Hay poco espacio para dudar que el objetivo de Sexy por accidente es desmitificar la belleza y la delgadez como las llaves principales del éxito laboral y sentimental de las mujeres. Una apuesta noble y loable, cortada con la tijera de los tiempos de reclamo por una pantalla de Hollywood con más y mejores protagónicos femeninos. Pero para una buena película hace falta bastante más que buenas intenciones. El primer largometraje de la dupla Abby Kohn y Marc Silverstein –guionistas de Jamás besada, con Drew Barrymore, hace ya casi veinte años– está más preocupado por transmitir su mensaje que por construir una historia que vaya más allá de la tipología habitual de las comedias románticas promedio. De allí que a cada rato se diga que lo importante es sentirse bien y en armonía con uno mismo. Se dice en el sentido más literal del término: una y otra vez la protagonista monologa conclusiones frente a un espejo o en la soledad de su hogar, con los espectadores como únicos testigos.

La que reflexiona es una heroína regordeta con el autoestima por el piso a la que todo, pero todo le sale mal justamente por no sentir que esté a la altura de las imposiciones estéticas del mundo contemporáneo. Nadie mejor para ese rol que la comediante Amy Schumer, quien en su programa televisivo Inside Amy Schumer y sus monólogos –varios de ellos disponibles en la plataforma Netflix– ha tematizado una y otra vez cuestiones de este tipo a través de versiones aumentadas de sus desventuras sexuales. Allí el humor guarro, crudo y explícito va de la mano con un espíritu crítico, venenoso y de una incorrección política que, como toda incorrección, incomoda. Pero aquí el guión no es de Schumer sino de Kohn y Silverstein, que después de Jamás besada escribieron dramas y comedias románticas al uso. La incorrección habrá que buscarla en otro lado, en otra película.

Lo relativamente novedoso aquí es, se dijo, el punto de partida. Renee Bennett trabaja de administrativa en un sótano sin luz, los chicos no la encaran ni la miran, y su última aventura fue romper el asiento de la bicicleta fija del gimnasio. Una desgracia con suerte, porque después del golpazo en la cabeza su vida cambia. Realismo mágico al palo, la chica se percibe distinta en el espejo, capaz de llevarse el mundo por delante. Y allí irá Renee y su flamante seguridad, en busca del trabajo soñado como recepcionista de la empresa de maquillaje de Avery LeClaire (Michelle Williams, todo un hallazgo como actriz cómica), una mujer cuya voz de pito la vuelve risible incluso ante su propia familia; al tiempo que conoce a un hombre... en una tintorería, quizá el lugar menos pensado para el levante de todo Manhattan. Con la pareja ya en escena, Sexy por accidente exhibe dos facetas en tensión. Una es la del humor bravucón de Schumer, que a partir de ese “accidente” inclina la balanza a su favor y entrega varios momentos de gracia inspirada aun cuando los filos de sus chistes están limados para que nadie arrugue la nariz. La otra irrumpe con la segunda oleada de realismo mágico, y es la huella visible de las manos detrás de un guión que reserva una última media hora para que los vientos inspiracionales soplen con la fuerza de un torbellino.