“A la gente no le gusta hablar mucho sobre la muerte ¿no? Eso me parece realmente una pena”, reflexiona Joan Wasser del otro lado del teléfono y tomándose un último descanso en su departamento de Brooklyn antes de salir a la primera parada de su gira europea. Lo dice seriamente pero con una sorprendente vitalidad. Ella sabe de lo que habla: es la chica que se las ha arreglado para construir toda una obra basada en la experiencia del duelo y el dolor de la pérdida, pero sin jamás abandonar la canción luminosa y un espléndido sentido del humor. Bajo el nombre Joan As Police Woman, a lo largo de seis discos solistas, varias colaboraciones y un puñado de divertidísimos videos donde despliega su destreza escénica, no solo ha dado forma a una carrera que mezcla la lúgubre reflexión sobre la muerte con la celebración de la vida y sus ironías, sino que se las ha ingeniado para manejar una docta formación en música clásica y ponerla toda al servicio de la música pop. Revisitar la melancolía del soul con el nervio del punk más despojado del que supo formar parte en sus primeros años de carrera. Y entregar, cada vez, discos tan sofisticados como accesibles, que ponen en cuestión constante los límites entre la alta cultura y la cultura popular. Personificada en sus videos y presentaciones como la estatua de libertad, como una reina del glam, una gangster, incluso, o una chef que cocina su propio corazón, Joan Wesser no pierde jamás el buen temple y al respecto aclara: “A pesar de mi música seria, me gusta reírme de la catástrofe que la inspira. Y además me interesa jugar con los límites porque ¿quién decide realmente lo que es sofisticado o no?”, desafía ella, que es al mismo tiempo violinista de conservatorio y punk de corazón y, que ahora, con su última entrega, por fin es editada en Argentina de forma digital a través del sello Ultrapop.

Aunque no muchos la conozcan, quizás deberían: Joan Wasser es la chica movediza pero silenciosa que tocó como sesionista y colaboradora de gente como Lou Reed, Rufus Wainwright o Antony and the Johnsons. Y no se detiene ahí; Damon Albarn, Laurie Anderson, Norah Jones e incluso con RZA de Wu Tang Clan. Solamente para no nombrar a Daniel Johnston o a Beck, o a su largo etcétera “¡Y ahora me gustaría tocar con Kendrick Lamar! ¡Me pregunto si tendrá algo para mi!”, asegura ella. Lo raro es que siendo una hiperactiva multi-instrumentista que ya roza los 50, y que lleva décadas agitando insistentemente a los grandes compositores y compositoras de sus respectivas generaciones, hasta hace no muchos años, ella jamás había pensado que podía estar al frente de su propio proyecto musical: “Simplemente no me interesaba cantar en ese entonces. Estaba experimentando con el violín. Me gustaba tocar en grupo, salir de gira, compartir proyectos”, cuenta. Pero ahora, ya está pronta a presentar su flamante nuevo disco, Damned Devotion, el sexto de estudio, un álbum intenso y conmovedor, que vuelve nuevamente sobre su gran obsesión como compositora: la muerte, o más bien, cómo la sobrevivimos los que quedamos después. Pero que también, se interesa en explorar otros asuntos bien tangibles de su actualidad: una nueva visibilidad de las cantautoras femeninas, la marcha de las mujeres en Washington DC (a la que dedica una canción con sonidos capturados en el mismo calor de la calle), la desesperanza en la era Trump y las nuevas posibilidades que se abren para ella desde que a su soul sentimental y a su ímpetu de avant garde neoyorkino, empezó a agregarle también una nueva curiosidad por el beat electrónico, las computadoras y la música que se hace en la soledad de la habitación y los audífonos. 

La voz propia

Aunque hoy, Joan Wasser, se siente cómoda y bien parada en su lugar como Joan as Police Woman, reconoce que al igual que muchos músicos que dedican sus vidas completas a proyectos de otros, eso no fue siempre así. Que le tomó tiempo, años, apoderarse de su propia voz y su propia persona escénica. La historia que cuenta es así: como los freaks no tardan en reconocerse entre sí, en un concierto conoció a Jeff Buckley, en ese entonces apenas un jovencito que acababa de sacar su primer disco. Y ella, una chica que había dejado su carrera como violinista en el conservatorio para unirse a una banda de punk. La pareja inició una larga relación sentimental que terminó abruptamente con la historia ya conocida: mientras estaban juntos, Jeff se ahogó en el río Mississipi a fines de los noventas, a los 30 años. Y ella, que apenas cruzaba la mitad de sus veinte sintió que el violín ya no era suficiente para sobrellevar un duelo sentimental de esas magnitudes. Y que componer y tocar para otros, ya no le bastaba para manifestarse plenamente. “Pero me sentía demasiado desnuda en ese momento”, dice Wasser. “Era bastante joven cuando perdí a alguien increíblemente importante en mi vida de golpe. De pronto sentía mi instrumento no estaba expresando todo lo que yo necesitaba, tenía tanto dolor que no podía sacarlo todo solo con el violín. Entonces empecé a cantar. Era como que necesitaba hacerlo para seguir viva”, reflexiona al teléfono. Por eso, de a poco, empezó a fraguar su carrera en silencio. Primero como la lúgubre y fantasmal cantante de Black Beetle, el proyecto que nunca fue lanzado y que emprendió con el resto de los miembros de la banda de Buckley. Después, ya consolidaba como la multi-instrumentista de sesión cada vez más requerida y cotizada del rock. “Lou Reed siempre me desafió a que hiciera canciones. Me decía que estaba harto de que no compusiera”, se ríe ella. Pero lo hacía, de a poco y en silencio, y eventualmente, ya entrada en sus treinta años, empezaron a salir a borbotones en varios discos seguidos y proyectos personales.

