SOCIEDAD › LOS QUE VENDEN TODO PORQUE SE VAN DEL PAIS ESCAPANDO DE LA CRISIS

Argentinos en liquidación

Quienes decidieron probar suerte en otro lado, antes de subirse al avión le ponen precio a sus cosas: desde los muebles a los juguetes de los chicos, las plantas del balcón, la licuadora y las sábanas. Sus casas se convierten en ferias americanas, en algunos casos hasta organizadas por mujeres expertas en el ramo. Testimonios de la odisea de desprenderse de todo para irse. Los que se dedican a recorrer las ferias en busca de oportunidades.

 Por Mariana Carbajal

El éxodo de argentinos en busca de mejores horizontes multiplicó las ferias americanas. Antes de subir al avión, los que emigran tratan de vender todo. O casi todo. “Nos llevamos nada más que nuestra ropa, dos gatos y los juguetes de mi hija. El resto lo tenemos en venta hace dos semanas”, contó a Página/12 Gustavo García, de 28, de Villa Urquiza, que proyecta viajar a España. Para llevarse algún dinero más en el bolsillo o simplemente porque la mudanza les resulta muy cara, están rematando el mobiliario, los electrodomésticos y hasta los objetos más queridos. Las ventas se anuncian con avisos en diarios o a través de cadenas de e-mails. Algunos, incluso, las delegan en mujeres que se dedican a organizarlas. Los aprovechadores de oportunidades pueden conseguir a precios muy accesibles desde un televisor y un juego de comedor hasta rollers, ventiladores de techo y cosméticos.
Los compradores merecen un comentario aparte: hay comerciantes que buscan antigüedades o equipos de audio para revender, pero los más curiosos son los “adictos” a este tipo de ventas: gente –abogados, jueces, psicólogas, amas de casa– cuyo hobby es recorrer los fines de semana ferias americanas en busca de oportunidades.
Gustavo García difundió la venta por Internet. “Mandé un mail a todos los amigos con una foto de cada objeto”, describió. Sus muebles y electrodomésticos los ofrece a la mitad del precio que están nuevos. Con su esposa Claudia, de 36, tenían planeado levantar campamento en abril, pero resolvieron adelantar la partida. “Me pagaron el aguinaldo recién la semana pasada y en mi trabajo bajaron los salarios un 20 por ciento. Así que decidimos irnos ahora. Si a la reducción del sueldo le sumamos la devaluación, cada vez nos vamos a poder ir con menos dinero”, evaluó. Gustavo es técnico de radio y hasta hace algunos días, cuando presentó la renuncia, se desempeñaba en una empresa de telecomunicaciones. “Tenía trabajo y ganaba bien. Pero nos vamos igual porque acá hay pocas oportunidades. Mi mujer tiene 36 años y para el mercado laboral ya es vieja. Tenemos muchos amigos muy preparados que están sin trabajo. Mi viejo no tiene otra salida que manejar un remís. Y a este panorama le sumamos el problema de la inseguridad: Claudia tiene miedo de salir a la calle”, enumeró Gustavo.
El destino es Almería, en el sur de España, adonde ya están radicados los padrinos de Julieta, la hija de 2 años del matrimonio. En el departamento de sus amigos vivirán hasta que consigan empleo y puedan pagar un alquiler. “Vamos con la idea de cambiar nuestro estilo de vida. Si tenemos que trabajar en un bar en la playa no tenemos problemas”, agregó Gustavo. Ya vendieron varios electrodomésticos, entre ellos una heladera a 500 pesos, y los muebles de Julieta. Les quedaban todavía un par de televisores. “Nos llevamos nada más que nuestra ropa, dos gatos y los juguetes de mi hija para que le resulte más fácil la adaptación. El resto lo tenemos en venta hace dos semanas. Es muy caro trasladar las cosas con una empresa de mudanzas e Iberia permite 20 kilos por persona de equipaje, que no es nada, y por encima de ese volumen hay que pagar. Lo que no podamos llevarlo ahora, vamos a dejarlo para que nos lo lleven los parientes cuando nos vayan a visitar”, explicó Gustavo.
Despojados
Graciela Augustinowicz, de 32, y su novio, Sergio Parenti, de 26, viven en Villa Devoto. Por poco tiempo más. Para vender sus cosas optaron por poner un aviso en los clasificados, donde se anuncian las ferias americanas. “Familia vende todo por viaje”, informa el anuncio que viene repitiéndose los sábados desde hace varios fines de semana. También pusieron carteles por el barrio. Entre otros objetos, vendieron a 200 pesos una heladera de tres fríos que nueva cuesta alrededor de 700, a 300 una computadora con una impresora recién estrenada, a 15 una procesadora de alimentos y a 10 una juguera eléctrica. “Vender tus cosas te paralizaun poco. Sé que tengo que hacer un giro de 180 grados en mi cabeza y despojarme de todo”, contó Graciela a este diario.
