“A la mierda/ el conformismo:/ yo no quiero/ ser recuerdo”. Los poemas de Elvira Sastre –poeta y traductora española de 26 años que cuenta con casi 100 mil seguidores en Twitter y convoca multitudes en sus recitales de poesía– son como señales eléctricas imposibles de soslayar. La potencia de su voz consiste en ir al grano de una emoción y exprimirla con una intensidad que vibra en los cuerpos de sus lectores. Puede ser desgarradora, pasional y rabiosa; pero también sabe cómo encontrar la temperatura de las palabras y sonar más diáfana y suave: “Hay una tristeza propia de las cosas/ que las hace bellas/ y no quiero llegar a comprender nunca”, se lee en uno de los poemas de La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida, en la “Colección Visor de Poesía” de Ediciones Continente, uno de los libros que se puede conseguir de Sastre, junto con Baluarte (Valparaíso), la antología Ya nadie baila (Valparaíso) y 43 formas de soltarse el pelo (Lapsus Calami), prologado por Benjamín Prado, el primer libro que publicó cuando tenía 21 años, en 2013. La poeta que ha compartido escenarios con Joaquín Sabina y Jorge Drexler se presentará hoy a las 14 en la sala José Hernández de la Feria del Libro junto a Magalí Tajes. En la sala Siranush, agotó entradas para los dos recitales de mañana, a las 20 y a las 22.30, junto a la poeta española Andrea Valbuena. Y tuvo que agregar una nueva función, el lunes 30 de abril a las 20.

Prado describe los poemas de Sastre como “desafiantes, jóvenes y afilados; llenos de imágenes, de anzuelos, de bombillas rotas que, sin embargo, aún siguen encendidas en la oscuridad”. La poeta española es mucho más alta de lo que aparenta en las fotos. ¿Por qué genera la sensación de que es más pequeña y bajita? Sonríe y alza los hombros como si no le importara las impresiones que alienta un puñado de imágenes que circulan en las redes sociales y en la prensa gráfica. La poeta, que sortea su timidez sin mucho esfuerzo, confiesa a PáginaI12 que una de sus poetas de cabecera es la uruguaya Idea Vilariño. 

–Fernando Valverde en el prólogo de “Ya no baila” plantea que la poesía no puede permanecer todo el tiempo en los lenguajes más transitados ni emplear los mismos ingredientes que el lenguaje publicitario o el de la política porque “se gasta… y entonces deja de emocionar”. ¿Cómo trabaja la palabra, cuando escribe un poema, para que no se gaste y deje de emocionar?

–Lo que hago es escribir cuando me sale, cuando lo necesito y el cuerpo me lo pide porque hay algo dentro de mí que lo tengo que sacar. Ahí es cuando escribo. Eso hace que los poemas sean muy ciertos, muy de verdad. Al final eso se transmite. Nunca me siento a escribir forzada ni porque tengo que hacerlo, ni para nadie. Escribo por sensaciones mías que son nuevas, intento un poco buscar esa originalidad. No hacer poemas iguales, ir mejorando y ofreciendo cosas distintas.

–¿A qué edad escribió el primer poema?

–A los 12 años, si a eso se puede llamar poema (risas). Cuando era más chiquitina escribía textos en prosa, pero como un juego. Cuando empecé a escribir en serio, tendría 15 o 16. Me pasé al verso porque escribía textos en prosa en mi blog y un día un profesor me puso un comentario: “¿por qué no intentas escribir en verso algún poema?”. Me parecía algo imposible, me daba muchísimo respeto y decía: “no, no puede ser”… Un día lo intenté y me encontré a gusto.

–”Ser sencillo no implica ser fácil,/ significa saber”. ¿Por qué le interesa trabajar con la sencillez?

–Yo escribo una poesía que intenta asemejarse a lo que leo, que me llega de una manera comprensible, que no me supone un esfuerzo intelectual expresivo. Lo que quiero encontrar en un poema son respuestas. Leer para mí siempre ha sido un ocio, nunca lo he visto como una obligación, como algo que me va a costar. Entonces como es la poesía que leo, a mí me gusta escribir de una manera sencilla, que no significa que sea algo fácil. Es complejo llegar a expresar de una manera sencilla un concepto abstracto, que es lo que yo intento hacer cuando escribo.

