que se extienda esa idea dentro de la UBA?
–Uno por lo menos puede dar una señal, cambiar un poco el estilo, y eso va pasando para abajo. En este período que llevó a mi elección, en los diálogos con los interesados lo primero que les decía era: “Yo no les voy a dar nada, ni se los pido a ustedes, así que están libres para votar a quien quieran”. Y la gente no está acostumbrada, porque han sido educados en otro sistema. Ya lo dije en la asamblea, adelante de los protagonistas, que en general aplauden porque piensan que se refiere a otros: de lo que nos van a acusar en la historia es de haber corrompido a varias generaciones. Yo conocí a los jóvenes iniciales del movimiento estudiantil y eran gente con idea de hacer algo. Los hemos usado y llevado a un mercantilismo asombroso. Les dimos el ejemplo de que la política universitaria era el reparto de cosas. Hay que cambiar el fiel de la balanza porque, si no, como resultado llegamos a la dirigencia que tenemos. Cuando asumen cargos públicos, reproducen esa estructura y terminamos siendo un país sin ideas. El principal problema que tenemos hoy es que carecemos de ideas directrices, no se sabe a dónde vamos porque tenemos una dirigencia que no tiene ideas. Son muy hábiles para hacer negocios políticos, pero no hay nada detrás. Eso que hay detrás es lo que debería dar la universidad. La Argentina no ha hecho ningún esfuerzo por formar a su clase dirigente. Cuando se dice que esto es un plan para tener a la gente sumergida, digo que ojalá fuera así. Eso implicaría que alguien considera a la educación como un bien que hay que preservar para poder manejar a los otros. Pero no es así. Si quieren un ejemplo, miren lo que son los hijos de la clase dirigente argentina: son peores que los padres.
–¿Qué puede hacer la universidad para enfrentar eso?
–La universidad está un poco desconectada del resto del sistema. La mejor tarea de extensión que podría hacer la universidad es ocuparse del resto de la educación. El principal proyecto de la Universidad de Harvard hoy es ocuparse de la educación en los Estados Unidos. Y me parece que es sensato. Si se quiere tener un grupo más o menos educado, tendrá que ocuparse del semillero, de las inferiores, como diría un experto en fútbol. La universidad puede contribuir de muchos modos. Los jóvenes que están haciendo doctorados, becas, todos ellos pueden involucrarse en el resto de la enseñanza.
–Antes de ser electo, usted habló de “despartidizar la UBA”, ¿cómo hacerlo después de 16 años en los que esa cultura se fue afianzando y extendiendo capilarmente por toda la institución?
–Empezando a hacerlo, mostrando que es un objetivo central. También dije que hay que politizar la universidad: entiendo por eso que hay que tratar de que sea lo más pública posible. Hoy la universidad es presa de intereses privados. Son grupos contra grupos. Está totalmente privatizada con plata del Estado. Cada uno tiende a defender sus cosas. Habría que tratar de hacer de esto una empresa pública y común. ¿Cómo se hace? Con el ejemplo. Por eso, de entrada yo dije “no doy nada, no prometo nada”. Para marcar que hay otra manera. Todos se reían y me decían “así no vas a llegar”. Yo les decía que está bien, si no quieren así, hay otros, hay muchos, una universidad como esta tiene diez candidatos.
–¿Qué implica “despartidizar” la universidad?
–Que no responda a los intereses de los partidos políticos. Esto no es un reparto de un botín político. Cada uno puede tener su idea política, pero esto no debe ser la guía de la actividad universitaria. Una persona es valiosa por lo que es, no por si es amigo o es enemigo. Esos criterios deberían ir desapareciendo. El valor de la gente en una universidad es el valor académico, más allá de su idea política.
–¿Es suficiente el presupuesto actual?
–Es poco, no alcanza. Trataremos de que esté mejor distribuido, trataremos de hacer todas las economías necesarias. Los pasos a seguir serían: mejorar el manejo de los fondos, transparentarlos, usarlos lo mejor posible y después reclamar más dinero. Pero también hay que dimensionar nuestros requerimientos: somos una parte importante del sistema, pero hay muchas otras que tienen graves dificultades. Una universidad de los Estados Unidos, del mismo nivel que la nuestra, como la de California, tiene un presupuesto de 9 mil millones de dólares. La nuestra tiene 300 millones, 400 contando fondos propios.
–Que ahora son pesos.
–Claro, ni siquiera eso nos queda, ahora son pesos. Estamos en 100 o 150 millones de dólares versus a 9 mil millones. La Argentina hace escasa inversión en educación universitaria. Hasta ahora se invertía el 0,5 por ciento del PBI. En los países avanzados es del 1,5 al 2 por ciento. Ahí tiene claramente la dimensión de la crisis. No tenemos mucho presupuesto. Y no tenemos muchos estudiantes, tenemos pocos, y pocos graduados: son el 4 por ciento de la fuerza de trabajo argentina, cuando en los países desarrollados son del 15 al 19 por ciento.
–¿Cuál es su posición frente al arancel?
