DISCOS

Sandro fue, volvió y sigue siendo el más grande

Su nuevo disco, Amor gitano, incluye una mayoría de temas propios, varios de ellos inéditos. Apoyado por una acertada orquestación, Sandro se pasea por sus temas preferidos: la salud y las mujeres.

 Por Fernando D´addario

La inimputabilidad de Sandro funciona a menudo como una coraza protectora de eventuales críticas (de los críticos, claro, jamás de su público). Así, todas sus apariciones artísticas, hasta aquellas teñidas de mal gusto, encuentran la complicidad del latiguillo redentor: “Sandro es el más grande”. Esa inmunidad, pertinente en las leyendas de su tipo, le hubiese permitido sacar el más ordinario de los discos; le hubiese permitido, inclusive, no editar nunca más un álbum. De todos modos seguiría siendo “el más grande”, porque su canonización no requiere de revalidaciones periódicas.
Pero no. Este Amor gitano que Warner acaba de publicar, sortea los prejuicios más previsibles (“Sandro no puede cantar más”, “Cuanto más grasa es la orquestación que le pongas, mejor”) y afronta con dignidad la responsabilidad de ser el nuevo material de uno de los mejores intérpretes que haya dado la música popular argentina. Para su regreso, Sandro eligió un disco de género, sin resignar un milímetro de su individualidad expresiva. Es que: ¿quién más que Sandro puede apropiarse de la gitanidad, más allá de los mandatos genéticos y de un apodo que lo marca de cerca? Lo “gitano”, aquí en la Argentina al menos, esquiva los estigmas sociales y llega al público desde lugares bien distintos: las señoras que veían la novela Soy gitano y los jóvenes porteños de clase media que sacaron chapa de fiesteros vía Kusturica y Goran Bregovic. Es probable que Sandro agrade a ambos públicos, incompatibles en cualquier otro contexto.
La sorpresa –bienvenida, por otra parte– se esconde en la calidad de los arreglos, en el buen gusto de la mayoría de las orquestaciones que acompañan, como una caricia fatal, esa voz encantadoramente crepuscular. El primer tema del disco, Me fui y volví (subtitulado como “un pequeño homenaje a Django Reinhardt”) , tiene en Walter Malosetti un invitado de lujo y en Sebastián Giunta un arreglador que en ningún caso exaspera el tono orquestal de “lo gitano” (¿hace falta exasperar cuando el que canta es Sandro?). El tema, además, funciona como una especie de parte médico de sus últimos diez años: “Yo sé bien lo que sentí / aquel día de diciembre / donde casi para siempre / me llevan sin regresar”.
Amor gitano incluye otras canciones propias ya estrenadas en su espectáculo La profecía, como Se me van las manos, la versión cantada de Dos gitanillos y la interpretación de la entrañable Rita Cortese del poema El otro niño. Algunos inéditos: Corazón de lobo, Fuego contra fuego (“se despertó el volcán que aún dormía”, canta allí, para renovar la esperanza ya adormecida de sus “nenas”) y Boda gitana, recreaciones personalísimas de temas ajenos (Zíngara, de Enrico Riccardi, Luigi Albertelli y Ben Molar, y la movilizadora Cara de gitana, de Rubén Lotes y Osvaldo Orquera) y alguna concesión al facilismo, como la nueva versión de Dame el fuego de tu amor, con remix y todo. El balance es positivo, aunque esta valoración sólo esté dirigida a curiosos y moderados. Las fans ya lo sabían de antemano.

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Sandro canta “canciones gitanas” que le calzan a la perfección.
 
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