DEPORTES › OPINION

Los estadios y la memoria colectiva

 Por Gustavo Veiga

Entrar en una cancha de fútbol no siempre significó cumplir con un masivo ejercicio ritual: gritar un gol, sufrirlo o desgañitarse por una camiseta. En la Argentina y en otros países también, así como un estadio permite hoy organizar un partido por la memoria y mañana un recital o un acto proselitista, también puede perderse la vida. Nos lo recuerda Puerta 12, el documental de Pablo Tesoriere que acaba de estrenarse.

Pero en una cancha también se moría (se muere) por razones ajenas al fútbol: la alienación colectiva, la represión policial o la política de inseguridad deportiva. En River nunca se produjeron los fusilamientos de militantes que proponía el almirante Horacio Zaratiegui (que sugería televisarlos y acompañarlos con un brindis posterior) porque el plan que se impuso fue otro.

A un puñado de cuadras del Monumental, en la ESMA, hubo cinco mil detenidos-desaparecidos, avenida de por medio con otro estadio de fútbol, más pequeño, el de Defensores de Belgrano. Ahí, una tribuna techada lleva el nombre de Marcos Zucker, hincha del club y militante montonero desaparecido. Una bandera de la memoria levantada frente a las paredes y las rejas del horror.

En América latina, el caso más emblemático de un escenario deportivo utilizado con fines represivos es el del Estadio Nacional de Santiago de Chile. La dictadura encabezada por Augusto Pinochet llegó a mantener en su perímetro hasta 7000 detenidos en un solo día, según denunció la Cruz Roja Internacional. También torturó y asesinó a hombres y mujeres, los hacinó en sus vestuarios y los mantuvo apuntados en sus tribunas después del golpe del 11 de septiembre de 1973.

La dictadura de Videla, Massera y Agosti no siguió la sugerencia de Zaratiegui ni copió la forma de exponer a sus víctimas de Pinochet en una cancha. Sí se valió del Mundial 78 para disciplinar voluntades y tratar de difundir en el exterior una imagen beatífica. Y escogió los mismos grandes teatros de cemento que Hitler y Mussolini para tonificarse con respaldos masivos. Grandes estadios, como el Olímpico de Berlín, o el de Roma, donde el Führer y el Duce, como Videla en el Monumental, gastaron a cuenta de la popularidad que, generoso, suele ofrecer el deporte. Y en particular un deporte: el fútbol.

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