Aunque sea difícil imaginarlo ahora, por su melena oscura ramonera, el flequillo hasta los ojos, la campera de cuero y su increíble buen humor, mucho antes de todo esto, Joan Wasser fue una temprana niña prodigio del violín. Hija de padres músicos que la dieron en adopción al nacer, cuando cumplió 8 años –no sabe si por genética o por pura búsqueda sentimental– empezó a conectarse con la música clásica. Y aunque ya a esa edad había iniciado una prometedora carrera como música profesional, a los 20 la abandonó sin dudarlo, decidida totalmente a tocar en bandas de rock. De ahí para adelante, la chica de la orquesta sinfónica y las partituras eternas, pasó la década de los noventas con una cresta teñida de colores y el cabello lleno de rastas, colaborando con entusiasmo en cuanta nueva banda se iniciara y ganando verdadera notoriedad con su entrada a The Dambuilders, la banda ruidosa que compartiera integrantes con proyectos como Lloyd Cole o Guided By Voices. En esa banda, se hizo conocida por hacer sonar el violín como una guitarra eléctrica, o como un theremin, o como un objeto espacial no identificado: la chica de cabellos locos y prodigio musical que dejó el conservatorio solo por amor al rock. “Aunque es verdad que sobresalí en el conservatorio, simplemente no estaba interesada en hacer música clásica toda mi vida. Nunca era la alumna que quería aprender el concierto de Beethoven, siempre era la que quería tocar la música que recién había sido escrita por los demás alumnos de la escuela. Quería tocar cosas nuevas ¡Quería tocar el violín de forma ruidosa! Como una guitarra eléctrica”, recuerda ella. 

Tomar el poder

Con toda esta mezcla de experiencias e influencias, los discos de Joan As Police Woman son de una descreída melancolía, que ella misma se ha ocupado en definir como “un punk-rock estilo R&B”, o “una mezcla entre Nina Simone y Bad Brains”, por más improbable que eso pueda parecer. Bautizada en homenaje al personaje de Angie Dickinson en la serie Mujer policía (Police Woman, o sea) de los años 70, donde interpreta una detective ruda y empoderada, Wasser sintió que le venía bien usar un nombre enérgico para si misma. Uno que la hiciera sentir poderosa. Después de todo, estaba cansada de firmar con su nombre y que la confundieran con la chica sesionista, la chica “de los solos de violín”. Agotada de que después de tantos años de carrera, en cada gira, con cada banda, la tomaran por novia de alguien. Que nadie pensara que ella podía ser parte del grupo. Y cansada también, de que casi a sus cincuenta años, cada vez que saque un disco, una y otra vez, insistan en preguntarle exclusivamente por su novio muerto. “Por suerte, ahora el público general está más habituado a ver mujeres tocando y escribiendo. Mujeres tocando la batería por ejemplo, la trompeta. Celebro eso, que las chicas están ganando mas espacio todo el tiempo. Aunque es difícil pensar en esto de que las cosas cambian, se ha sentido tan lento para mi”, reflexiona Wasser. Desde su aclamado y emotivo Real Life (2007), seguido de To Survive (2008) los discos que la lanzaron definitivamente al mundo como autora integral, donde se luce como cantante y confirma su interés por el formato cancionero, también ha incursionado en su costado más experimental y bullicioso, en colaboraciones notables como Let It Be You (2016) con David Lazar Davis, conocido por su pop barroco. Ahora, en Damned Devotion (2018), Wasser se vuelca definitivamente a explorar las posibilidades de su propia computadora sin abandonar jamás las potencialidad de su voz y la conocida elocuencia de sus letras sobre la vida, la muerte y las relaciones sentimentales. Le parecía la forma más natural de componer en esta nueva era, y sobretodo, en ese nuevo departamento en Brooklyn: “Es realmente divertido, pero además, los vecinos no estaban contentos de escuchar todo el tiempo un violín eléctrico, o cualquier cosa que estuviese tocando”, se ríe ella, con buen humor, aunque este disco también lo haya hecho a través de la experiencia del duelo. Quizá, su canción más emotiva y comentada sea “What Was It Like”, que le dedica a su padre muerto y donde le pregunta “¿Cómo era ser vos?” “Supongo que es una canción acerca de cómo nunca dejamos de conocer a las personas, y que de alguna manera las terminamos de inventar después que se van, como un collage que armamos nosotros mismos”, calcula Wasser. “Por eso digo que es una lástima que la muerte no sea un tema del que las personas hablen realmente. La experiencia de la pérdida ha cruzado toda mi carrera y la música siempre me ayuda a sobrellevarla.”