EL PAíS › ADRIANA, MADRE DE CUATRO CHICOS EN EL BARRIO

“Pensé en regalar a mis hijos”

 Por Alejandra Dandan

Hasta el año pasado los desempleados del barrio recibían la asistencia mensual de distintos planes sociales que eran reforzadas con provisiones del Plan Vida. Adriana G. es una jefa de hogar inscripta en esos programas. Durante todo ese período obtuvo una vez por semana una caja con un paquete de azúcar, polenta, fideos, lentejas, leche una vez al día y huevos. Ahora las cajas del plan no llegan más, sólo continúa la afluencia diaria de leche, menos los días de lluvia: “Con el agua no entran ni los colectivos ni nada: si hasta los camiones con la leche se quedan afuera porque el barro te llega a la rodilla”. En este mismo momento llueve, y llueve desde hace tres días seguidos, después de un fin de semana.
–¿Te digo la verdad? –dice la mujer– Hoy los traje a la escuela porque hace tres días que no comen.
Sus cuatro hijos son alumnos de la escuela 65 en el IAPI. Hasta el año pasado, cuando los recursos eran menos escasos, tampoco ella los sacaba cuando llovía en el barrio. Las napas están a un metro del suelo, no hay cloacas ni gas. Cualquiera sea el volumen de lluvia, todo el IAPI queda aislado y cubierto por capas de barro que lo vuelven intransitable para todos, incluso para ellos. Ahora la desesperación es otra. A ella no le importa ni el barro que tiene pegado en las partes más altas de sus pantalones: la escuela es el único lugar donde estar a flote. Y aunque no hay recursos para servirles un plato de comida, Adriana y sus vecinas buscan auxilio en esas mesas de merienda.
Uno de sus hijos en este momento está llevando adelante un tratamiento neurológico en el Centro de Rehabilitaciones del Hospital de Wilde, de Avellaneda. Ella camina cincuenta cuadras de ida y vuelve a remontar el camino de vuelta. De vez en cuando alguien la contrata unas horas como doméstica pero ese ingreso también se fue devaluando: en lugares donde antes le pagaban cuatro pesos ahora la llaman para darle dos.
En los clubes de trueque del barrio consigue hacer rendir un poco más el escaso dinero, pero en el último tiempo no hay más provisiones.
“¿Te digo la verdad? –dice una vez más–: pensé hasta en regalarlos, entregar los documentos y dárselos a alguien que pueda cuidarlos”. Sus hijos aún están con ella pero en esa especie de fuga que imagina se le cruzó hasta quitarse la vida. Su caso no es el único en la zona: la falta de comida provocó al menos un antecedente como ese. Hace unas semanas, una de las mujeres del IAPI dejó a cada uno de sus hijos con sus documentos distribuidos en casas de distintas familias y se fue.

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