Después de haber descartado una potencial carrera como cantante de gospel, primero, y de pop cristiano más tarde –sí, existe algo como el pop cristiano y es un subgénero que en Norteamérica cuenta con nutridos circuitos de artistxs, festivales y fans–, y más bien alimentándose de los rastros de ese pasado espirituoso, Katy Perry se construyó una imagen debut en 2008 que de irrumpir a esta altura de este año en nuestras redes acumularía las condenas más inmediatas. “U R so gay” fue el primer corte del que sería su segundo álbum, el que le habilitó los rankings y aquel en que algunas de las mentes maestras detrás de los hits que venimos tarareando hace una veintena de marzos se dedicaron a escribir un par para ella. No mucho después, Perry potenció la apuesta: “I kissed a girl”, su primer éxito masivo y uno de los temas insignia del sonido pop-rock de finales de los 2010s orquestado por los suecos Max Martin y Dr. Luke, jugaba con la idea de una supuesta curiosidad adolescente que las chicas sacian a los besos. Más bien se trataba de una fantasía elementalísima de sus autores. Pisoteadas las trizas de su recatada encarnación previa, no faltaron voces alzadas en contra de este nuevo rostro del pop, ávido de atención al precio que fuese necesario cobrar. Estábamos frente a una chica más buena que las otras chicas buenas volviéndose una chica traviesa, es decir, una chica de las malas, y por ex-buena, más mala aun. Ocurre que Perry, igual que cualquier popstar, pierde el tiempo intentando disimular sus intenciones de popularidad, y esto es algo que quedó demostrado en demasiadas oportunidades a lo ancho de toda la campaña promocional del disco que ahora presenta en nuestro país, Witness, una campaña que puso foco obstinado en las mediatiquísimas disputas con su otrora compinche superestrella Taylor Swift y con la power couple por defecto de las redes sociales, el matrimonio Kardashian-West.

No se reprocha, desde luego, que Perry active discusiones y conflictos; lo preocupante es su repetida incapacidad para responder con altura en la mayoría de esos casos. Incluso habiendo sido una defensora histórica de los derechos de la comunidad lgtbiq, y con incontables reconocimientos de organizaciones de derechos humanos en su haber, no consiguió elaborar una defensa sensata de la aparición del rapero abiertamente homofóbico Offset en “Bon appétit”, temazo que se extrae de Witness y que en el recital de este domingo será performeado entre saleros calibre kaiju y plantas carnívoras al estilo Tiendita del Horror. El propio Offset, se dijo, instó al equipo de management de la popstar a modificar la puesta de una presentación en vivo de la misma canción en el programa cómico Saturday Night Live porque incluía una turba de drag queens compartiendo decorado de brunch discotequero con él. De estos dos papelones no expresó una palabra, olvidada así en los hechos la pretensión de mostrar un “pop útil”, lo que en inglés ella había definido algunos meses antes como “purposeful pop” en la red carpet de los Grammy en uno de los faux pas más drásticos de su carrerón. 

Aquella que fuera arenga perfecta del mariconeo 2017, la subestimada “Swish swish”, estuvo compuesta con Swift entre ceja y ceja; la rivalidad de las ex amigas arrastra varios rounds que evitaremos detallar por sencillo hartazgo. Perry, visto el fracaso de la campaña promocional del disco, prefirió disculparse con su enemiga y reversionar las líneas menos amables del tema en plan arrepentimiento. Si pocas personas creían en el personaje Katy Perry 2017, muchas menos lo compraron luego de estos ardides.

Aunque no tan publicitada como estas contiendas mediáticas, hubo otra torpe incursión de la cantante en esa misma alfombra roja que fuera testiga del “pop útil” naciente. En declaraciones a dos movilerxs distintxs, Perry dedicó unas humoradas de cuestionable gusto a su colega Britney Spears cuando hizo referencia al traumático período que Spears atravesó en 2006/2007 y en el que, además de haberse rapado famosamente con los flashes al acecho, perdió la custodia legal de sus dos hijos y vio confiscado su patrimonio, que quedó en manos de su padre por varios años. Sin una retractación de Perry, Britney dirigió su respuesta con razonable altura en un posteo pseudo bíblico y no tan enigmático hecho en su Instagram. Por fortuna esta vez Perry se llamó a silencio: los múltiples rounds, se ve, no le sientan. 

Se presenta este domingo a las 16 en el Club Ciudad de Buenos Aires, Av. del Libertador 7501.