SOCIEDAD › ESCENAS DEL REPARTO DE ALIMENTOS Y ROPA EN LA ZONA MAS AFECTADA DEL SUR PLATENSE

El sur y los caminos de los que ayudan

La cola para entregar las donaciones daba la vuelta a la manzana y la calle no alcanzaba para las camionetas y chatas que se ofrecían a repartirlas. Hasta ponían fuerte la radio, “para volver un poco a la normalidad”.

 Por Emilio Ruchansky

En el hormigueo humano frente al Club Infantil San Martín, uno de los principales centros de acopio y distribución de ayuda para los inundados platenses, una joven voluntaria de la Cruz Roja y su compañero dirigen a los gritos la carga de los vehículos. Los donantes son tantos que hacen cola desde la calle 7 hasta la intersección con la 523, rodeando la manzana para descargar sobre esta última calle. “¿Te puedo dar esto a vos?”, le dice una señora desde la ventanilla del auto a un policía bonaerense, antes de doblar. El cabo niega con la cabeza. Hasta en la hora de la siesta, dice el uniformado, suele ser incesante la llegada de donantes. Al rato, le llega un pedido de la voluntaria de la Cruz Roja: “Para carga, sólo camionetas y camiones”. Entonces rebota un simpático furgoncito Zanella rojo, de tres ruedas, que viajó desde Capital. Los dos voluntarios a bordo, con handys y auriculares, se chocan con los que llegan a pie y buscan la pila para donar “ropa para adultos”, mezclados con los que dejan agua, colchones o alimentos.

–Toda persona que no esté siendo útil acá, que se corra. ¿Para dónde sale usted? (pregunta a la dueña de un Ford K, que ya abrió el baúl).

–A Los Hornos.

–No podemos seguir mandando ahí. Salieron tres camiones recién. Yo entiendo que son 45 mil personas pero hay otros lugares donde todavía no llegó nada de las donaciones.

–Bueno, vamos a cualquier lugar.

–Vayan a La Loma o a Villa Elvira.

Mientras la joven sigue anotando en su planilla, su compañero acomoda paquetes de ropa, elementos de higiene, leche, galletitas, alfajores, fideos, en distintos vehículos. Algunos damnificados se cuelan y consiguen algún paquete o una bolsa con ropa. “Necesito este auto afuera, por favor despejen”, se oye gritar cada tanto a los jóvenes de la Cruz Roja. Al rato se piden cajas para poder armar nuevos paquetes con donaciones. Un joven vecino recorre el gentío con un fuentón de bizcochuelo de naranja, que ofrece a otros voluntarios, a donantes, a damnificados.

Sobre el boulevard de la avenida 7, el movimiento de autos cargados también con colchones, frazadas, agua y pañales es constante. Los policías cada tanto reciben algún comentario subido de tono, pese al imperante clima de compañerismo y respeto. Son los automovilistas que ya dieron alguna vuelta de más, por artificio de los agentes que para evitar la sensación de estancamiento hacen circular la fila. “Si ves que más atrás viene un camión vacío para cargar tenés que hacerlo pasar de alguna manera, si no la ayuda no llega”, reconoce un oficial.

La hora de las chatas

Pasados los primeros días de shock tras la inundación, aparecen en la fila para carga y distribución viejas camionetas de localidades más alejadas. Apoyado en el capot de una ellas, una Chevrolet C10, modelo 1970, azul y con cúpula blanca, Juan Ramón “Quique” Moreira fuma y espera sonriente. Va de alpargatas, jeans y camisa y cuenta que va a llevar mercadería a la sociedad de fomento La Lealtad, en 143 y 528 de Melchor Romero. El agua no subió tanto como en otro lado allá, poco más de un metro tal vez, pero los vecinos perdieron lo poco tenían.

“Si no llega ayuda la cosa va a terminar mal. Hasta ahora sólo llegó la solidaridad de los propios vecinos, de otros lados vino poco y nada”, dice. Moreira se acercó a buscar mercadería junto a un vecino con camioneta nueva y una de las voluntarias del la sociedad de fomento fundada por algunos peronistas del barrio en 1988. En la fila también espera un viejo colectivo que va a un comedor barrial de la zona. “Puede haber una pueblada porque la gente ya está bastante caliente”, alerta Nelson, chofer del colectivo, que vive en Abasto, muy cerca de Melchor Romero.

