El miércoles 23 de marzo se inauguró El Bucle. Queda en una casa modernista con patio en Juan José Paso 1415, en el barrio de Arroyito. Abre los viernes y sábados de 16 a 19. Sus gestores, Ana Wandzik y Maximiliano Masuelli, no piensan este nuevo proyecto "ni como galería ni como centro cultural", sino "como un centro de investigación silenciosa y empírica sobre el arte argentino de los últimos siglos".

El sábado 14, a las 17, El Bucle desplegará el archivo de papeles y catálogos pertenecientes a la pintora Ada Tvarkos. Con su editorial, Iván Rosado, Wandzik y Masuelli trabajan para sacar de imprenta antes de la Feria Arte BA y de la Feria del Libro de Buenos Aires una reedición de La pintura ingenua, el libro que reúne los escritos de Manuel Mujica Láinez sobre pintura naif en Argentina.

Las paredes aún irradian la límpida energía de la pintura fresca; hasta el 21 de abril, la casa entera se encuentra tomada por una exposición individual de Claudia del Río. "Cometa Heidi" es el título que la artista, poeta y docente rosarina eligió para su muestra retrospectiva de decenas de pinturas, dibujos, objetos y collages inéditos realizados a lo largo de décadas, muchos en residencias artísticas en España, País Vasco y diversos países de Latinoamérica.

En el living de la casa, Claudia del Río expone obras recientes donde la pintura convive con elementos naturales frágiles, como hojas secas y cáscaras de huevo. La artista honra una tradición anónima y secreta de bricolage femenino o infantil, hogareño y efímero en estas piezas signadas por la búsqueda de lo que ella denomina "un tono de artesanía desesperada". Al igual que sus colegas Diego de Aduriz y Ariel Costa, hace el doble trabajo de desaprender una formación artística académica adquirida para explorar las poéticas autodidactas.

 

Del Río tiene una capacidad de crear espacio pictórico a partir del color.

 

Avanzar hacia el patio del fondo de la casa, donde aguardan siempre generosos el parrillero, los porrones y el sol de barrio, implica adentrarse en el universo de una obra multifacética, inasible, inclasificable. Hay un saber sobre el lado B de la pintura argentina que se expresa tanto en los proyectos de Wandzik y Masuelli como en la obra de Del Río, cuyas pinturas multicolores en acrílico sobre cartón corrugado dialogan con los interiores al óleo que en la primera mitad de los '70 pintó Aid Herrera. Lo primero que elogió la historia del arte sobre Herrera fue su habilidad para reciclar materiales humildes como soportes para su marido pintor, el mucho más conocido Juan Grela. No fue hasta 2017 que el público conoció a Aid Herrera como pintora con una paleta iridiscente exquisita y una capacidad de crear espacio pictórico a partir del color, algo que del Río sabe hacer muy bien.

El Bucle no es la caja blanca impoluta del museo sino un lugar que fue diseñado y habitado como casa, y que porta las huellas de lo doméstico. Se parece a cualquier "casa taller" de los pintores de antes: aquel ámbito secreto que alojaba un mundo singular en plena creación, creciendo con mínimos cambios, día a día, como un jardín.

Así es como trabaja Claudia del Río. Ante su obra las palabras no aparecen de un modo predeterminado; es preciso hacer silencio, porque el tiempo de la contemplación es necesario para pescar los diálogos sensibles que van enhebrando relatos visuales de una pieza a la otra, de un período al otro. Al seguir con atención esos relatos, las formas se convierten en personajes. El círculo negro, por ejemplo, atraviesa numerosas peripecias, posa sobre los más diversos paisajes.

Hay una forma de experiencia que consiste en abrirse a lo otro y lo azaroso. Se la llama serendipia o también sincronicidad. En Claudia del Río es una forma de creación. Cartones encontrados, paisajes artesanales para turistas, palabras oídas por ahí, hasta el aceite que sazona las comidas van a parar a ese laboratorio al aire libre que es su obra nómade, cósmica, abierta siempre a lo que depara cada lugar.

El sábado 21 a las 17, en el Bucle, cerrando su muestra, Claudia del Río hablará sobre su obra con Federico Baeza y Francisco Lemus.