Nuboso, onírico y melancólico. Bronce, de Atrás Hay Truenos, parece el maridaje justo para un año con facciones de payaso triste. El Disco Argentino de 2016 según los votantes de la encuesta del NO muestra cómo la banda neuquina alcanzó su mejor versión diluyendo casi por completo su esencia inicial de kraut-rock y proyectando un paquete de canciones de espíritu frágil que parece avanzar sobre terreno desolado, como contemplando con nostalgia los escombros de una civilización momentáneamente derrotada. ¿Coincidencias?

En un año en el que, a la luz de la industria, el mainstream siguió sin aportar grandes argumentos -más allá de algo de Andrés Calamaro, Babasónicos o IKV–, las bandas independientes volvieron a concentrar la atención: no tanto por su alto nivel creativo, sino más bien por el caudal de obra editada de diversos géneros. Una interesante muestra de ello fue la elección ajustada, que diseminó votos sin favoritos de peso: a Bronce, con cinco, lo siguieron con tres Lo que nos junta, muy buen disco de Los Reyes del Falsete; Fundiendo los colores en el ruido, de Cosmo, y San Benito, de Moro. También L.H.O.N, de IKV, y Alas canciones, de Los Cafres.

Este resultado, además de reconocimiento a los respectivos lanzamientos de esos proyectos de veinteañeros y treintañeros, parece funcionar también como legitimación de un modo compartido de operar un proyecto artístico, bajo las reglas del siglo XXI, ya sin la fantasía húmeda de la compañía discográfica como mano salvadora ni la facilitación de espacios o recursos estatales como estímulo.

Como uno de los tantos esquejes del sello Laptra, quizás la pandilla más considerada dentro de los hacedores independientes de esta generación en Argentina, AHT prolifera –al igual que Los Reyes y Cosmo, a sus medidas– una fórmula basada en la colaboración como principal recurso de construcción, el millaje federal como modo de crecimiento y difusión, y la búsqueda de la voz propia como máximo combustible creativo (como propusieron hace siete años los del Falsete: “El que quiera encontrar la voz, que cante”). A juzgar por los resultados, esa parece ser la ecuación perfecta.

 

En el caso del apartado Revelación, el resultado puede parecer justo pero también llamativo: aunque experimentaron uno de sus mejores años, ya consolidados como uno de los exponentes más movedizos y personales del under nacional al llevar su blues rock chamánico por escenarios reducidos del interior, Groove, Lollapalooza y su primera gira por México, Los Espíritus ganaron la cucarda –seguidos de cerca por Perras on the Beach, la joven guardia de desfachatados mendocinos que sacó Chupalapija, su desalineado y atractivo debut– un año después de ser parte del podio al disco argentino con Gratitud, solo debajo de Luis Alberto Spinetta, y sobre Mi Amigo Invencible.

La banda liderada por Maxi Prietto y Santiago Moraes es, desde la salida de su EP Lo echaron del bar (2011), uno de los mejores ejemplos de talento y renovación en el amplio panorama de nuestras músicas argentinas. Aunque a finales de 2016 para algunos eso pueda seguir siendo una sorpresa.

Cecilia Salas
Los Espíritus