–En muchos poemas hay como un desgarro amoroso, sentimental, también mucha despedida y mucho adiós. Cuando escribe sobre una ruptura, ¿el dolor resulta siempre exagerado?

–No es tanto cuando se escribe, sino cuando se vive. En ese momento parece que todo se acaba y luego te das cuenta de que no y que es una etapa en la que se aprende y que nadie se ahoga porque le rompan el corazón. Pero en el momento piensas que no hay nada más. Eso se refleja en los poemas que escribí en La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida, pero si ahora escribo un poema sobre cómo viví ese momento, sobre esa historia de separación, seguramente lo haría en un tono no tan desesperado.

–¡Qué hallazgo el título de ese libro: “La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida”!

–¿Te gusta? Me encanta. Como escribo muchos versos sueltos y a veces los pongo en redes sociales, ese libro habla de una etapa muy particular de mi vida, y esa frase fue la primera que escribí cuando tuve esa ruptura. Luego colgué el verso en Internet y con el tiempo lo recordé y lo recuperé. Como soy muy maniática, es un verso alejandrino de catorce sílabas, que me parecía redondo y perfecto para ponerle de título. 

–En “Baluarte”, entre los poemas, aparecen intercalados una especie de diario de la pérdida, por ejemplo “Día Uno sin ti:/ te echo tanto de menos que en mi reloj aún es ayer”. ¿La poesía puede ser también un registro de experiencias?

–Sí. No todos, pero muchos son poemas autobiográficos. La poesía es como hacer terapia porque pongo palabras a cosas que me están pasando. Si son poemas un poco más desgarrados es porque en ese momento me siento así y escribirlo me ayuda a ir pasando página.

– “Escribir/ como quien sabe que jamás tendrá la última palabra/ pero sí la única”, dice en uno de los poemas de Baluarte. ¿Esos versos concentran su arte poética?

–Eso viene a decir que no soy nada especial ni que escribo de una manera excepcional. Jamás tendré la última palabra, simplemente escribo lo que me pasa por dentro y ya está. Pero sí es única porque es mi voz. Mi estilo es mi poesía.

– “Yo no quiero ser recuerdo”, un poema de “43 maneras de soltarse el pelo”, hace eco con una canción de Joaquín Sabina, “Lo que yo quiero”, ¿no?

–Es curioso, cuando Andrea (Valbuena) lo leyó me dijo: “me recuerda a una canción de Sabina”. Pero yo no la había escuchado entonces. O eso creo... Es una canción conocida y quizá la tenía en la cabeza y salió el poema de esa manera. Pero no fue a propósito.

–¿Por qué le escribió un poema a su padre?

–Mi padre es fundamental en mi manera de ver el mundo y también por la escritura. Mis padres leen muchísimo y yo leo desde muy pequeña. Yo compartí muchos espacios con mi padre en la Biblioteca de mi ciudad, en Segovia, y creamos los dos un universo de los libros. Mi padre es mi mayor crítico. No me dora la píldora ni muchísimo menos. Él me escribió un poema cuando cumplí 21 años y era del estilo del poema que le dediqué. Mi padre es maestro de literatura y ahora va a sacar un libro de teatro para niños.

–¿La poesía viene por el lado del padre?

–Sí, claro. Yo soy poeta porque he leído mucho. La lectura viene de mis padres y de mi casa, de ir a la biblioteca de pequeña con mi padre que llevaba su carnet de adulto para coger libros. Mi padre me hizo leer a Antonio Machado y luego plantó la semillita para que pudiera leer a más poetas, como Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío, Benjamín Prado o Luis García Montero.

–¿Por qué “hoy España huele a podrido”, como advierte en uno de sus poemas?

