Tenía diez años y visitaba por cuarta vez en la semana la disquería de mi barrio. Otra vez ahí a la salida del colegio, ansioso por saber si ya había llegado el disco Fe. La portada lucía un hombre de barba con un arito de la cruz católica y su pecho peludo enfundado en una campera de cuero, prometiendo en la combinación del título y de su gráfica el debut de una nueva y excitante religión. Corría el año 1988 y había visto por primera vez el videoclip de la canción que da nombre al álbum en un programa de televisión que cerraba su transmisión con algún entrecortado fragmento visual de un hit de moda. En uno de esos cierres estaba él, exhibiendo el culo en pantalones apretados antes de mostrar su rostro y con un fondo de música de iglesia que comenzaba justo con el primerísimo plano de sus nalgas redondas y la palabra “venganza” en su campera: era George Michael, sensual, misterioso y hereje, escudado tras su amplios anteojos negros y confesando el deseo de luchar por mantener la fe para alcanzar los cuerpos que deseaba. Quien años antes había formado las filas de Wham! –el dúo que compartió con Andrew Ridgeley y creó hitazos como “Wake Me Up Before You Go Go”– ahora comenzaba su carrera solista con una estética menos romántica, mucho más deudora de los personajes de Tom of Finland que de aquel teen pop del cual provenía.

Yo, que nunca fui una persona de fe ni siquiera en aquellos años, me convertí de inmediato en su devoto. Busqué sus fotos en todas las revistas que pasaban por mis manos, me pegaba durante horas a la diminuta pantalla del televisor invocando a mis nuevos dioses para que pasaran sus videoclips y cantaba sus canciones en un inglés totalmente inventado pero desbordado de significado. Con el tiempo mi devenir musical comenzó a demandar más velocidad, distorsión y gritos, pero la estampa de George ocupará siempre un merecido lugar entre mis primeros santos queer, acompañada en su reverso por las oraciones surgidas de las canciones que traducía rudimentariamente en mis clases de inglés: Antes de que este río se convierta en un océano / Antes de arrojar mi corazón de nuevo al piso / Necesito que alguien me abrace / Pero esperaré algo más / Tengo que tener fe. Hasta siempre, George, y gracias por la fe en los abrazos.