EL PAíS › OPINION

Hipocresía inútil

Por Alberto Ferrari Etcheberry

La hipocresía es el homenaje que el vicio le rinde a la virtud”, definió el moralista Duc de la Rochefoucauld. Fueron, sin embargo, los británicos victorianos –de Shaw a Wilde, pasando por Disraeli– quienes popularizaron el concepto, dos siglos más tarde, a veces con ambigüedad rayana en el cinismo. Fue una recepción lógica: con el ingreso a la edad del imperio nacía la esencial contradicción que sigue marcando nuestras vidas. El capitalismo, que por definición es desigualdad, unía su destino a la democracia, que por definición es igualdad. La hipocresía devino un instrumento social, el pegamento cultural de ese conflicto, que acompaña a la aspiración de un estado por encima de las clases, lejos del comité de negocios de la burguesía francesa o de la Italia del Resurgimiento.
Concluido el corto siglo 20 la cosa sigue funcionando. En lo general -la “filosofía” del sistema– y en los casos particulares más exitosos, llámense “polder model” holandés, capitalismo renano, o modelo japonés, parece resonar Disraeli: “Un gobierno conservador es la hipocresía organizada”. O nuestro más conocido Lampedusa. La experiencia parece mostrar que hasta hoy no le ha salido al cruce sino el cinismo, que con Bush junior se afianza como la única ratio para la supervivencia del país que engendró a Jefferson y Roosevelt, perdida toda intención de homenajear a la virtud.
Uruguay es un ejemplo de hipocresía. Ojo, me llaman uruguayoadicto. ¿Quién puede negar las virtudes orientales como su civilidad, su sociabilidad, su desapego al trabajo mercantilizado, su creatividad? El paisito es un ejemplo y no sólo de democracia, de tolerancia, de convivencia y de honradez pública. Pero desde hace rato ese edificio se sustenta en la hipocresía: ocultar la función de prostíbulo de la plata negra, el robo liso y llano y el derroche generados allende el charco compartido. Una sociedad ejemplar en un paraíso off shore. Y la voz de orden es que no se discuta ni que se menee, que hoy no hay otro destino, con el tamaño y los vecinos impuestos por la pax britannica: orientales, la guita negra o la tumba.
La hipocresía, entonces, es cosa seria. Y útil: Uruguay. El miércoles en Página/12 mi estimado Alberto Couriel, senador y economista del Frente Amplio, muestra las dos carátulas orientales. Por un lado, la civilidad y la objetividad en la crítica, no alejada de la defensa, cuando cabe, del presidente Batlle, a quien, pese a la insinuación en contrario de la cronista, le reconoce haberse esforzado para ayudar a la Argentina. Por otro, se le ve la pata a la sota: “Todos hacemos el máximo esfuerzo para que el sistema financiero salga de la mejor manera posible. Nadie quiere el corralito. Todos los partidos políticos queremos lo mejor para la Argentina”. Política nacional, que le dicen, que en Uruguay funciona, con tupamaros y sin cleptocracia, hasta para aceptar que, por ahora al menos, no hay más remedio que administrar el prostíbulo financiero, cuidando que los bancos off shore y las sociedades off shore no se metan con la virtud, esto es, dentro del paisito.
En contraste no hay nada más lamentable que la hipocresía inútil, la que nadie cree ni puede creer, la del ejemplar Adolfo Rodríguez Saá llamando a la cruzada contra la corrupción y la del cabo honorífico Ricardo López Murphy convocando a lavar cerebros cerrados a los méritos del paraíso financiero que desde el Rodrigazo nos gobierna. Y esta es la clase de hipocresía que contestó al presidente Batlle: el ladrón gritando corran al ladrón. ¿”Todos son ladrones”? ¡Qué horror! Pero los desnutridos de Villa Quinteros no son ladrones.
Esta hipocresía inútil no es sino cinismo, como que con el peronismo menemizado llegamos a la cumbre del cinismo como fundamento sociopolítico, a partir de la riqueza de mal gusto del señor Bolocco ostentada con impunidad ejemplar: quedate mosca, esto es lo que vas a lograr cuando te toque el turno. Claro que esta hipocresía es inútil hasta para entenderlos mensajes, y así pasó sin comentarios la peor ofensa de Batlle, esto es, que para subrayar el estado de destrucción de los argentinos augurara que volveríamos a elegir al principal destructor: Menem. El apoyo de la gran mayoría a los dichos del presidente uruguayo, aunque entristezca a Felipe Solá, paradójicamente parece negar el pronóstico. Amén.

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