–Ese poema lo escribí hace unos cuantos años y fue la época en la que a España le empezó a ir muy mal por la crisis económica, la gente en la calle y los desahucios… Era todo desastroso. Mi manera de aplacar la frustración, la rabia –ya no solamente el desamor, sino cuando estoy enfadada y me siento mal– es escribiendo. En ese momento escribí el poema, que a mí me ayudó. No es sólo unos versos y ya está. El hecho de poder leerlo en voz alta me da un montón de fuerza. Siempre encuentro un motivo, una noticia a la que dedicarle ese poema cuando lo leo en España, porque siempre están pasando cosas pésimas y desoladoras. Socialmente estamos muy mal y creo que es importante dejarlo reflejado porque la literatura es un reflejo de la sociedad en que vivimos. Cuando la gente escucha ese poema, se llena de esa fuerza, de ese poder.

–¿Leer sus propios poemas en voz alta, con público, es como volver a escribirlos “en el aire”?

–Es raro porque las lecturas, los recitales, son algo complementario. Lo que yo necesito es escribir. Todo lo demás forma parte del trabajo, de la producción. Yo soy una persona muy tímida, muy reservada, doy poco acceso a mi vida personal y tengo pocos amigos porque tampoco necesito más, soy una persona bastante solitaria. Cuando empecé a leer los poemas en voz alta, me di cuenta de que era importante también para dar a conocer lo que yo estaba haciendo y la gente me lo pedía. Cuando leo el poema a mi padre, a veces me emociono. Leer mis poemas me ha aportado vivencias a la hora de escribir futuros poemas. Mis poemas me han permitido estar aquí, cruzar el charco, y es algo maravilloso porque hay gente que quiere escuchar cómo recito los poemas y hacerlos suyos. Como lectora de poesía, me gusta más leer un poema que escucharlo recitar, pero leer los poemas te permite adquirir una visión nueva; escuchas a la persona que lo ha escrito en directo; es como cuando escuchas a un cantante de viva voz y a unos metros. En España empecé a leer acompañada de músicos. Si lo haces con música, si sabes qué poemas leer y cómo intercalarlos y aprovechas a contar algo del poema es algo que puede funcionar igual que funcionan los conciertos de cantautores.

–¿Ayuda a escribir la experiencia de leer en voz alta?

–Sí, te da musicalidad al leer. Hay que aprender a leer poesía; no es leer de corrido y ya está. Tienes que saber dónde meter pausas, escuchar la música, meter cada verso donde tiene que ir, imprimir fuerza a los versos que lo necesitan. Eso lo aprendí en el escenario.

–¿Cómo fue pasar del verso a la narración en la novela que está escribiendo?

–Me lo propusieron de Seix Barral y lo primero que pensé fue: “esto no es lo mío”. Pero tenía ganas de cambiar un poco de registro y aprender más cosas. La poesía es mucho más libre y la escribo cuando la siento y la necesito. Escribir una novela es como resistir, una experiencia distinta de la que estoy aprendiendo mucho. La novela es sobre la historia paralela de una abuela y de un nieto en distintos momentos del tiempo. La abuela vivió toda la Guerra Civil Española. La abuela era maestra durante la República y cuenta un par de cosas tristes y feas que pasan en esa guerra. De todo eso, la abuela aprende ciertas cosas que luego le intenta trasmitir a su nieto. Mi padre es maestro, mi tía también. La Guerra Civil no ha pasado. Sigue habiendo dos bandos y creo que no hemos aprendido a ser tolerantes, que no respetamos a los que tienen ideas diferentes. 

– “He mentido tanto/ que cuando he dicho la verdad/ no/ me/ he/ creído”, afirma en uno de los poemas. Parece que la mentira suele estar más asociada con la narrativa. ¿Los poetas también son buenos mentirosos?

–Cuando me piden consejo la gente joven que empieza a escribir, siempre les digo que lo hagan de verdad, aunque lo que cuenten sea mentira. La poesía es pura emoción que tiene que venirte de algún sitio, aunque luego lo que cuentes sea la historia de otra persona o te estás inventando algo.