Aún cuando la diplomacia tiene severas normas de protocolo, un conflicto político entre países puede derivar en situaciones insólitas. El fútbol suele ser empleado como un arma disuasiva para el oponente. Sobre todo si se trata de un Mundial, el evento con la mayor audiencia masiva del planeta. Aunque Inglaterra desmontó una amenaza hacia Rusia de no asistir al torneo en junio –la había pronunciado su ministro de Relaciones Exteriores, el polémico Boris Johnson– el caso del ex espía envenenado Sergei Skripal alimentó la tensión entre las dos naciones de manera notable y vertiginosa. A la expulsión de 23 diplomáticos rusos de la embajada en Londres, el gobierno de Vladimir Putin respondió que una idéntica cantidad de representantes británicos deberá abandonar Moscú.

El tema fue llevado de urgencia al Consejo de Seguridad de la ONU por la primera ministra Theresa May, una medida que cuestionó el representante permanente de Rusia ante el organismo, Vasili Nebenzia. La escalada es difícil de saber dónde terminará.

El grave enfrentamiento diplomático comenzó cuando el Reino Unido acusó a Moscú de haber envenenado al ex espía Skripal, de 66 años, y a su hija Yulia, de 33, con un “agente nervioso de origen militar desarrollado por Rusia”. Ambos están graves y fueron encontrados inconscientes el 4 de marzo en el banco de un parque cerca de un centro comercial de Salisbury, en el sur de Inglaterra.

Químicos expertos señalaron que la sustancia empleada para intentar asesinar a los Skripal sería Novichok. La presunta tentativa de envenenamiento fue atribuida por May a Rusia el 12 de marzo. Dijo que era “muy probable” que fuera responsable. A lo que siguió un ultimátum de 36 horas para que el gobierno de Putin diera una respuesta a semejante acusación.

En medio de esta tensión en progreso, Johnson tiró nafta al fuego. Bocón, extravagante, el ministro de Exteriores declaró citado por la agencia británica Reuters: “Está claro que Rusia, me temo, es ahora una fuerza maligna en muchos aspectos y que el Reino Unido lidera al mundo en tratar de contrarrestar esa actividad”. De paso, y como  mediocre periodista que fue –lo echaron del Times londinense en 1988 por inventar la fuente de un artículo y también era columnista del Daily Telegraph–, dejó picando la idea de no ir al Mundial de fútbol. “Será muy difícil imaginar que la representación del Reino Unido en ese evento seguirá adelante de manera normal”, sugirió.

El ministro de Relaciones Exteriores no es la primera vez que derrapa. Nacido en Nueva York, ex alcalde conservador de Londres y renunciante voluntario a la ciudadanía estadounidense, se siente a pleno cuando desafía los límites de la diplomacia formal. Partidario del Brexit, comparó a la Unión Europea con la política expansionista de Hitler y al ex presidente Obama lo criticó cuando sacó un busto de Churchill de la Casa Blanca. Ahora acaba de utilizar al fútbol como motivo de represalia contra Rusia. Acaso porque le gusta más el rugby. Cuando gobernaba Londres, solía mostrarse en público jugando con la pelota ovalada y también la redonda. Populista de manual, sabe el efecto multiplicador que generó su comentario sobre la posibilidad de que Inglaterra no jugara el Mundial.

Más allá de la bravuconada de Johnson, el fútbol es una cuestión de geopolítica que no debería minimizarse. Sobre todo porque Inglaterra perdió la organización del Mundial de este año a manos de Rusia. El gobierno británico se quedó con la espina. En mayo de 2015, cuando estalló el escándalo de las coimas en la FIFA, el ex premier David Cameron le pidió en público la renuncia a Joseph Blatter: “En mi opinión debe irse”. Además dijo que era “impensable que pueda llevar adelante la organización”. El tiempo le dio la razón. Aquellas declaraciones las formuló en Berlín durante una conferencia de prensa conjunta con su colega Angela Merkel. La alemana se había mostrado más cauta.

No es accidental que la disputa por el Mundial haya tensado más las relaciones entre los dos países. Aunque también hay un antecedente grave que explica este presente de tirantez. El de Alexandre Litvinenko, otro ex espía ruso asesinado en 2006 con polonio, una substancia radioactiva. Su viuda Marina recordó hace poco en el Daily Telegraph que el caso de Skripal “parece algo similar a lo que pasó con mi marido”.    

El comentario de Johnson sobre la posibilidad de que la selección inglesa no asista al Mundial, parecería que quedó desechado. La Federación de fútbol local no se pronunció sobre el conflicto diplomático. Tampoco la prensa removió el avispero sobre la conveniencia o no de boicotear el torneo en Rusia. El fútbol es un fenómeno geopolítico con autonomía propia. Las leyes con que se rige la FIFA lo demuestran.

Por ahora se confirmaron las expulsiones de diplomáticos, la convocatoria al Consejo de Seguridad de la ONU y una medida simbólica de la Casa Real británica. Anunció que ninguno de sus miembros integrará la delegación oficial al Mundial de Rusia. Los conservadores tampoco mandarán una representación política de alto nivel, como era de esperar. Pero el juego no se verá afectado. El aficionado de a pie, el hincha inglés, está más preocupado en si Harry Kane, la estrella del Tottenham Hotspur y goleador del seleccionado, se recupera pronto para llegar a punto a la competencia que empezará el 14 de junio.

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