En semanas como ésta, que se va con un 1-6 encima, se hace evidente cuánto el fútbol es un deporte ecuménico que despabila opiniones, vivencias e insultos de cualquiera. A tal punto que hace medio siglo que existe una industria montada en torno a mirar o a escuchar --y esto sobre todo cuando las trasmisiones audiovisuales se privatizan-- cómo otros juegan al fútbol y luego comentar sobre ello. “Ver/escuchar fútbol” es un acrónimo. Indica, más bien, “ver/escuchar a otros jugando al fútbol”.

Es que pese a las euromillonarias cláusulas de rescisión o a que se alcance al fin la definición de imagen superlativa para un televisor, por encima de barras y mafias dirigenciales, y en paralelo a casos como los de los abusos y explotaciones sexuales a juveniles de Independiente, el fútbol sigue siendo un juego. Por eso el agente más tribal del movimiento sigue refiriéndose a los “jugadores” --como en su habitual cantito de cancha terminado en “que no juegan con nadie”-- mientras que "la industria" los llama “futbolistas” y les reclama aptitudes que tienen más que ver con lo aeróbico y lo anaeróbico que con hechos del juego o lo lúdico.

Un fenómeno sucedáneo, mucho más reciente pero también cada vez más intenso y extenso, se fue gestando en los últimos años en torno de los esports, el ala competitiva de los videojuegos. Y esta escena puso también en evidencia otra costumbre ecuménica: la de cada generación a denostar las costumbres de la que le sigue. Entonces salieron algunos a decir que “ese pibe es un pelotudo, está todo el día mirando cómo juegan boludos gallegos por YouTube” mientras se arropaban en su sillón, al calor catódico de una cadena deportiva ofreciéndoles el último Sevilla-Granada de la temporada.

La oferta de los esports se volvió vasta. Los hay de táctica y combates varios, como Counter-Strike: Global Offensive, Dota 2 o League of Legends, o simuladores deportivos como el futbolero PES. Algunos se juegan en computadora, otros en consola y están los que, como Clash Royale, van a teléfonos. En los esports también hay una clase deportista, una espectadora y una productora o industrial. La última produce, distribuye y posiciona los juegos, al tiempo que coordina y gestiona las competiciones. La clase deportiva es la que acciona los joysticks, mouses y comandos. Y en el medio los silloneros: comentaristas, cronistas y críticos, pero la gran mayoría espectadores, público.

Robbye Ron es mánager de comunidades de PES, un juego cuyo linaje viene de los Pro Evolution Soccer, los Winning Eleven y el International Superstar Soccer Deluxe. No se ocupa tanto de redes sociales como de las comunidades de jugadores y de organizar los eventos a nivel latinoamericano. Como el de hoy en el salón Goldencenter Eventos, en la costanera norte, donde el juego de Konami tendrá su final para la Ronda de América de la Competencia Mundial 2018 de la Liga PES. Algo así como el último Ecuador-Argentina por Eliminatorias. El evento es gratuito para espectadores, con localidades por orden de llegada, y además puede ser visto por internet. O desde esta misma nota, desde su comienzo a las 11 de la mañana.

Ron asegura que “los esports suman otro tipo de reto al planificar un nuevo título, pero también un sinnúmero de oportunidades para mejorar la experiencia de los jugadores”. El PES, dice, “siempre apunta a entretener y a mostrar al deporte del fútbol del modo más real posible”. Y concluye: “El equilibrio es fundamental y es por él que podemos usar nuestro juego para educar a deportistas y fanáticos del deporte rey en temas de estrategia, formaciones y desempeño sobre el campo de juego, a la vez manteniendo la diversión en los hogares de los gamers”.

“Centurión se mandó una jugada de Play”, (cree que) moderniza una generación de relatores que conoce los esports a través de sus hijos. Mañana los nuevos comentaristas quizás aporten que “el mediocampista habilitó al delantero como apretando L1 y triángulo”. Mientras tanto, los esportistas y la prensa que cubre sus competiciones se habituaron a replicar todos los jeites del mundillo del fútbol, con preguntas y respuestas caseteras, un código impostado de etiqueta deportiva y los intermediarios de siempre.

Lo más saludable de los esports está en las pantallas. A diferencia del fútbol, donde una carrera se forma más con una dieta, el adiestramiento de RRPP y bidonazos de todo calibre, en estos deportes de entretenimiento los jugadores efectivamente juegan, y lo hacen de maneras vistosas y creativas, buscando a la vez la eficacia y la espectacularidad, la épica y el like. No hay tiempo para giladas porque las decisiones arbitrales son inmaculadas e indiscutibles (gracias a la IA) y no se puede simular.

Lo que propone PES, o su competidor FIFA, es la simulación de un fútbol fecundo que se basa en el engaño deportivo, en dinamizar lo impensado, y no en la acartonada actuación ante roces. Aunque los artilugios legales desde lo deportivo, como hacer tiempo, valen igual. Pero como espectáculo, la verdad, lo que miran esos “pendejos pelotudos” es mucho más vistoso que este fútbol analógico y paradójicamente antifútbol.