"No me aguantaba más. Me iba a quedar unos días más en España pero me vine antes porque extraño mucho a mi hijo”. La voz entrecortada de Florencia Borelli combina un dejo de nostalgia que se entremezcla con el cansancio después de más de 15 horas de vuelo, escala mediante. Aún le resta un tramo más hasta Mar del Plata y Florencia, como una leona enjaulada, desearía tener superpoderes para teletransportarse hasta su hogar. Pero no, sabe que eso es imposible por más que posea el don de ser una de las fondistas más rápidas de la Argentina. “Por más que quiera es imposible. Tengo que esperar un poco más. Por suerte mi hermana [y melliza Mariana] me consiguió un vuelo, sino me iba a tener que ir en ómnibus”, busca conformarse. “Llego de sorpresa para ir a buscar a Milo al jardín”, cuenta con una sonrisa que la desborda mientras se tapa el rostro con sus manos por la felicidad que electrifica su diminuto cuerpo de 1,60 metro y algo más de 46 kilos. En verdad, sus ojos se agrandan y se llenan de luz cada vez que su hijo aparece en su discurso. Atleta y madre joven a tiempo completo. Así se define Borelli, de 25 años, que hace dos fines de semana compitió en el Mundial de Medio Maratón en Valencia y antes de regresar a los brazos de Milo comparte con Enganche un viaje en auto desde el aeropuerto de Ezeiza hasta Aeroparque. “Estoy contenta con la carrera que hice en Valencia (finalizó 45º), pese al clima que no acompañó para nada y me obligó a hacer mucha fuerza. Hay que aprender a valorar el esfuerzo, costó un montón toda la preparación”, reconoce. Y continúa: “Los que corremos sabemos que puede pasar esto del clima (lluvia, frío y viento). Tampoco fue mala la marca: quedé a un segundo del registro del año pasado en Nueva York y a poco más de un minuto de mi mejor tiempo [que es récord nacional con 1h11min57seg]”.

El viaje se hace más largo de lo esperado y Florencia no para de mirar el reloj. “¿Llegamos bien? El vuelo sale a las 11.30”, pregunta. La autopista Riccheri es un caos, los autos avanzan a paso de hombre. “Yo no sé cómo pueden vivir así, con tanto tránsito todos los días. Amo Mar del Plata. Es una ciudad que tiene todo, no sólo para correr. No podría vivir en Buenos Aires. Soy súper fan de mi ciudad. El año pasado fuimos un mes a Estados Unidos con Belu (por Belén Casetta) y Fede (por Federico Bruno) y me quería volver. Ahora me voy 15 días a España pero lo hago con mi familia. La paso mal, no lo disfruto”, admite. “En Mar del Plata, en el verano, es complicado pero no tanto como acá que es un lío todo el año. El ritmo de vida es una locura”, agrega. Cuando el tránsito empieza a avanzar sobre la autopista 25 de Mayo se relaja un poco y vuelve a la conversación. “Hice una gran preparación para Valencia. Fue muy bueno lo que logramos en Cachi [Salta, a 2300 metros de altura]. Pero me sentí mal durante toda la carrera, no sentía buenas sensaciones. A los atletas nos gusta sufrir, todos los corredores somos masoquistas. De otra manera no podría hacer lo que hago todos los días. Para hacer esto tenés que luchar siempre con esa voz interior negativa y en esa conversación intento ganarle a la negatividad para superar la adversidad. Pienso en lo bien preparada que estoy para afrontar todo. Y me repito: “Estoy preparada, puedo aguantar y puedo seguir. Estoy preparada, puedo aguantar y puedo seguir. Estoy preparada, puedo aguantar y puedo seguir”, me repito en los peores momentos que en Valencia estuvieron y que me llevaron a pensar dos o tres veces en dejar la carrera. Pero abandonar es el peor resultado. Prefiero terminar lejos de mis marcas antes que abandonar. Te deja un vacío enorme. Y uno se acostumbra y eso es negativo. Lo hice de más chica y hoy prefiero asumir que no estoy bien pero sigo adelante”.

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–En 2013, en San Francisco diste tu primer gran golpe al ganar el medio maratón. Pasaron cinco años y tu vida dio un vuelco radical y aparecen dos nombres: Facundo, tu marido, y Milo, tu hijo de 4 años. ¿Qué más cambió en vos?

– Después de tener a Milo maduré un montón, me abrió en mil pedazos. Milo es un punto aparte, no tiene comparación con nada. Amo a mi marido profundamente, pero mi hijo siempre, siempre va a estar delante de todo y de por vida. En la conferencia de prensa que me invitaron de la IAAF antes de correr el Mundial me preguntaron por él y me descolocaron, porque no esperaba esa pregunta sino algo más común, trivial, de cómo te sentís, cómo te entrenaste y casi me quiebro porque soy una madre súper culposa cuando viajo a correr. Milo me dio otra capacidad de disfrutar la vida que antes no la tenía tanto, de valorar la vida y disfrutarla. Los hijos son maestros para quienes somos padres. A veces le compro un juguete y termina jugando con la caja, con el envoltorio y no con el juguete en sí. Ellos son lo sencillo, son felices con nada. Son muy puros.

