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A llorar al Escorial

 Por Mario Wainfeld

El idioma castellano es mucho más pobre en conceptos que el inglés, aunque sus diccionarios se demoran en una cantidad de sinónimos que expresan exactamente lo mismo. Lo decía Jorge Luis Borges que conocía ambos idiomas mucho mejor que uno y ante eso no cabe sino posternarse. Pero, igualmente el castellano sigue pareciéndome un idioma hermoso y la diferencia entre “ser” y “estar” –todo un nodo filosófico– no enriquece a otras lenguas. Por lo demás, es la lengua en que Federico García Lorca, español él, escribió música hecha poesía y en la que Quevedo redondeó sonetos memorables.
El castellano resuena lindo en España aunque los españoles no sean precisamente castizos. Pero, aunque pronuncien “Madríz” y “Arlántico” (hecho que, con toda probidad, Borges denunció) los madrileños son un encanto cuando frasean. Y nuestros antepasados andaluces tienen su modito que es toda seducción.
Bella es la lengua, hermosa es España, tierra de disparidades y regiones tan diversas. Sólo ese país pudo parir a Don Quijote y Sancho Panza, esos buddy buddy tanto más rescatables desde el punto ético que nuestros Martín Fierro y Vizcacha.
Españoles, tanto unos como otros y todos excelsos, fueron y son Goya y Buñuel, Almodóvar y Ana Belén. Jugando y haciéndonos los vivos caricaturizamos como brutos a los gallegos pero los argentinos, muy especialmente los que bajamos de otros barcos, sabemos lo primero que son: nobles, derechos y laburadores.
Raro es el argentino, fuera cual fuere su origen, que no ame a España. Permítame la lectora o el lector una viñeta muy personal: hay una imagen en la película de Leonardo Favio (Sinfonía de un sentimiento) que me conmueve de un modo que casi no sé explicar: Eva Perón en su viaje a España rodeada por multitudes de españoles pequeños, hambrientos, que la ovacionan, que le agradecen la solidaridad de Argentina con su país. Una ligazón, que hecha ópera por Favio me parece que va más allá de las contingentes lógicas políticas que ligaban a los dos gobiernos.
Todo eso y mucho más evoca España y todo eso que es España seguramente merecía festejar un sábado de verano (pavada de cosa un sábado de verano en Madríz) una victoria futbolística sobre Corea. Y qué bueno hubiera sido que dos amigos entrañables que uno tiene desde hace añares, a quienes sólo conoce por sus obras –Joan Manuel Serrat y Manuel Vázquez Montalbán (futboleros por añadidura)– hubieran podido descorchar un buen Rioja.
Pero héte aquí –como dijo ese noble español que fue Machado, cuyos versos recreó el Nano Serrat con su música impar– que siempre hubo dos Españas y que sólo una de ellas hiela o enciende el corazón. Y, al ver perder a los jugadores españoles, pensé en esa otra España. Esa España neoimperial, llena de gerentes arrogantes. Algunos de ellos vinieron a este sur y medraron con privatizaciones sospechosas, se llenaron de plata, remesaron fortunas, despidieron laburantes sin asco. Y ahora, tras el default presionan salvajemente al gobierno.
El gerente mayor de esa generación de horteras desalmados y arteros es José María Aznar. Un paradigma cabal de una derechaeuropea insensible, banal y poco cultivada. Con la brutalidad y el pragmatismo de los arribistas y los nuevos ricos. Por ellos, por esa cáfila de petulantes y explotadores gocé la
victoria coreana. Me alegra que perdieran a algo. Y, por manes de la literatura, arrogándome lo que no tengo (porque les ganó Corea y no Argentina) me atrevo a dedicársela. Qué bueno que perdieron, Aznar, verdugo sin dobleces. No se gana a todo, imperialista de pacotilla. Perdieron, viejo, y ahora andá a doblar a Felipe Solá en las escenas de riesgo. Perdieron, Dios y los pueblos sean loados, porque los ricos no siempre ganan ni imponen las reglas. Y a llorar al Escorial, petimetre de derechas.

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