Nuevamente se repite el cuadro de situación que posicionó a la Justicia contra Higui un año atrás: Joe Lemonge es un hombre trans que por defenderse de una serie de ataques que culminaron con el incendio de su casa, en la localidad entrerriana de Santa Elena, terminó él mismo en el banquillo de lxs acusadxs. A esta pesadilla le siguieron otras: durante su prisión domiciliaria su padre murió y él no pudo despedirlo, su familia quebró, hubo mudanzas urgentes, el altavoz del terror se instaló en su cotidianidad y lo corrió de su lugar, de su trabajo, de su carrera. Hoy, 4 de mayo, la Justicia dará sentencia sobre el juicio oral “express” (lo veloz apunta a evitar que el caso cobre visibilidad) hecho en su contra, en el cual el fiscal Santiago Alfieri pidió para él ocho años de prisión. Actualmente Joe es asesorado por Abosex. “Mi vida nunca fue fácil -explica-. A los doce blanqueé mi elección sexual y no supe nunca que me iba a poner la soga al cuello en una ciudad que me iba a estigmatizar, y hasta intentar quitarme la vida. Signé mi adolescencia al dolor, a la soledad, al abuso psicológico, institucional, de compañeros, de adultos. A mis dieciséis años fui haciéndome duro y fuerte, apelando a tener un grupo que pudiera contenerme en un pueblo chico, que para mí siempre fue un infierno grande”. 

¿Cómo empezaron los ataques de Juan Giménez y sus amigos? 

-Dos de ellos me conocían desde la adolescencia porque tienen mi edad. En tiempos anteriores era la burla y la humillación: tortillera de mierda me decían, tortillera podrida. Lamentablemente, esto se incrementó de mayo a octubre del 2016 a niveles violentos, me atacaron cuatro veces. Juan Giménez decía: a las mierdas como vos hay que matarlas, si sos un macho, viejo. Después comenzaron a venir a mi casa y a esperarme llegar, un día ingresaron él, Rubén Giménez y Pablo González. A Juan y a Rubén los tuve que sacar a los empujones en dos o tres ocasiones, primero lo hice con un amigo y luego con mi papá. Hasta esa noche, en que los otros dos vigilaban para que Juan pudiera entrar a hacer su ataque final. Yo tuve heridas en la mano. 

Tengo entendido que vos mismo te acercaste a la comisaría y no te tomaron declaración…

-Sí. Esa mañana me entregué, pero la policía no tomó mi denuncia, sino que esperó que la familia de Juan Giménez llegara para denunciarme a mí y lo hicieron y me acusaron de ser un vendedor de drogas, algo de lo que no hay ni una prueba. Ese día me detuvieron y pasé seis días preso. Mi abogado logró que me dieran un mes en prisión domiciliaria en un departamento que rentaba en Paraná donde estudiaba el profesorado de inglés. El día 19, antes de trasladarme, fue el último en que pude ver a mi papá con vida. El cayó enfermo porque tuvo un stress terrible, mi mamá viajaba para verme y él estaba grave. El 31 falleció. No alcancé a conseguir un permiso para verlo en el hospital, pude ir al velorio esposado con dos custodios. 

¿El incendio de tu casa fue después?

-Luego de esa prisión que terminó el 19 de noviembre volví a Santa Elena a la casa de mi mamá, en el mismo terreno yo tenía una casita bastante precaria. El 3 de diciembre entró él y la prendió fuego. Perdí todo. También quemó una casita de depósito que había en el mismo terreno. Hay una causa abierta en su contra, porque se sabe que fue el autor. Había habido amenazas previas, y hay un testigo. Luego de esto se me tomó declaración a mí y se quedó todo inactivo hasta el año pasado. Ya se sabía que esto último no iba a cambiar la carátula del fiscal y se iba a ir a un juicio oral y público del cual sacaron fecha en febrero para el 23, 24 y 25 de abril, cuando se dieron los alegatos finales. El fallo va a estar en el mismo juzgado, el de La paz, el 4 de mayo.

¿No se te ocurrió irte de Santa Elena?   

-Después del incendio nos mudamos 

desesperados porque seguían las amenazas: que si no había muerto en el incendio iba a terminar mi vida de alguna manera. También amenazaban con incendiar la casa de mi mamá. Nos fuimos y vivimos tres o cuatro meses en una casita de campo, en las inmediaciones de la ciudad de La Paz. La alquiló mi mamá con lo que le quedaba. Ella tuvo que cargar con los gastos de mi abogado, de la mudanza, tuvo que correr con el alquiler; y al tiempo decidió volverse porque extrañaba, era injusto que ella estuviera lejos. Yo me volví a Paraná donde rentaba aquél departamento. Intenté a partir de 2017 retomar una vida normal, como podía. Prefería estar lejos que volver a Santa Elena. Teníamos que estar con otras personas cuando iba de visita porque sentíamos miedo, hasta hoy todas las noches pienso que me van a venir a buscar, a pegar un tiro, a clavar un cuchillo. Empecé la carrera de Derecho porque un amigo me ayudó a solventar gastos, pero no lo pude sostener. Ya en banca rota tuve que volver a Santa Elena. Mi madre entró en una crisis económica terrible. Es docente. Mis estudios se interrumpieron, yo no tenía ni para viajar. Hasta marzo de este año hubo momentos en que no teníamos para comer. A un tipo trans como yo, con una causa penal, es imposible que le den trabajo. 

¿Qué recordás de esa madrugada en la que te tuviste que defender?

-Esa madrugada ni siquiera tenía noción, no podía creer que lo había dañado. Mi madre me lo confirmó. Con terror le pedí que llamara a la policía. Ese día él vino a en mi casa y amenazó con pegarnos. Pudimos sacar el auto de mi mamá y salimos huyendo, literalmente. Llegué a la comisaría y nunca me tomaron declaración, luego me detuvieron. A las horas llegó la suegra de Juan Giménez, totalmente violenta, a decir que yo vendía drogas. A la siesta me hicieron una requisa en casa. Cuando terminó, me llevaron detenido. Nunca pude hacer la denuncia.