–¿Qué tiene tuyo tu hijo?

–Quizás tiene la parte más sociable. Es súper dado, no tiene miedo a nada, se anima a hacer todo. Es como yo que era medio salvaje. Mi mamá nos crió súper libres y esto tiene que ver un montón en como soy. Y ahora no soy así como mi mamá, soy súper hincha, le estoy mucho atrás. Él tiene una personalidad muy libre y yo soy más hermética, me gusta que esté todo más controlado y él es todo lo contrario.

–Pero es casi imposible tener un control total…

–Pensé que iba a ser súper relajada al ser madre y no, es todo lo contrario. Me gusta que se bañe dos veces al día, que esté siempre impecable, que no se ensucie, cosa que es imposible. Todo lo que yo no hacía. Me da miedo que se suba a un árbol y él lo hace. Todo el tiempo es como que lo tengo en una cajita de cristal y mi marido me pide que lo deje en paz en los cumpleaños. Y Milo me echa en los cumples, me marca el terreno, me dice “chau mami” para quedarse solo con los compañeros.

–¿Esa cuestión salvaje que vos tenías y que ahora ves en Milo, es algo que trasladaste a la pista?

–Sí, creo que tenés que tener mucha determinación para competir, no tenés que tener nada de miedo.

–¿Se puede tener miedo durante una carrera?

–No, al menos eso no me sucede. Trato de trabajar mucho esa parte, te diría que tanto como la física. Tenés que estar muy fuerte para correr porque si tenés miedo algo estás haciendo mal. Creo que el miedo paraliza y en este país un mal resultado puede llevarte a perder una beca. Y acá estás acostumbrada a correr con esa presión.

–¿Esas adversidades son las que también te fortalecen?

–Creo que sí porque si no hubiese pasado por situaciones súper jodidas, tal vez, no hubiera tenido la fortaleza para afrontar diferentes carreras. Creo que la vida te va preparando.

–Esas adversidades que te marcaron e impulsaron hoy buscás que no se repitan con Milo…

–Hambre no pasé, pero vengo de una familia súper humilde donde todo costaba y mucho. No reniego de mis orígenes, de mi naturaleza. No soy de esa gente que despotrica y dice que le hubiera gustado ir a una escuela privada. Tuve una infancia maravillosa pero mi hijo es todo lo contrario: yo no tenía juguetes, usaba los juguetes de mi hermano y era feliz, no tenía la última mochila con rueditas. Y Milo tiene todo, no le falta nada. Por eso tratamos de no hacerlo materialista, caprichoso. Tampoco que se acostumbre al uso indiscriminado de la tecnología, por eso en casa no tenemos WiFi.

La forma con la que Borelli encara cada carrera, de manera voraz y competitiva, es la misma con la que enfrenta la vida, donde quiere romper con los convencionalismos de una sociedad aún con grandes vestigios de machismo que, en el atletismo por caso, en algunas carreras le entregan más dinero en premios al hombre que a la mujer. “Como no estoy de acuerdo, como no lo comparto, a las carreras que le dan más plata en premios al hombre que a la mujer no voy. No es una cuestión de género ni de superioridad: el trato debe ser igualitario y está en nosotras luchar por eso. Es tiempo de dejar atrás esas estructuras. Estamos ante una nueva época”. Tesón y coraje aparecen en su diccionario diario. Algo que dice haber tomado de Frida Kahlo, cuya historia de vida inspira día a día a la marplatense en su exploración por reinventarse para buscar, como la artista mexicana, el equilibrio entre el dolor y la esperanza. “No concibo la vida sin pasión y para eso es imprescindible tener una gran cuota de determinación como tenía Frida. La fuerza y la determinación que tuvo para enfrentarse en su época a los imposiciones sociales es una bandera que hoy las mujeres tenemos que tener muy presente. Como ella, creo mucho en mí, confío en mis condiciones y cuando corro no miro a la de al lado. Eso me favorece un montón porque me concentro en mi carrera, no corro la carrera de las demás. No vivo la vida de los demás, vivo la mía”, detalla. “Y creo que en eso me ayuda mi carácter. El carácter es muy importante para que nadie te pase por encima, para bien y para mal. Creo que es algo que a todos nos pasó alguna vez. Lucho un montón y no me callo nada y sé que ser frontal tiene sus consecuencias pero no me importa. Es mi esencia, no puedo ir contra ella. No la careteo, no soy falsa. No me arrepiento de una decisión, pero sí sé pedir perdón y sé perdonar. No tengo rencor y eso me ayuda a no llevar pesos. He aprendido a soltar y que las decisiones del momento, acertadas o no, son determinaciones que te van formando, te van nutriendo. Somos seres humanos que nos equivocamos todo el tiempo. Pido perdón, no soy perfecta y tampoco pretendo serlo”.

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