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El cine argentino busca apoyos en San Sebastián

El Incaa aprovechó la atención general puesta en los films presentes en el Festival para detallar su plan de estímulo a la interacción entre las comunidades españolas y la Argentina.

La presencia argentina en el Festival de San Sebastián no se agota en las ocho películas que aspiran a premios, ya que incluye una apuesta del Instituto de Cinematografía y Artes Visuales a utilizarlo como eje de difusión de su nueva política de coproducciones. En una primera etapa apunta a llamar la atención de las comunidades autónomas españolas, que tienen fuertes lazos culturales con el país pero además, y sobre todo, importantes presupuestos destinados a los productos audiovisuales. Los films seleccionados para este Festival Clase A –dos en la competencia oficial, seis en la “Made in Spanish 02”– funcionan así como un mascarón de proa de los intereses del cine nacional, cuya producción futura descansa, en buena parte, en la seducción de capitales foráneos.
En ese marco, el presidente del Incaa, Jorge Coscia, presentó ayer en sociedad la publicación Raíces. La revista del cine argentino para Europa, cuya dirección está a cargo del escritor Rubén Tizziani. La revista, en inglés y castellano, deja claro que la primera parte del plan consiste en cautivar el interés de los responsables de las políticas culturales de las comunidades vasca, catalana, andaluza y gallega, para ofrecerles participar en la financiación de proyectos en la Argentina. La ecuación es simple: luego de la devaluación, la Argentina es un país ideal para filmar a costos bajos, con una industria desarrollada, enorme cantidad de paisajes impactantes y con historias a contar que siempre podrán incluir el interés de los españoles. No podría ni soñar con eso si su propuesta no estuviera avalada por una historia cinematográfica de notable relación con España, producto, a su vez, de la realidad de que alguna vez fue su colonia.
San Sebastián funciona como un recordatorio de esa corriente de respeto y afecto de España hacia el cine argentino. Hay una novena película nacional en el Festival, aunque se note poco, ya que está fuera de las secciones competitivas. Se trata de El jefe, de Fernando Ayala, con Alberto de Mendoza, Orestes Caviglia, Leonardo Favio y Graciela Borges, cuya programación en la retrospectiva “50 de los 50” –50 films claves en las 50 ediciones del Festival– sirve para recordar que desde siempre hubo aquí una presencia llamativamente estelar del cine argentino. Graciela Borges –ganadora del premio a la mejor actriz dos veces, por Los viciosos en 1963 y por Crónica de una señora en 1971, y luego dos veces miembro del jurado, una como presidente– dice que jamás consiguió sentirse extranjera aquí, donde, además, nació “el hombre que más amé en mi vida, mi abuelo Tomás”. También ganaron premios Eliseo Subiela, por Hombre mirando al sudeste en 1986, Alejandro Agresti por El amor es una mujer gorda en 1987 y por El viento se llevó lo que en 1998, Cipe Lincovsky por su labor en La amiga, de Jeannine Meerapfel en 1988, Tristán Bauer por Después de la tormenta en 1990, Adolfo Aristarain por Un lugar en el mundo en 1992, Norma Aleandro por Sol de otoño, de Eduardo Mignogna, en 1996, Federico Luppi por Martín (Hache), de Aristarain, en 1997, y Adrián Caetano, por Bolivia, en 2001.
Raíces, que fue presentada en sociedad en el paquete hotel María Cristina con la presencia de otras figuras como Carlos Sorín y Valentina Bassi, recuerda al público español el reciente rodaje en Buenos Aires de buena parte del film Imagining Argentina, de Christopher Hampton, con Antonio Banderas y Emma Thompson, intentando dejar claro que el proceso de interacción ya está en marcha. “La Argentina es un lugar muy interesante para filmar ya que hay gran variedad de sets naturales”, dice el productor ejecutivo Raúl Outeda. “Si a eso se agregan técnicos, laboratorios y equipamientos, somos un lugar privilegiado de producción. Además, respecto del casting, por nuestro origen y colonización somos un país multirracial. Para una producción extranjera es interesante, porque se puede armar untipo de casting para lo que se necesita. Hubo films en los que se pudo reconstruir en Buenos Aires un sector de Nueva York o Israel.”
El productor Pablo Rovito lo dice más brutalmente. “A partir de la devaluación, el país se convirtió en un sitio casi perfecto para producciones venidas desde afuera, ya que los extranjeros encuentran una combinación extremadamente tentadora: muy bajos costos y alta calidad de actores y técnicos”, describe el vicepresidente de la Federación Iberoamericana de Productores Cinematográficos y Audiovisuales. El polémico y exitoso film mexicano El crimen del padre Amaro, que aquí causó sensación, figura en el programa como coproducción con la Argentina porque el trabajo de laboratorio se hizo en Buenos Aires. La realizadora Liliana Mazzure acaba de concretar un casting para un film mexicano con financiación estadounidense que tiene un porcentaje mayoritario de argentinos –guionista, fotógrafo, actores, escenógrafos– en puestos artísticos clave. Un pesimista podría decir: el futuro ya llegó y es como el pasado.
Pero la verdad es que, una vez pasado lo que pasó, las coproducciones son ineludibles para el futuro del cine nacional, ya que para los realizadores argentinos los costos en dólares –los negativos, procesos de laboratorios, la compra de equipamiento, o incluso su alquiler– se han convertido en una barrera durísima de sortear sin apoyo en moneda extranjera. Para Adolfo Aristarain, un temperamento crítico si los hay, hacer muchas películas no tiene sentido si eso no ayuda a refundar una industria. “Sabemos que en la Argentina se hace lo que se puede, intentando suplir la falta de recursos con talento”, plantea. “Pero llegó la hora en que debemos intentar formar de una vez por todas una industria fuerte. De lo contrario seguiremos haciendo películas en las que nadie cobre un peso, en las que haya que poner el hombro para rodar. Y eso se hace una vez, tal vez dos, pero después nunca más.”
Coscia tuvo ayer una visión optimista del problema al afirmar que, después de todo, la crisis argentina “es un juego de niños comparada con la que vivieron nuestros bisabuelos y abuelos con la Guerra Civil Española y sus consecuencias”. Un andaluz despistado, que no escuchó bien la frase o había tomado un trago de más –eso suele ocurrir en San Sebastián–, le preguntó a un periodista argentino si actualmente había una guerra civil en la Argentina. “No”, fue la respuesta casi ofendida del argentino. Pero se vio obligado entonces a explicarle la situación nacional en detalle. Cuando terminó, el andaluz, mirándolo divertido, le subrayó: “No, pero casi que sí, ¿no?”, en una escena como de película.

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“Imagining Argentina” es utilizada como un ejemplo de las posibilidades de producción en el país.
 
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