EL PAíS › OPINION

En contra del nuevo golpismo

 Por Miguel Bonasso

Néstor Kirchner, el virtual presidente de la Argentina, pronunció ayer un discurso ejemplar, por lo firme, patriótico y generoso, que no deja lugar a reservas ni retaceos de ninguna índole por parte de la ciudadanía democrática. Su convocatoria a todos los argentinos de bien debiera ser respaldada en las calles por una gran movilización popular en defensa de la democracia, la soberanía y la justicia social. Un equivalente de lo que fue, en España, la respuesta de un millón de personas tras el intento golpista del coronel Tejero.
Aquí no tuvimos –en esta ocasión– un coronel fascista, pero debimos padecer en las últimas horas la maniobra desestabilizadora de Carlos Menem, quien al fugarse de los comicios donde iba a ser sepultado, pretende arrebatarle legitimidad y poder al nuevo gobierno constitucional que debía surgir del ballottage, con la perversa intención de ser convocado —en un futuro que nunca llegará— a “salvar a la República” del eventual fracaso de su rival al que pretende débil por dejarlo anclado en el 22 por ciento de la primera vuelta.
Como bien lo señaló Kirchner, Menem culmina con este golpe ruin una trayectoria signada por la destrucción del Estado y el aparato productivo, operada en beneficio del capital más concentrado. Su fuga cierra también la parábola de un político que siempre antepuso sus apetitos personales de sultán a los intereses nacionales. Su gobierno, un protectorado sometido a las relaciones carnales con Washington, fue la continuación de la dictadura militar por otros medios, para que el capital financiero que mueve los hilos detrás del trono pasara sin transición del genocidio policial de la desaparición forzada de personas al genocidio social de los desocupados.
Ayer, Néstor Kirchner habló como el presidente que ya es y trazó una raya entre ese pasado infame que aún padecen millones de conciudadanos sumidos en la desesperación y la pobreza, con lo que debe ser una gestión que reconstruya la nación y le devuelva al pueblo la esperanza, la dignidad ciudadana y la alegría de vivir. La proclama presidencial es un primer paso de indiscutible nobleza, que contrasta con la miseria moral del adversario en fuga y acrece su valor al ser pronunciada como homenaje a una generación que supo jugarse la vida para construir una sociedad más libre y más justa.
Es verdad que entre el dicho y el hecho hay un trecho y que los argentinos hemos padecido, de manera reiterada, la defección de los dirigentes que prometían el paraíso y al día siguiente nos condenaban al infierno y que ese largo rosario de frustraciones provocadas por una dirigencia política que claudicó ante “el poder detrás del trono” de los grandes capitales nos condujo al escepticismo y al vaciamiento de las instituciones republicanas. Pero esa verdad histórica, que entró en crisis con las jornadas inolvidables del 19 y 20 de diciembre de 2001, no debe enturbiar nuestra visión en esta trascendental coyuntura: debemos hacernos eco de esta convocatoria generosa para fortalecer y renovar nuestro sistema político con el peso del poder popular movilizado y organizado en defensa de la verdadera democracia, que es la democracia social.
Nos acechan grandes peligros, internos y externos. El fugado y los que lo financian no han desaparecido de la escena. Van a estar fuera pero también dentro del nuevo gobierno, procurando divorciarlo del pueblo, para someterlo o tumbarlo de acuerdo a sus intereses. Es tarea de millones evitar que puedan cumplir una vez más sus designios. Y esa tarea comienza ahora mismo.
El discurso de Kirchner no elimina por su sola enunciación el poder gigantesco de los factores de presión. Para llevar sus propuestas a la práctica será necesario que un nuevo bloque social y político venga a reemplazar a viejas estructuras partidarias vaciadas de contenido y responsables de los males que padecemos. Es imprescindible una nuevasíntesis, que recoja las mejores tradiciones de nuestra historia política como contrapeso a las conspiraciones que ya se están maquinando.
La evidencia de que esa herramienta aún no existe no debe paralizarnos: en este momento todos los ciudadanos de bien —sin distinción de organizaciones ni banderas— debemos cerrar filas en torno a la institucionalidad democrática. En contra del nuevo golpismo.

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