Por la vereda pasan más y más donantes y también voluntarios, la mayoría jóvenes. Algunos lucen remeras y pecheras de distintas agrupaciones kirchneristas nucleadas en Unidos y Organizados. Héctor Suller, un vecino de noventa años que vive en 7, entre 524 y 525, dice que el despliegue de solidaridad es impresionante. “Yo no quiero hacer campaña a favor ni en contra del Gobierno, pero por acá yo no he visto a la Sociedad Rural, que tienen tantos campos, que son una gran potencia. Qué les costaba traer 10 vaquillones aunque sea”, observa.

Hace 55 años que este ex empleado del Banco Provincia vive en la misma casa, cerca de varios de sus tres hijos, ocho nietos y nueve bisnietos. Tiene medio comedor sobre la vereda y hace pasar a quien quiera cargar bidones de agua o ir al baño. Su hijo dejó el auto abierto, sobre la vereda, con la radio prendida para que se escuchen los partidos y las noticias. “Hay que volver a la normalidad un poco, ¿no? Mi viejo todavía está un poco perdido con todo esto. Hace un rato apareció con un sombrero mexicano puesto y una guitarrita y se puso a cantar”, dice, riendo.

Las chatas siguen llegando a la cola para cargar mercadería, Moreira se seca el sudor de la frente y la pelada. Se desabrocha la camisa en plena faena y se le nota en la cintura la faja para enderezar la columna. Carga cajas de lavandina, galletitas, ropa, agua y arroz y fideos. “Mucha ropa, poca mercadería. La gente necesita comer”, rezonga por lo bajo, sin dejar de apilar los bultos. La otra camioneta ya salió para la sociedad de fomento, que está a 20 minutos yendo por la 520, del otro lado de la autopista, hasta chocar con la 143 y luego las nueve cuadras hasta la 529.

La Lealtad

Hay una cola de casi cien metros, que zigzaguea por el baldío que antecede a la sociedad de fomento en Melchor Romero. La mayoría son madres con chicos. Vienen a vacunarse y vacunarlos y a llevarse lo que den. Sobre la 143 se ven restos de gomas y basura quemada de un piquete del día anterior. Frente a la puerta de entrada hay pilas de ropa sobre unas tablas sostenidas con un caballete. Una nena llora porque “ni loca” se va llevar una blusa que la madre le hizo probar. Otras señoras buscan con desgano. Los pibes del barrio ya revisaron, se probaron y llevaron lo suyo.

Adentro, en un primer salón dominado por botellones de agua, algunos chicos juegan en los pupitres arrinconados, donde suelen sentarse quienes reciben apoyo escolar. En otro cuarto lateral trabaja un grupo del Programa de Residencia Interdisciplinaria Médica del hospital Narciso López de Lanús. “Somos 9 enfermeros, 5 psicólogos y 5 médicos. Es un programa de residencia”, dice el coordinador, Mario Burgos. Aplican vacunas antigripales, la doble para adultos y la hepatitis A. “Atendemos muchos casos de hipertensión y situaciones de depresión”, agrega.

Burgos entrega a cada persona que sale del cuarto de vacunación y enfermería un frasquito con pastillas para potabilizar el agua. “Una por litro”, le repite a cada uno. De a ratos, una voluntaria entra por una puerta trasera, que da a un patio por donde cabe un auto, y descarga paquetes de agua, pañales o frazadas. En la cocina, diez mujeres empacan en cajas y bolsas la poca mercadería que queda: harina, salsa de tomate, arroz, fideos, aceite, caldos, budines, sal. “No hay más lavandina”, grita una. “Ayer hicieron un piquete porque trajeron 10 colchones para 40 personas”, dice un joven en la puerta.

Sobre el baldío de La Lealtad aparecen y desaparecen autos con mercadería, que traen otros vecinos. Si alguno para más lejos, en la calle de tierra, los chicos corren para ayudar. Moreira llega en el Chevy cuando cae la tarde. Baja con un cigarrillo en la mano, abre el capot, saca un escobillón y lo usa para mantenerlo abierto. No da dos pitadas que ya está agachado en la cúpula sacando bolsas. Un amigo suyo se acerca a contar que con Quique militaban en Montoneros.

Cuando termina de descargar, el capot se le cae a Moreira y le arranca dos pequeñas lonjas de piel de la cabeza. La enfermera que le desinfecta la herida lo reta con un “qué bonito, le parece fumar acá”. Al rato aparece en el baldío contándole a un amigo cómo se peleó con los milicos porque lo hicieron dar muchas vueltas antes de cargar. Está bastante agitado.

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Quique Moreira cargando la vieja camioneta con que llevó donaciones hasta Melchor Romero.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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