Ella habla cinco idiomas (español, inglés, portugués, italiano y francés) y es licenciada en Botánica y Medio Ambiente, graduada en una universidad de Canadá. El es restaurador y vendedor de antigüedades. “Desde hace cuatro años cuando volví de Canadá después de haber estado una década, no tengo continuidad laboral. Y mi novio tampoco. Queremos casarnos, tener hijos y por la situación económica venimos postergando nuestros proyectos. Estoy terriblemente indignada y enojada porque me cortan las posibilidades de armar una familia acá. Si este país no nos quiere, nos vamos”, concluyó Graciela. Su vida ha sido un ir y venir entre Toronto y Buenos Aires. Allá nació y vivió hasta los cinco años. Acá hizo la primaria y la secundaria. Allá volvió para estudiar en la universidad. Acá vino a visitar a su padre y se enamoró de Sergio. Allá vive su madre y ahora vuelve con su novio.
La partida no es fácil, Sergio dejará en Buenos Aires, una hija pequeña de un matrimonio anterior. “Le da mucha bronca tener que dejarla, pero no nos queda otra salida. Hace meses que estamos sin ingresos, ya no podemos pagar el alquiler, se nos termina lo que tenemos ahorrado y no tenemos adonde ir”, se lamentó Graciela. A pesar de su preparación académica, la joven no ha logrado estabilidad laboral. Su último trabajo fue en la línea aérea brasileña TAM. Ingresó en junio pero en diciembre, en un ajuste de personal, la despidieron. Antes, entre enero de 2000 y mayo de 2001, se desempeñó como asistente e intérprete de un ejecutivo norteamericano que dirigía un proyecto de Techint.
Ni para el aviso
“Nunca he visto un éxodo como el de ahora. Antes trabajábamos mayoritariamente con diplomáticos o empresarios extranjeros que volvían a su país, con sucesiones y con propietarios que querían cambiar su mobiliario. Pero desde el año pasado, más del 70 por ciento de las ventas son de gente que se va del país porque acá está muy mal, que como no puede vender su departamento revienta todo lo que tiene adentro y se va con lo que consigue en la feria”, comparó Edith Malamud, una de las tres mujeres más reconocidas en el negocio de la organización de ferias americanas. Las organizadoras se quedan con una comisión del 10 por ciento de las ventas y garantizan una gran afluencia de posibles interesados, generalmente de buen poder adquisitivo (aunque ahora, bastante limitados por culpa del corralito), quienes las siguen incondicionalmente cada fin de semana en busca de oportunidades y por la necesidad de saciar su vicio: ellos mismos se reconocen como adictos a las ferias americanas (ver aparte).
“Esta última semana los llamados averiguando cómo es el sistema aumentaron terriblemente, pero mucha gente no tiene ni dinero para pagar el aviso en el diario”, observó Edith. Sus ventas, como las que organiza Pilar y Haydée Pérez (hace casi 40 años) y Ana Viner (hace 5), se suelen anunciar en los diarios La Nación y Buenos Aires Herald.
Dicen que la categoría de las objetos en venta decayó porque ahora es la clase media venida abajo la que se va del país y no diplomáticos o ejecutivos norteamericanos repatriados. “El año pasado y el anterior -recordó Haydée– mis clientes eran familias de muy buen nivel económico que se deshacían primero del country y después de su departamento en Capital. Ahora, es gente de clase media y un poquito menos, que se tienen que ir del país y necesita dinero.” El último sábado, Edith organizó las ventas de un matrimonio con dos hijos a punto de partir rumbo a Israel. Semanas atrás, Ana Viner se encargó de rematar el mobiliario de un ingeniero industrial que partía rumbo a Winnipeg, Canadá, con su esposa y sus tres hijos. “Si a nosotros nos va bien allá, detrás nuestro vienen cuarenta familias más de amigos y conocidos”, recuerda que le dijeron. Hace tres fines de semana le tocó la venta de las pertenencias de un matrimonio de fabricantes de ropa interior a punto de subir a un aviónpara instalarse en Alicante, España. “Estábamos bien, pero de un año a esta parte se cayó todo. Tuvimos que cerrar la fábrica en diciembre y nos vamos”, contó, escuetamente, Hugo, de 47 a Página/12.
Vajilla, ropa, plantas, muebles de jardín, juguetes, carteras, cortinas, enseres de cocina, electrodomésticos, antigüedades, sillones, camas, cinturones, guitarras, peluches, sábanas, bibliotecas, velas usadas, adornos. Todo o casi todo se vende a precios a veces regalados. Un microondas a 50 pesos, tres sweters en muy buen estado por 10 pesos.
Las organizadoras de la feria son las que ponen los precios. “A los vendedores los tenemos que convencer de que tienen que vender barato si no van a tener que dejar sus cosas en la puerta de la casa”, explicó Edith. Las ventas suelen empezar los viernes y continuar los sábados. “En uno o dos días tenemos que vender todo”, explicó Edith. Para unos, los que compran, puede ser un divertimento o la oportunidad de encontrar una “pinchincha” o un objeto inesperado. Para otros, los que se van, es desprenderse de parte de su historia y una posibilidad de juntar unos mangos más antes de la partida.

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Eleonora, Pablo y el nene se van a Palma de Mallorca, pero antes le pusieron precio a todo lo que fueron sus pertenencias.
 
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