“El país se va al carajo pero el arte no”, dice XXL Irione, el nuevo chico malo del rap de acá, antes de subir a dar uno de los shows de cierre del Festival Nuestro, que en la tarde-noche del sábado juntó a más de 15 mil personas en Tecnópolis. Con eje en la diversidad de la cultura popular y un clima familiero de mate con bizcochos, desfilaron una veintena de bandas (y también una docena de standuperos), desde los bahienses de Luceros, Perotá Chingó y la rapera sub-18 Dakillah hasta Ratones Paranoicos, Onda Vaga, Dancing Mood, Nonpalidece y el multitudinario cierre de La Beriso, con Rolo Sartorio de camisa leñadora a lo Axl Rose, atada a la cintura, bajando líneas muy poco felices como que "no hay que cortar calles" porque "eso quedó en los '70, muchachos”.

Aunque el colorado --que gusta de usar gorra-- ha dicho en shows anteriores que "los militares hicieron muy mal, pero la democracia también" (lo hizo en un recital en 2016), la fanaticada de La Beriso se regodeaba cuando Sartorio gritaba: “Ésta es mi banda de rock”. Y aunque (también) lo decía muy en serio, la verdad es que, como dio cuenta la grilla del festival, definir la palabra “rock” y los fenómenos que engloba como género y actitud es casi imposible. Alcanzaba dar una vuelta por el predio para cruzarse con una decena de tribus distintas: rockeros barriales con sus viejos trapos, raperos, cumbieros, indies (otro casillero misterioso), autóctonos, rastas y otros colgados de lo que pinte.

“Lo bueno de este día es que se está entrelazando todo: bailás una cumbia, te pasan La Beriso y te vas a escuchar trap”, celebraba Federico Wiske, de Bicicletas, que tocó a las tres de la tarde. “A veces pasa que el rock se acartona y no permite filtrar otras cosas; y este festival desarma eso y te muestra que más que un género, el rock es una actitud”, concidía Agustín Pardo, bajista del grupo. “La idea es no ubicarse”, agregaba al pasar Julián Kartún, cantante de El Kuelgue, que mostró su mix de candombe, funk y cumbia en el Escenario Churro.

Cecilia Salas

Además de tres tablados, el Nuestro tuvo espacios materos y cerveceros, peluquería, feria gastronómica, juegos para chicos, talleres de circo y percusión, muestras de fotos y músicos itinerantes en formato acústico, como el de la banda Pirekuas Latinoamérica, que se destacó con su folklore urbano y actitud rock.

La diversidad quedaba ilustrada cuando se veía un grupo de fans de La Beriso, con sus banderas enrolladas, escuchando muy atentos el show del rapero Maikel de la Calle, uno de los invitados internacionales de la jornada. De gorra negra, reloj y anillos de oro, avisaba que estuvo preso por “delincuente” (pasó un año a la sombra por robar una casa que encima estaba casi vacía) y juraba haber aprendido la lección: “En hacer el mal no ganás nada”, es el mensaje definitivo de la mayoría de las letras del MC canario, que está entusiasmado por una colaboración que tiene pendiente con Cazzu, la novicia del trap local, y la minigira por Buenos Aires y Rosario que hace este mayo.

Además del alegato anti-casilleros, la mayoría de los artistas se mostraron comprometidos con la situación social de tarifazo, inflación, pobreza y dólar detonado. “El rap a veces te muestra un mundo de fiesta y drogas pero no podemos mostrarnos ajenos a lo que está pasando”, decía XXL Irione antes de cerrar el Escenario Urbano.

Y minutos antes de salir a abrochar el Escenario Rock, Néstor Ramljak, de Nonpalidece, se abrazó con el hip hopero y trapero Malajunta Malandro y coincidieron: “Merecemos darle una alegría a la gente, acariciarles el corazón; la alegría es parte de la resistencia”. Pero Malajunta fue más lejos: “Yo ya me cagué de hambre en el 2001 y la gente del barrio tiene miedo de que vuelva a pasar. Hay que seguir alerta”.