Luego del papelón –levantado por medios de todo el planeta– que protagonizó el gobierno porteño al prohibir el show de Kraftwerk en el Luna Park por considerarlo una “fiesta electrónica masiva” (aunque finalmente se realizó porque un juez hizo lugar al amparo presentado por los organizadores), quedó en evidencia que el género aún está bajo la lupa de la Inquisición política y social argentina. Es que a partir de lo ocurrido en Time Warp, festival llevado cabo en Costa Salguero el 15/4 (su segunda fecha, prevista para el día siguiente, fue cancelada), cuando cinco chicos perdieron la vida tras consumir drogas sintéticas adulteradas, la música electrónica experimentó su propio Cromañón.

Los espectáculos masivos vinculados al palo, incluyendo Ultra Music Fest y Creamfields, que se celebraba ininterrumpidamente desde 2001, fueron dados de baja, al tiempo que la noche comenzó a padecer los controles –en muchos casos desproporcionados, y sólo en esta capital– por parte de autoridades, las cuales también abarcaron otros tipos de clubes bailables y salas de recitales.

Además de demostrar el menosprecio de las productoras de eventos por el público local, el caso Time Warp confirmó la incapacidad del gobierno y la Justicia para tomar decisiones y aplicar las legislaciones. Al punto de que, a fines de abril, el juez Roberto Gallardo supuso que la solución para sería cancelar “toda actividad comercial de baile con música en vivo o grabada”. Aunque, semanas más tarde, el colegiado Lisandro Fastman suspendió la cautelar.

Desde entonces, la electrónica entró en un vacío legal que involucró varias resoluciones, plegadas al Decreto de Necesidad y Urgencia Nº3 de 2005 (redactado tras la masacre de Cromañón), que incluso definían al género a partir de una interpretación aleatoria. Lo que determinaba la actuación de una banda o DJ, y abrió el juego para que pequeños productores se hicieran de artistas que boyaban por la región tras la cancelación de los festivales. Mientras se espera el boletín oficial con la nueva reglamentación para las fiestas masivas, Sergio Athos, mentor de Bahrein, club clave de la escena, espeta: “Lo que más me indigna es a que nadie le importaron los chicos”.