EL PAíS › OPINION

Aires del Sur en Nueva York

Pena de muerte, una tradición aciaga. Las guerras del Nobel de la Paz. El imperio más impopular. Palestina en la ONU: ovación y veto en puerta. Cristina Kirchner, la lógica de un discurso. Acuerdos con Brasil, una larga crónica. El Primer Mundo en su laberinto. De las relaciones carnales a una nueva etapa en la región.

 Por Mario Wainfeld

Hollywood, cuándo no, transformó todas esas realidades en tópicos filmados. El condenado a muerte, los reclamos de clemencia (domésticos y mundiales), el gobernador que cavila en función de su futuro político. Esta vez, el centro de atención fue Georgia. El condenado se llamaba Troy Davis y era (cuándo no) afroamericano. El crimen por el que se lo juzgaba sucedió hace la friolera de 22 años. Davis fue ejecutado mediante “inyección letal”, la curiosa variante de piedad que rige en el indómito Sur. La causa en su contra, repiten las crónicas, se caía a pedazos: la inmensa mayoría de los testigos de cargo se había retractado.

“Dead man walking” habrá musitado alguien como en la inolvidable película de Tim Robbins, protagonizada por Sean Penn y Susan Sarandon. Las apelaciones morales sumaron cientos de miles, las más conspicuas fueron las del ex presidente James Carter y la del papa Benedicto XVI.

Según la ONG Amnistía Internacional, hay más de 3000 convictos en “corredores de la muerte”, colectivo que abarca decenas de mujeres. Davis atrajo atención inusual: otro ejecutado en Texas, el mismo día, recogió menos centimil. En las próximas semanas (si no media conmutación, tras la liturgia conocida) habrá dos homicidios estatales más, en Florida y Ohio. Truman Capote consagró la frase y su sentido, de una vez y para siempre: A sangre fría alude al salvajismo estatal antes que a la violencia ocasional de delincuentes.

Según comentó la abogada norteamericana Sandra Babcok en un recomendable reportaje publicado ayer en Página/12, quedan 23 países en el mundo que aplicaron ejecuciones en 2010. Hay algunos más en las que rige la pena, aunque no se aplica. Una minoría execrable, poco más del 10 por ciento de los estados con banca en la Organización de la Naciones Unidas (ONU).

Estados Unidos de Norteamérica es un país federal, cada estado dicta su código penal, no lo hay único como en la Argentina. Treinta y cuatro sobre cincuenta estatuyen la pena capital. Tres trepan veloces al podio: en California más de 700 condenados esperan su hora, en Florida hay casi 400, 321 en Texas. El gobernador texano, Rick Perry, es un infausto recordman: 234 personas fueron al patíbulo, sin que intercediera su gracia. No me quitó el sueño, se jacta el mandatario dos veces reelecto que es precandidato a la presidencia por el Partido Republicano. En su placidez nocturna desoyó reclamos de México, de la Corte Internacional de Justicia, del mismísimo Obama. En 1956, cuando la joven Susana Valle fue a pedirle a Pedro Eugenio Aramburu que no fusilara a su padre el general Juan José Valle, le respondieron que el presidente de facto dormía. No valía la pena desvelarlo. Un hilo invisible emparienta a los represores, en tiempos, latitudes y contingencias muy distintas.

Estados Unidos es la mayor potencia militar del mundo, a sideral distancia de cualquier competidor. Hace décadas que masacra poblaciones de forma continua en distintos parajes del globo. La actual administración no excepciona la regla. El presidente demócrata, Barack Obama, recibió al ratito de asumir el Premio Nobel de la Paz. Al cronista, que escribe en un diario, sólo se le ocurren comentarios que armonizan con la línea editorial del semanario Barcelona. Tal vez sean límites de su escritura, tal vez no.

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Un abismo en la ONU: El historiador Eric Hobsbawm escribió en 2003 que “Estados Unidos se ve ante el hecho de que su imperio y sus objetivos ya no son unánimemente aceptados. (...) De hecho, su política actual es más impopular que la de ningún otro de sus gobiernos –y probablemente que de ninguna otra potencia– en toda la historia”. Por entonces, gobernaba George Bush, el juicio sigue vigente en la era Obama.

La Asamblea General de la ONU escenificó el abismo que media entre el poder desnudo y la influencia o el liderazgo moral. En sesiones memorables, líderes de numerosos países libres y democráticos bregaron por el reconocimiento del Estado de Palestina. El presidente de la Autoridad Palestina Mahmud Abbas le puso el moño, por así decir, a esa demanda multiplicada con un discurso memorable por su profundidad y contención. Fue ovacionado de pie por la mayoría de los asistentes.

