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El tiempo en que Paul Newman era un as del pool

La edición de “El audaz”, un clásico en la filmografía del gran actor, permite apreciarlo en su plenitud, a comienzos de los años sesenta.

 Por Horacio Bernades

Es una de las películas estadounidenses que, allá por comienzos de los ‘60, mejor sintonizó con cierto aire de época signado por la amargura la desilusión y el pesimismo. Además, es uno de los puntos altos en la carrera de Paul Newman, y una de las más nominadas para el Oscar a la cosecha 1961 (aunque terminó perdiendo casi todas ellas a manos de Amor sin barreras). Para el grueso del público, El audaz (incorrecta traducción de The Hustler, que en realidad quiere decir “El buscavidas”) es conocida sobre todo como la “primera parte” de El color del dinero, donde su protagonista, “Fast” Eddie Felson, volvía a empuñar el taco de pool, veinticinco años más tarde. Ahora, una edición en video del sello Epoca permite apreciar este miniclásico de los primeros ‘60 prácticamente ignorado por el público argentino, y conviene señalar que la que se edita es una copia impecable, que no deja afuera ni una pulgada del Cinemascope original.
Basada en una novela de Walter Tevis y dirigida por Robert Rossen -autor de escueta filmografía, iniciado como guionista en los años ‘30–, El audaz presenta a un Newman treintañero, atravesando el primer pico de su carrera y ladeado por un elenco extraordinario en el que se destaca George C. Scott, junto a otros dos actores que dan lo mejor de sí. Por un lado, el notable comediante de televisión Jackie Gleason, con sus ciento y pico de kilos de puro talento, compone al inolvidable Minnesota Fats, sombra negra del protagonista. El otro personaje que queda grabado para siempre en la memoria es Sarah, papel de su vida para Piper Laurie, que mucho más tarde reaparecería como la mamá de Sissy Spacek en Carrie. Cosa curiosa, por allí aparece, detrás de un mostrador de bar, Jake La Motta, el boxeador autodestructivo cuya vida recrearía Scorsese en Toro salvaje. Los geométricos encuadres en blanco y negro del fotógrafo alemán Eugen Schuftan lo hicieron acreedor al Oscar de ese año, y los compases de jazz aportados por Kenyon Hopkins le ponen música a la desolación ambiente.
En sus inicios, Rossen se había especializado en dramas que basculaban entre lo moral y lo social (Body and Soul, sobre un boxeador que termina denunciando a la mafia del oficio, y Decepción, sobre un corrupto político populista), pero experimentó un quiebre personal y profesional, al soplar nombres a diestra y sobre todo a siniestra frente a los comités del macartismo. Tras un período de total renuncia creativa, The Hustler marca su retorno a los temas que en verdad le importaban, entre ellos el de la pérdida de la inocencia. Calificada como una “tragedia griega entre mesas de pool”, El audaz narra esa pérdida en tres movimientos. El primero de ellos está casi enteramente dedicado al maratónico enfrentamiento, mesa de por medio, entre el joven, brillante y ambicioso “Fast” Eddie Felson, y el curtido, parco y elegantísimo Minnesota Fats, lleno de anillos y pañuelos. En esa extenuante partida de 40 horas y 18 mil dólares en juego, Felson alcanzará la gloria, pero su descontrol lo llevará a perderla instantes más tarde.
El segundo movimiento describe algo así como el purgatorio del héroe, que de la noche a la mañana deberá asumir que no es un ganador sino todo lo contrario, y el tercero y último lo muestra de regreso, camino a una engañosa victoria final. Desde mediados de los ‘50, el cine estadounidense venía tratando con fruición y desencanto la cuestión del enfrentamiento entre padres e hijos. El audaz le da una dimensión más metafórica y a la vez la despoja de los últimos resabios de romanticismo, al hacer del héroe un joven tan impetuoso como autodestructivo y rodeándolo de varias figuras paternas, con las cuales no hay comunicación posible. Su primer manager es sensato y protector, pero Eddie no está dispuesto a oírlo. El segundo (George C. Scott) es ya la clásica figura del empresario maquiavélico e inescrupuloso, mientras que Minnesota Fats representa la figura del veterano profesional, a quien el héroe quiere bajar del trono. Noparticularmente bonita, cojeando levemente de una pierna y paseando su soledad entre mesas de bar y litros de whisky, Sarah es una figura patética pero dignísima, que sabe que cuanto más gana Eddie, más pierde. Su romanticismo la convierte en víctima propiciatoria, en este mundo de lobos que se dan dentelladas entre tacos, bolas y troneras.

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Paul Newman, veinticinco años antes que “El color del dinero”.
Aquí está acompañado por George Scott, Piper Laurie y Jackie Gleason.
 
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