La voz más importante de la literatura rumana nunca ha pensado en hacer otra cosa que no fuera escribir. “Sólo quiero desenmascarar la realidad, abrir puertas a laberintos imposibles de desentrañar y para ello escribiría aunque no quedase ni un sólo lector en el mundo”, dijo Mircea Cartarescu, ganador del Premio Formentor de las Letras 2018 en reconocimiento al conjunto de su obra, “destinada a impulsar la transformación radical de la conciencia humana”, según el fallo del jurado que anunció el premio por primera vez desde Buenos Aires, en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Basilio Baltasar, presidente del jurado, destacó “la fuerza narrativa con que el autor ha sabido expandir los límites de la ficción” y ponderó que la obra del escritor rumano integra en un único ímpetu narrativo “la evidencia de la realidad, la cartografía de la memoria, la energía creativa del sueño, la libertad de la imaginación y la pulsión de los deseos”.

Cartarescu (Bucarest, 1956)  –autor de El Levante (1990), Nostalgia (1993), la trilogía Cegador (1996-2007), el volumen de relatos Las bellas extranjeras (2010) y la novela Solenoide (2015), entre otros títulos publicados por la editorial española Impedimenta– agradeció la concesión del premio y aseguró que lo acepta “del modo más humilde y con enorme emoción, puesto que el Formentor es uno de los premios literarios más prestigiosos no solamente del ámbito europeo, sino del mundo entero de las letras”. Baltasar –presidente de un jurado integrado por Aline Schulman, Andrés Ibáñez, Francisco Ferrer Lerín y Alberto Manguel– leyó el texto de agradecimiento del escritor rumano. “Mi humildad se acentúa cuando me comparo con los brillantes escritores que me antecedieron, a quienes no solamente respeto, sino que han sido mis maestros en múltiples sentidos. Puedo decir que muchas de las figuras reconocidas con este galardón me han inspirado, han hecho de mí el escritor que hoy soy y son objeto de mi más profunda admiración”.

Las palabras del escritor rumano emocionan. No es hijo de las élites ilustradas. Como él mismo lo recordó en algunas entrevistas, viene de una familia de obreros. “Nunca he pensado en hacer otra cosa que no fuera escribir. A la edad a la que todos mis compañeros querían ser astronautas, yo ya quería ser escritor, y mis juegos fueron los libros desde un principio. Soy el primer intelectual de mi familia. Mis parientes fueron obreros, pero mi padre rendía culto a los libros y tenía una biblioteca en casa, algo que despertaba la burla de algunos de sus conocidos, pero que a mí me vino muy bien”, reconoció el poeta y narrador rumano, que ha publicado más de 30 libros y ha sido traducido a 23 idiomas. “Nunca pude soñar, desde mis comienzos como escritor, hace ya casi cuatro décadas, que mis obras concitaran esta devoción y consideración por parte de tantos lectores en español, gracias, en gran medida, a la impagable labor de mi traductora, Marian Ochoa de Eribe, y de mi editorial en este idioma, Impedimenta. Prometo hacer todo lo que esté en mi mano para estar a la altura de los autores que ganaron este galardón antes que yo. Nos veremos pronto en la bella isla mediterránea de Mallorca”, concluyó Cartarescu, quien recibirá el premio Formentor, dotado de 50 mil euros, el próximo 5 de octubre en la XI edición de Conversaciones Literarias de Formentor.

Hay una conexión insoslayable entre el Premio Formentor y la Argentina. Jorge Luis Borges y el irlandés Samuel Beckett fueron los primeros premiados en 1961, cuando el galardón lo concedía un grupo de editoriales europeas con dos editores de primer nivel a la cabeza: Antoine Gallimard y Carlos Barral. Esta primera etapa se extendió hasta 1967, cuando lo ganó un polaco que fue “argentino por adopción”: el genial Witold Gombrowicz. El premio volvió en 2011 y desde entonces lo han obtenido Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Javier Marías, Enrique Vila-Matas, Ricardo Piglia, Roberto Calasso y Alberto Manguel. El director de la Biblioteca Nacional, anterior ganador del Formentor, destacó la cercanía para los lectores argentinos de la obra del autor de Lulu, por la manera en que aborda “los años robados” a su pueblo por la dictadura rumana. “Un argentino no puede leerla sin sentir esa misma relación con los años robados de nuestro país. Cartarescu recrea ese ambiente de temor obligado, de amenaza injusta, de sentir que estábamos en una sociedad donde ninguna regla era válida salvo el capricho de algunas personas –planteó Manguel–. Eso se siente en las pesadillas que recrea y lo convierte en un escritor muy argentino”.

El escritor rumano se considera a sí mismo hijo de Mihai Eminescu (1850-1889) y Tudor Arghezi (1880-1967), pero también de Ernesto Sabato, Augusto Roa Bastos, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Borges. Cartarescu ganó los premios literarios rumanos más importantes y varias distinciones internacionales como el Premio de la Feria de Leipzig al Entendimiento Europeo, el Premio de Literatura de la Casa de las Culturas en Berlín, el Premio del Estado Austriaco a la Literatura Europea, el Premio Gregor von Rezzori y más recientemente el Premio Thomas Mann de Literatura. Nunca pensó en emigrar de su país. “Rumania es un país que me gusta, me gusta vivir allí con mi familia y con mis amigos, me gustan los miembros de la comunidad literaria. No valoro la posibilidad de marcharme a otra parte. No lo haría a no ser que hubiera motivos políticos”, aclara el escritor rumano, un firme candidato al Premio Nobel de Literatura, un narrador que inscribe su obra dentro de la tradición barroca o más precisamente “manierista”. “El manierismo, Góngora, Cervantes, Shakespeare, es lo que anuncia la revolución modernista en la literatura –explica Cartarescu–. Yo  he descubierto que tengo afinidades con aquellos escritores, como la supremacía del arte respecto a la vida”.