30.000 no es un número, aunque se parezca mucho a uno. Martín Kohan ha dicho de modo contundente que 30.000 es una cifra pero muy peculiar, trata de una cifra abierta en tanto se repone como una interpelación al Estado, es una cifra que entraña una pregunta con una exigencia de respuesta. 

Que se encuentre abierta se debe a la particularidad de nuestro proceso histórico, no tenemos muertos que, en tanto tales, son contables, de esas contabilidades propias del dolor que repulsan. Tenemos desaparecidos y son tales porque la represión fue clandestina. Seguimos buscando los cuerpos y las Abuelas siguen buscando los niños apropiados. 

No creo que exista modo del decir “el desaparecido es una incógnita, no está, ni vivo ni muerto, es un desaparecido” sin la gestualidad de esos brazos removiendo el aire con ánimo de disolver cualquier certeza, esparcir cualquier posible materialidad, difuminar cualquier rostro. Los números que esa fría contabilidad de la muerte afirma son 8.753 y refieren a nuestros muertos. 

Lo peculiar de esta ecuación está en admitir haber secuestrado, torturado y asesinado a más de ocho mil personas con el fin de ser absueltos en el juicio de la historia, como si se trata de unos más o unos menos. Es la fría contabilidad de la muerte que transforma en números todo lo que toca. Primo Levi también, frente a toda la maquinaria de deshumanización, logró percibir su bautismo cuando escuchó a un oficial de las SS “174.517”, el número que le otorgaba su nueva identidad en el lager.

Sin embargo, la particularidad es la incógnita, como supo decir aquel general descolgado de las paredes del recuerdo, junto con el secreto y con el pacto de silencio. Esa cifra abierta no surge de un capricho nuestro, surge de la perversidad de ustedes. Esto hace de 30.000 una cifra abierta, el que se encuentre de la mano con ese otro término doloroso, desaparecido, aún a pesar de esa mueca socarrona por la derrota semántica que surge de la primera plana de un Rodolfo Fogwill allá por abril de 1984, siempre con esa irreverencia a cuestas.

En aquellos mediados de los ’80 también apareció un texto de León Rozitchner titulado “Contra las máquinas del olvido”, que lo producen. Las máquinas se empecinan en matematizar la vitalidad y calcular la muerte con éxitos aterradores. Reduce la vida a la existencia y administra la muerte bajo la lógica de libros de contabilidad. Sin embargo, siempre están imposibilitadas de suturar por completo su proyecto fraguando formas de asfixia que obliteren otros mundos. Por sus fisuras se escapan bocanadas de aire fresco, el oxígeno con el que el fuego se alimenta, esos muchos fueguitos que se expanden por los resquicios de la máquina.

30.000 no es número, es un concepto. Lo que contiene, lo que expresa y, al mismo tiempo, lo que expulsa y lo que repele, se expresa en cada grito que hace flamear la bandera. Tener memoria como práctica histórica, reconocernos con las marcas profundas que hacen de nuestro cuerpo individual y nuestro cuerpo social una anatomía que supura restos, que produce interrogantes que al no poder ser respondidos anticoagula cualquier pretensión de respuestas últimas y taxativas. 

Aquí nos encontramos con la clausura del sentido que recorre la consigna “día de la memoria, la verdad y la justicia completa", en tanto arrastra esa pretensión de taxatividad. No pretende ser justa, busca debilitar y destruir a su enemigo. Hablan de guerra, hablan de dar vuelta la página, la búsqueda de una completud en la verdad es la garantía del silencio.

La memoria no es la puesta en ejercicio de una capacidad humana para recordar, es el modo de obturar una amenaza que se yergue sobre nuestro presente y pone en riesgo nuestro futuro. No hay memoria sin amenaza. Lo que amenaza no es un pasado que vuelve y acecha, sino un pasado que se prende en un presente, así como la memoria no es el simple recuerdo de un pasado.

Las calles en esta marcha lo han mostrado. León Rozitchner se preguntaba sobre el sentido de la memoria, el recuerdo y el coraje. "Recordar implica aproximar el horror de lo distante hasta convertirlo en próximo, traerlo a la memoria como imagen presente, darle sentido a su existencia pasada en lo que ahora vivimos". 

La marcha del domingo no sólo fue una conmemoración del golpe cívico-militar, fue fundamentalmente un grito de furia dirigido a la Rosada. El horror del 76 mutado en las botas ingresando a la casa de gobierno, escupiendo odio, despidiendo trabajadores, burlándose de ellos, destruyendo vidas, financiando ejércitos de ultraje. 

Dar vuelta la página no es una invitación a la reconciliación sino al olvido, a la pretensión de interrumpir la filiación de las luchas presentes con las pasadas, obturando las luchas por venir. La falta de memoria no desactiva el horror, lo disemina socialmente. 

El olvido no es olvido. El olvido desaloja el horror de sus propietarios y lo reubica en nuestros vecinos, en el barrio, en colegas, rompiendo lazos sociales y solidarios. El olvido revoca la empatía y la piedad. Nos impide ver el sufrimiento ajeno y nos excluimos del colectivo del que formamos parte. El olvido produce una sociedad adormecida e insensible.

30.000 es el modo de construir memoria desde el lugar de un desgarramiento colectivo que, ante la presencia, ante el presente de un riesgo, se exhuma para desactivar el olvido como práctica garante de la injusticia y la memoria como recomposición de un colectivo producto de los sueños rotos a reanimar y la amenaza de muerte a exorcizar.

*Centro de Estudios de Gubernamentalidad y Estado (CIGE), Universidad Nacional de Rosario, CONICET.