El justo reclamo topará con el veto norteamericano en Consejo de Seguridad, una rémora de la Guerra Fría y un mentís a la igualdad entre estados. Estados Unidos tiene, más vale, como aliado sólido a Israel y cuenta como siempre con la lealtad inquebrantable de Gran Bretaña. Fuera de esas fronteras, el círculo de aprobación decae de modo abrupto. Es minoritario, como la pena de muerte. Pero como ésta, impera en el cruel terreno de los hechos.

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Brasil y Argentina, Dilma y Cristina: La presidenta Cristina Fernández de Kirchner se enroló en la mejor posición, que fundamentó en las normas vigentes y los mejores principios del derecho internacional. Hay quien se distrae discutiendo si es funcional o no que hable sin leer, el cronista estima más fructífero repasar la esencia de la postura, que es encomiable y está en línea con la mayoría de las naciones de la tierra. Cristina Kirchner expuso bien, más allá del estilo, porque eligió la mejor opción política y la sustentó en el imperio del derecho.

Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, fue la primera mujer en abrir una Asamblea General. Palabra más, ritual menos, su presentación concordó con la de Argentina. Rousseff encarna el tercer mandato del PT en su patria, Fernández de Kirchner tiene todo para llegar a una marca similar en octubre. Revistan en partidos de tradición popular, convalidados por su ciudadanía en elecciones limpias y masivas. Con mucho color local que jalona diferencias, prevalece la simetría entre las dos experiencias. Una vuelta de hoja en los alineamientos internacionales, un apartamiento rotundo del Consenso de Washington, la procura de un rumbo autónomo.

No es la primera vez desde 2003 que los sucesivos presidentes de Brasil y Argentina coinciden en una definición de política internacional, ni será la última. Lula da Silva y Néstor Kirchner actuaron codo con codo en la Cumbre de Mar del Plata para decirle “no” (y sepultar) al ALCA. Desendeudaron a sus países del Fondo Monetario Internacional (FMI) casi en simultáneo. Operaron unidos para evitar golpes de Estado en Bolivia (en dos ocasiones), en Venezuela y en Ecuador. Mediaron para evitar que escalara un riesgoso conflicto entre Colombia versus Ecuador-Venezuela. Los discursos de las presidentas en esta semana prolongaron pronunciamientos previos, pautados y coherentes.

Brasil es una potencia en ascenso, Argentina un país de mediano rango que levanta trabajosamente cabeza después de una crisis fenomenal que la hundió en el fondo del pozo. Hay diferencias, pues, y también intereses difíciles de compatibilizar. Pero el proyecto común avanza y la relación estratégica bilateral es la más firme de la historia compartida. La unidad vertebra a América del Sur, que atraviesa una coyuntura sin parangón de crecimiento económico, estabilidad democrática y ausencia de guerras internacionales.

Esos gobiernos ganan elecciones sucesivas, mientras en Europa ser oficialista es una maldición gitana y Obama dista de tener asegurada la reelección frente a trogloditas como el gobernador Perry o los cruzados del Tea Party.

En Argentina, se ha puesto de moda entre intelectuales “independientes” (esto es, opositores) comentar que los próximos comicios son aburridos, vacíos de interés. Es sencillo discrepar: es más que interesante (y más bien exótico) que haya gobiernos plebiscitados por su gestión, cuyos pueblos retribuyen mejoras sensibles para la mayoría de los ciudadanos. Es asombroso que haya podido recobrarse un gobierno que perdió la elección de medio mandato y fue derrotado en un conflicto social y político como el de las retenciones. No hay precedentes autóctonos. Alguna enseñanza democrática habrá en esa original trayectoria, alguna moraleja digna de estudio, aunque abunden académicos que eligen el aburrimiento o el desdén intelectual respecto de lo que no les agrada.

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La política allá y aquí: La dilución del pretendido liderazgo moral mundial dista de ser la mayor tribulación del presidente Obama. La crisis económico-financiera la precede, por varios cuerpos. En otro paraje del techo del mundo, la Unión Europea (UE), la coyuntura es similarmente feroz.

