EL PAíS › BELEN, LA NIETA 88, ULTIMA RECUPERADA

“Fue un proceso de años”

 Por Victoria Ginzberg

“La historia de mis viejos me provoca dolor. Pero saber que me estaban esperando, que me querían, me cambia mucho la perspectiva. Me da tranquilidad. Todo el mundo quiere saber su origen, su identidad”, dice Belén a Página/12. Tiene 30 años y es la nieta “88”, la última joven que recuperó su identidad.

Belén es hija de Horacio Altamiranda y Rosa Luján Taranto. Nació algún día de agosto de 1977 en la maternidad clandestina que funcionó en el hospital militar de Campo de Mayo. Sus padres militaban en el PRT-ERP y fueron secuestrados el 13 de mayo en Florencio Varela. Llegó a la familia que la crió en Córdoba a través del Movimiento Familiar Cristiano.

“Fue un proceso de años –dice sobre su búsqueda–. Yo sabía que era adoptada desde chica. Saqué cuentas sobre la fecha en que había nacido y me acerqué a Abuelas. La primera vez fue a principios de 2006. Una amiga me consiguió el 0800. Ahí me dieron el teléfono de la filial de Córdoba”, cuenta la joven de 30 años que trabaja en un call center. La segunda aproximación de Belén con su historia fue el año pasado. Después de que murió su padre adoptivo volvió a Abuelas y esta vez se hizo el análisis genético. En poco tiempo los resultados confirmaron que era hija de Horacio y Rosa. Y vino a Buenos Aires a conocer a su familia.

“Me encontré con tres abuelos, mi hermana y una tía abuela. Fue muy emocionante. No he terminado de caer. Fue fuerte ver la emoción de ellos, que me estaban buscando hace 29 años. A la vez fue raro reconocerme en los rasgos. La verdad es que hubo una conexión inmediata con todos. Eran desconocidos pero ahí nomás me sentí parte. Hubo un feeling inmediato”.

Belén está reconstruyendo su historia de a poco. Sabe que su mamá estuvo secuestrada en El Vesubio y que la llevaron a parir a Campo de Mayo, donde le adelantaron el parto con una cesárea. Susana Reyes, la última persona que vio con vida a Rosa, le contó que ella ni siquiera supo si tuvo un varón o una mujer, pero que tenía “una polenta bárbara” y “esperanza de salir”.

“Creo que se trata de cerrar círculos. Cosas que te vas planteando en la vida. La mayoría de los que somos adoptados tenemos esa imagen de que no nos quisieron. Saber que me estaban esperando, que me querían, me cambia mucho la perspectiva. Es fuerte, todavía hay cosas que estoy construyendo.”

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