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¿Cumbre? ¿Qué cumbre? Esto no es más que un gran estadio de fútbol

El fútbol hermana a los pueblos, dicen. O los enfrenta. El hecho es que en la cumbre europea, entre las bombas y las protestas y el tema caliente de la inmigración, los jefes de Estado se preocuparon más que nada por seguir el juego de sus seleccionados nacionales.

Por Fernando Heller *

”El comienzo de la segunda jornada de trabajo se retrasará por ‘razones técnicas’”, aseguraba ayer una fuente de la delegación española en la Cumbre de la Unión Europea (UE) de Sevilla. La traducción de la explicación es sencilla: el presidente del gobierno, José María Aznar, estaba sentado ante el televisor siguiendo el partido entre su país y Corea del Sur.
Aunque estaba previsto que esta segunda jornada del Consejo Europeo de Sevilla, que pone término al semestre de presidencia española de la UE, se iniciara a las 9.15, Aznar, junto con el canciller Josep Piqué y el ministro portavoz Pío Cabanillas quisieron ver la primera parte del encuentro –que comenzó a las 8.30 local– en el habitáculo de su delegación. Mientras las dos pantallas gigantes del Palacio de Congresos y Exposiciones (FIBES), en las afueras de Sevilla, informaban a los reporteros que en la Sala Itálica el ex presidente francés Valery Giscard D’Estaing iba a presentar las conclusiones de los trabajos de la Convención Europea, los informadores se agolpaban en torno de otros receptores y usaban transistores de radio para recabar información “alternativa”.
Algunos grupos de informadores españoles batían palmas, al modo flamenco, cada vez que se producía una jugada de peligro, y se olvidaban de las sesudas reuniones de los Quince. Las reporteras miraban sin entender del todo la pasión desplegada por sus colegas masculinos por esa pelea de once contra once que se llama fútbol. Una jugada de peligro de Joaquín en la segunda parte provocaba un grito contenido en la sala, un agónico “!UuUuuuyyyy!”, que hacía pasar inadvertido el saludo cómplice del presidente francés, Jacques Chirac, a Aznar, como si quisiera transmitirle ánimos, al término de la segunda parte con empate a cero.
Poco después, ya en el tiempo extra, se anula el segundo gol español y la respuesta en la sala es atronadora: “¡Ese árbitro es un ladrón! ¡Los coreanos tienen comprado al árbitro!”. No se sabe qué pensará José María Aznar. Desde las 10.30 está recluido, posiblemente muy a pesar suyo, en la sala de reunión escuchando las complejas explicaciones de Giscard sobre la reforma de la UE. Lo que quisiera Aznar es, quizás, ver las atajadas de Iker Casillas y sufrir con sus compatriotas por las controvertidas decisiones arbitrales, pero no puede. Como presidente de turno del Consejo, debe repasar las áridas conclusiones de la convención, mientras los “fuera de juego” pitados por el juez de línea provocaban la taquicardia de los hispanos.
La sala de prensa acaba convirtiéndose en un gran estadio, con el colorido, las voces y los bocinazos propios de un coro futbolístico, mientras se sufre para que el “gol de oro”, en una prórroga inhumana, sea finalmente para España. No hay bufandas ni banderines, probablemente por respeto a lo “políticamente correcto”. Un remate impresionante de Mendieta, que se estrella en el palo, levanta un rugido. En las cabinas de las cadenas de televisión la imagen llega con unos cuatro segundos de antelación con respecto a las pantallas de la gran sala, lo que permite que el corazón de algunos se acelere prematuramente. Al final, la dictadura caprichosa de la diosa Fortuna sonríe –travestida de penal– a los asiáticos. Silbato final: ¡Se acabó!
Al término del Consejo, Aznar declaró: “No nos acompañó la suerte y alguna cosa más”, en referencia a la pésima actuación arbitral. Además de expresar su pesar por la derrota ante Corea del Sur, en cuartos de final, dijo que llamó por teléfono al seleccionador nacional, José Antonio Camacho, a quien felicitó por su trabajo. El técnico y los jugadores -agregó– “han hecho un trabajo excelente”. Círculos próximos al premier español aseguraron que, apenas acabado el partido, se le vio pálido y apesadumbrado, aunque fue “consolado” de inmediato por el presidente de laComisión Europea, el italiano Romano Prodi, cuyo país también quedó fuera del Mundial.

* De la Agencia DPA. Especial para Página/12.

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El canciller alemán Gerhard Schroeder no se entusiasmó así por las ideas de Giscard D’Estaing.
 
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