No imaginé nunca a Jorge Dotti como una figura pública que fuera ajena a un retrato de extrema sobriedad, ausentado de cualquier estridencia,  centrado en un saber obstinado. Por lo tanto, en el rigor de los conocimientos. Puede parecerlo, pero no se trata ésta de una manera habitual, pues no se cultiva solo de forma exterior, adquirida por las vías apenas naturales del aprendizaje, el agregado escolar de una lengua o una cualidad expositiva. Jorge Dotti fue un hombre de un admirable y preciso augurio respecto a cómo se ha de practicar un conocimiento preciso y entregado a su nudo conceptual último, en los dominios de una Universidad. Ateniéndose en primer lugar a la inflexibilidad pero también a las complejas “vetas de los textos”.

En su caso, así se componía su exhaustiva frecuentación de Hobbes, Carl Schmitt, y todos los demás autores que de ellos dependen, incluyendo el tan cercano y tan lejano Alberdi, sobre el cual recientemente había vuelto con sobresaltadas agudezas. En La letra gótica indagó el modo en que muchos se hicieron eco de la lectura de Kant en la Argentina. Otro tanto con Carl Schmitt. El volumen titulado Schmitt en la Argentina es una vasta empresa con un título que acaso viste un ligero tinte provocativo. Pues en ese mismo volumen extraordinario se dice que, invitado el problemático profesor alemán a participar en el célebre Congreso de Filosofía de 1949, el mismo Perón rechaza lo que en aquel entonces le pareció un riesgoso convite. El autor de El concepto de lo político siempre estuvo en este país, pero de otro modo.

Dotti siempre se internó en las áreas más delicadas del pensamiento político, buscando el armazón secreto de una teoría y una filosofía que pueda sanar sus recónditas esencias constitutivas, lo que entonces lo llevaba a buscar en la teología-política un modo de salvación que también podía introducir al abismo. Ver así un orden siempre en peligro de resquebrajarse sería la tarea de una teoría política, también puesta en términos de ese mismo resquebrajamiento, justo en el momento en que el teórico comienza a ocuparse de ella. 

Imaginé siempre a Jorge Dotti en esa tarea, en lo que podríamos llamar esa ética del estudioso, la cual se la pasaba al profesor, luego al ensayista y éste al hombre desolado que no pierde la calma cuando percibe que toda actualidad es una roca hirviente y que en toda ella viven secretamente los legados perdidos de la teoría clásica. A aquel que el horizonte contemporáneo lo asombra o lo irrita, el gran legado antiguo lo lleva a mirarse en el pensar con obstinato rigore.

Quieren ser estas líneas un homenaje a una gran biografía intelectual, del lado de los que no dimos presencia en los conglomerados de los que Dotti formó parte. Sería banal decir que no estábamos de acuerdo, porque esta frase solo cubre los episodios o los fragmentos de una época, de sus modos más visibles y estridentes, que no hay porque ignorar, y sabemos bien cómo nos empeñamos en no hacerlo. Pero una frase que alguna vez escribiera Oscar Masotta –debemos usurpar ciertas ideas de la derecha, como la de destino, a fin de reapropiarlas para fecundar los pensamientos de izquierda– quizá convenga para definir cuál fue la tarea de Dotti. En verdad, palabras como izquierda y derecha no son relevantes en su obra, por lo que se podría decir que su sistemático e inconcluso proyecto fue el de fundar sentidos de la república clásica, pero que tuvieran la espesura de la historia de la filosofía política, tal como se diera en el siglo XVII o en el siglo XX, por sus más eminentes pensadores. 

Eso lo ponía frente a los grandes acertijos que el lenguaje común trata de expulsar para hacer menos incómoda esa tarea. La de Dotti en cambio fue la de elegir la incomodidad. Con Dotti, entonces, habría que detenerse en ese acertijo, tanto como en la extraña paradoja del “Deus mortalis” hecho Estado, o bien revista de estudios específicos, o bien un análisis de la recepción de la obra de Schmitt, cuyo índice de alto cuidado académico conducía no obstante a una de las materias más incandescentes de la historia argentina: la historia de los teóricos del nacionalismo a mediados de los años 40, una historia fundamental que es lo que se halla en las magníficas entrelíneas del estudio de Dotti.

Es fácil decir que nada de esto será olvidado por sus colegas, sus amigos, sus alumnos, a lo largo de los años. Pues claro que su obra proseguirá por la proliferación de citas e influencias. Pero, en cuanto a estas líneas, solo pueden escribirse por parte de quienes observamos con profundo interés sus iniciativas sin ser parte de ellas y estando alejados de su estilo. Pueden entonces éstas parecer frases distantes, y tiene casi la obligación de serlo. Pero es para hacer verosímil la rememoración respetuosa, el saludo íntimo, el templado transporte de un lamento. 

* Reconocido intelectual y profesor de Filosofía, Jorge Dotti falleció el pasado miércoles, a los 71 años.