Los mercados y su frenesí delirante jaquean a la democracia tanto como al más ambicioso (y, todavía, exitoso) proceso de integración regional del siglo XX. La moneda común se devaluó: el euro ya no es un logro formidable sino una traba para la política monetaria. El citado Hobsbawm ya lo dijo: “en un mundo tan integrado, las operaciones ordinarias están tan engranadas entre sí que cualquier interrupción tiene consecuencias inmediatas... los mercados globales e incluso economías enteras contagian con una velocidad impensable en cualquier período anterior”. Grecia, uno de los eslabones más pequeños y débiles de la UE, entra en cesación de pagos y detona un efecto dominó sistémico. Los gobiernos de otros países reniegan de hacer los salvatajes obvios (precavidos de la reacción de sus electorados y del sistema financiero) y le ponen quinta velocidad al Titanic. Le hacen escupir sangre al pueblo griego, sin resolver nada. Asombra tanta falta de pulso político, tal flaqueza en los liderazgos, tanta pulsión suicida.

La crisis, como la gripe aviar, propagará su contagio y es absurdo suponer que se está blindado frente a todas sus derivaciones. Lo que sí es palpable (se corroboró en 2008 y 2009) es que la Argentina no revistará entre sus principales víctimas, como era regla en las últimas décadas del siglo XX, sino que cuenta con recursos y criterios propios para mitigarla. Las fugas de capitales en Brasil y en nuestro país obedecen en parte a causas no idénticas y reciben respuestas gubernamentales distintas. De todas formas, hay una lógica que acelera esas tensiones, que deberá ser atendida.

En 2009 el actual gobierno manejó la contingencia con serenidad, coherencia y acciones contracíclicas sin resignar los alicientes al mercado interno ni la defensa del empleo. Fueron, en la relativa malaria, uno de sus momentos más virtuosos. El presupuesto 2012 arroja algunas previsiones que van en el mismo sentido: incrementos sensibles a las partidas para Desarrollo Social y para Trabajo (en especial para planes de creación de trabajo y seguro de capacitación y empleo).

Pero es ilusorio suponer que en plena campaña electoral se darán a conocer medidas o programas de la próxima administración. Los tajantes guarismos de las Primarias trastrocaron el escenario, adelantaron los debates sobre el futuro gobierno, sus medidas y sus elencos. Es una derivación lógica, que no se debe extremar.

El pronunciamiento del pueblo soberano está aún pendiente, los plazos institucionales y sus cadencias comenzarán después de octubre. Para entonces, claro, habrá que asumir que el 2012 será un año turbulento aún en los países que no causaron la crisis ni atraviesan zozobras de legitimidad o de gobernabilidad. Hablamos, por una vez, del nuestro y de varios de sus vecinos, no del Primer Mundo que no atraviesa su mejor etapa.

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El conglomerado opositor pasó de largo la Asamblea de la ONU. Casi ningún tema profundo lo atrae, distraído en querellas internas o en jugadas de campaña. Apena la pobreza temática, más allá de su seguramente dudoso rédito electoral. Enfrente, por así decirlo, las dos presidentas de los países rectores de la región encarnaron un trance valorable, consistente con sus trayectorias previas. Un racional ejercicio de la soberanía y la autodeterminación, equidistante de la genuflexión y la compadrada.

Remontarse en el tiempo, no demasiado atrás, es un ejercicio aconsejable. Otro gobierno peronista, el del presidente Carlos Menem, abrazó la causa de “las relaciones carnales”. El deliberado desparpajo de la expresión desnudaba el lugar que ocupaba Argentina en esa relación. En su nombre se malvendió el patrimonio estatal, se sobreactuó obsecuencia con Estados Unidos, se mandaron barquitos destartalados de la Armada a la impopular y aciaga Guerra del Golfo.

El presidente radical Fernando de la Rúa marchó por la misma senda. Se encolumnó con Estados Unidos para votar contra Cuba en la ONU. Siguió como un perrito faldero las directivas de los organismos internacionales de crédito. Ya de salida, mientras la Federal masacraba manifestantes a metros de la Casa Rosada, dedicó parte de sus instantes postreros a llamar al titular del FMI Horst Köhler para pedirle disculpas. Que se sepa, no tuvo tanta contemplación con las víctimas ni entonces ni en los diez años posteriores.

La transición a un nuevo paradigma no es consecuencia del viento de cola, se decidió políticamente. La Argentina, a diez años vista del 2001, es un país incomparablemente mejor y más promisorio. Los nombres de varios candidatos opositores (Eduardo Duhalde, Ricardo Alfonsín. Alberto Rodríguez Saá) evocan directamente esa etapa. Por ahí, esa ligazón y la memoria popular explican en parte su cosecha electoral reciente.

Cuando el pueblo haya votado despuntará una etapa ardua, plena de desafíos, requirente de correcciones, cambios e innovaciones. Su tiempo real comenzará a fines de octubre, cuando las urnas hayan expresado su veredicto sobre los ocho años recientes de gobierno.

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Imagen: EFE
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