El escándalo desatado en torno al Premio Nobel de literatura podría ser puesto en serie con otras noticias resonantes de los últimos tiempos: el FIFA Gate que eclosionó en mayo de 2015 pero aún despierta más de un interrogante y, mucho más acá, el uso indebido de la privacidad de Facebook. A pesar de las obvias diferencias esos casos tienen aspectos en común: viejas sospechas que han venido alimentando innumerables teorías conspirativas pero, de un momento a otro, se terminan confirmando con todo el morbo que eso implica. La prueba de la deshumanización de los seres humanos que, en cierta forma, actúan un poco de superhombres. El fin no ya de los grandes relatos sino de los grandes relatores: la decadencia de los que regulan la competencia del deporte más intenso del mundo, la de los que ejecutan los logaritmos de las nuevas formas de vincularse y la de los guardianes de eso tan abstracto que es el canon literario pero que, al menos hasta ahora, tomaba forma bien concreta, una vez al año, con las particularidades del anuncio de rigor, las múltiples ediciones apuradas y esas largas entrevistas en las que los galardonados no hablan de un libro sino de casi toda su vida. 

El premio más famoso y polémico del mundo, que otorga a cada escritor casi un millón de dólares, fue instituido por el químico millonario Alfred Nobel para, entre otras cosas, limpiar su buen nombre de las víctimas colaterales de la dinamita que él mismo inventó. 

También para limpiar su buen nombre, luego de que se dieran a conocer los casos de abuso y acoso sexual del fotógrafo francés Jean Claude Arnault (marido de Katarina Frosterson, una de las ex intregrantes de la Academia Sueca) se anunció que este año no habrá Premio de literatura. Así que en lugar de compadecernos de Murakami o indignarnos por una nueva derrota de Philip Roth habrá que ver qué sucede en el seno de la propia Academia cuyos estatutos no contemplan la posibilidad de renuncia de ninguno de sus miembros lo cual implica que, hasta su muerte, nadie pueda reemplazarlos. Las denuncias de violación y abuso que testificaron, en noviembre pasado, veinte mujeres en Dagens Nyheter (el diario más importante de Suecia) potenciaron las ya existentes tensiones entre dos bandos de la Academia: la vieja y “la nueva guarda” que, entre otras cosas, hizo posible que alguien como Dylan pudiera ganar el Premio no sin las protestas de la otra facción. 

Los primeros en renunciar a raíz del escándalo fueron, durante los primeros días de abril, Peter Englund, Klas Östergren y Kjell Espmark. Apenas una semana después los siguieron Katarina Frosterson y Sara Danius quien en 2015 se había convertido en la primera presidenta de la institución. Hoy solo quedan diez miembros en pie porque antes había tenido lugar otro éxodo cuando la Academia se negó a condenar la fatwa contra Salman Rushdie a propósito de Los versos satánicos. 

En definitiva, como los que se van no tienen reemplazo, la Academia no consigue quórum y por eso decide no premiar. Se trata de una decisión inédita ya que si bien pasó otras veces (la última en 1943) había sido por causas externas como las Guerras Mundiales o incluso “literarias” como sucedió en 1935, pero nunca tan directamente vinculadas con la organización que se encarga de elegir.

Nacido en Marsella en 1946, el fotógrafo francés Jean-Claude Arnault (a quien muchos ya empiezan a llamar “el Harvey Weinstein de los Nobel”) tiene 71 años y vive en Suecia desde hace más de cuatro décadas. Aunque antes de que estallara el escándalo era un perfecto desconocido para el mundo, algunos lo consideran “el decimonoveno miembro” de la Academia. Cualquier escritor o escritora en Suecia en busca de un poco de chapa suele acudir a Forum, una especie de centro cultural que él abrió en 1989 junto a su mujer y donde organiza conciertos de jazz, conferencias y hasta una lectura ininterrumpida de En busca del tiempo perdido. Su mujer es la poeta Katarina Frostenson que había entrado a la Academia en 1992. Ella era además la responsable de asignar subvenciones a distintos centros culturales entre los cuales, por supuesto, se contaba Forum; un sótano de la capital sueca que para muchos era, en realidad, el living del Nobel de literatura. La Academia confiaba tanto en su marido que le confió la gestión de un piso que la institución tiene en el distrito VII de París y que, de acuerdo al testimonio de las víctimas, fue también escenario de algunos de los abusos. Pero ahí no se terminan las denuncias: todos saben que los meses previos al anuncio del ganador (que tiene lugar en octubre) los corredores de apuestas hacen su propio negocio, un negocio que hace tiempo viene acumulando muchas dudas. Arnault también está acusado de filtrar los nombres de siete ganadores, entre ellos el de Patrick Modiano en 2014. 

A casi un mes del arranque de Rusia 2018 parece legítimo preguntarse por qué con un escándalo como el del FIFA Gate que puso en jaque más que nunca la verosimilitud de la industria del fútbol, a nadie se le cruzó la idea de suspender el mundial, por más limpieza que haya habido en la cúpula. Sean cuales sean las razones la interrupción en la entrega del Premio Nobel de literatura 2018 que, según anunció la Academia Sueca, será compensada el año que viene con dos premiados –como si solo se tratara de un balance que tiene que cerrar de una forma u otra– suena menos a un intento serio de replantearlo todo que a un escaso y sobrador “te lo debo” que tan familiar nos resulta, lamentablemente, en este lado del mapa.

Juan Pablo Bertazza es autor de La furtiva dinamita: historias, polémicas y ensayos sobre el Premio Nobel de literatura que publicó la editorial Octubre.