–Plantear el arancel en este momento sería terrible. Si bien muchos países cobran por su educación superior, muchos otros no. El arancel no resuelve el problema económico de ninguna universidad del mundo. Por ejemplo, en las escuelas de Medicina de los Estados Unidos que cobran 12 mil dólares por alumno al año, ese arancel representa el 4,8 por ciento del presupuesto. En el conjunto de las universidades americanas, el arancel representa el 20 por ciento. Si el apoyo del gobierno federal de Estados Unidos cesara bruscamente, Harvard y Yale cerrarían. Mucha gente tiene una idea un poco equivocada de este tema. No es una discusión y menos para este momento de la Argentina. No va a resolver el problema, va a crear una grave distorsión. El público de nuestras universidades es muy heterogéneo. Es cierto que hay mucha gente que va con el auto último modelo, pero no es la mayoría. La mayoría de nuestros jóvenes trabaja, lo muestran todos los censos. Es gente que hace mucho esfuerzo para estudiar. Y no es gratuita la educación, requiere una inversión importante. De modo que tendríamos que facilitar las cosas al máximo. Ahora, si la gente quiere contribuir... yo no veo que estén desesperados por contribuir los que promueven el arancelamiento. Pero si quieren, me parecería espléndido.
–En seis meses se hará una asamblea para reformar el estatuto de la UBA. ¿Qué cambios cree necesarios?
–Es una cuestión compleja, en la que no me gustaría pronunciarme. Habrá que reconsiderar el estatuto. Habrá que discutir cuál es el consenso sobre en qué sentido deberíamos ir. No tengo una posición tomada sobre algunos temas. La idea de la elección directa es una idea que no me pareció mal originariamente, pero hay que analizar las experiencias. Me parece que hay que analizar la edad de jubilación de los profesores. Estudiar las atribuciones de los órganos de gobierno: a lo mejor el excesivo parlamentarismo demora mucho todas las gestiones. Los órganos colegiados podrían centrarse más en establecer la política institucional, más que en la decisión de los temas concretos. Y esas decisiones podrían quedar en la gestión, que debiera ser controlada por esos órganos. La universidad es una institución que tiene ciertos aspectos de gestión que son un poco antiguos.
–Shuberoff tuvo una hegemonía que atravesaba toda la UBA. Eso usted no lo tendrá. ¿Cómo se va a desarrollar su gestión en ese escenario más fragmentado?
–Creo que va a ser más interesante. Va a ser más imprevisible y con un potencial de creatividad mayor. La gente finalmente se entiende. Percibo que hay un interés institucional. Pero para eso habrá que fomentar el diálogo. El otro día, cuando terminó la asamblea, vi por la televisión a unos estudiantes que decían que se oponían a la elección porque representaba a los intereses del Banco Mundial, etcétera. Y yo, en mi discurso, acababa de hablar contra la mercantilización y los criterios de contabilización en la educación universitaria. Pareciera que no hay voluntad de escuchar. Tendríamos que entrar en un diálogo y escucharnos.
–¿Planea cambiar toda la gestión de Rectorado, primeras y segundas líneas de funcionarios?
–Todo, todo, por supuesto. Un poquito de renovación. No sé si no quedará ninguno, pero el enfoque es tratar de cambiar toda la parte política y, además, reducirla, porque hay tantos subsecretarios de tantas cosas, con definiciones interesantes y tareas poco claras. Estoy hablando con gente, consultando, para armar mi gabinete.
–Si tuviera que hacer un balance, ¿qué pondría en el debe y qué en el haber de la gestión de Shuberoff?
–Es difícil hacer un balance de ese tipo porque son muchos años, y eso va en el debe, y porque es una institución tan compleja, que no depende de una sola persona. Hay lugares donde se hicieron cosas mejores y otras peores. Importante me parece que se haya recuperado la decisión en política científica, el hecho de que se haya mantenido el apoyo a la ciencia es importante, porque es una señal de hacia dónde va la universidad. Me gusta la labor que se ha hecho en extensión, la idea del Rojas, de un centro de experimentación cultural me parece muy interesante para una universidad.
–Dadas las denuncias sobre los manejos de fondos en la UBA, ¿va a llamar alguna auditoría externa para saber en qué estado recibe a la institución?
– Me parece que una auditoría podría resultar útil, sería bueno tener un punto de partida fijo para saber de dónde salimos. Así que voy a hacer consultas acerca de la factibilidad de un análisis de ese tipo. No tengo el objetivo de mirar hacia atrás, no es lo que me propongo, pero cualquier anomalía que surja hacia atrás creo que debe ser investigada. Así como no pienso dedicar mis esfuerzos a una historia del pasado, tampoco me opondré a que se investigue todo lo que sea necesario investigar.
–¿Qué piensa de la entrada de capitales privados para financiar actividades de la universidad pública, refaccionar aulas o equipar laboratorios?
–Depende de en qué condiciones se dé. No me parece mal en la medida en que no desvíe a la universidad de sus objetivos. Si el objetivo de la universidad se convierte en conseguir dinero, me parece que equivocamos el camino. Si en el trayecto de cumplir sus objetivos, la universidad consigue aportes de dinero para eso que le interesa hacer, eso me parece bien. No creo que la universidad deba convertirse en una competidora de sus propios profesionales. Me parece que tiene que hacer colaboraciones en la medida en que aporta conocimiento original y, si de eso consigue dinero, me parece positivo. Pero la actividad universitaria no debe ser una carrera para conseguir dinero.
–¿Qué opina de la militancia estudiantil rentada y de lo que se reveló el año pasado: estudiantes de Franja Morada que cobraban planes laborales?
–Me parece una vergüenza. Es una deformación, la culminación de ese proceso de corrupción al que hacía referencia. La militancia estudiantil debe hacerse en defensa de los principios en que los estudiantes creen, pero no como una oportunidad de conseguir trabajo. No debe disfrazarse de una burocracia militante, o así llamada militante, porque finalmente es una burocracia que deja de militar y trabaja en función de sus intereses personales.

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Jaim Etcheverry (59), que asumirá como rector en mayo, se define independiente y dice que seguirá dando sus clases de Histología.
 
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